Diario de Valladolid

Redacción de Valladolid

La fiesta de la nada

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Fiestas, lo que se dice fiestas, hay muchas en esta piel de toro llamada España. Aunque conviene no decirlo muy alto no vaya a ser que a alguno de estos políticos, a los que tanto gusta la tijera del recorte, quieran acabar con ellas. Fiestas, festejos, tradiciones..., todas con un mismo denominador común: el porqué, su razón de ser, eso que las hace distintas al resto, pero que a la vez les da un sentido.

Las hay que tienen su condicionante religiosa. Otras se centran en la tradición. Y está, incluso, el último invento: la fiesta del veraneante. Aquella que sirve para reunir a quienes solo se juntan con el calorcito del verano en esos pueblos cada vez más vacíos de esta Castilla y León.Todas distintas, todas diferentes, pero con el mismo denominador común: no vienen impuestas. No obligan a nada ni a nadie.

A todos éstas desde hace unos años, tantos como existe esta Castilla y León, a algun político se le ocurrió que había que sumar otro día festivo, que vendría a sembrar ese espíritu de Comunidad que se lleva más de 30 años buscando pero que no se encuentra, entre otras cosas porque no existe. Y empezaron a elucubrar. Podían haber elegido el 25 de febrero, cuando se aprobó el Estatuto de Autonomía, o hasta el aniversario del nacimiento de Santa Teresa, que tan de moda está ahora. Pero no. Optaron por la archiconocida y renombrada entre los castellanos y leoneses batalla de Villalar. Y ahí quedó.

Poco les importó si existía tradición o no, como para aunar ese sentimiento de Comunidad del que tanto hablan los políticos de uno y otro color, más allá de aquella que se da, con todo el derecho y que nadie pone en duda, en el pueblo de Villalar de los Comuneros. Se impuso y sanseacabó.

El problema de esta fiesta es que no se la creen ni aquellos que la imponen. ¿Saben cuántos consejeros estaban el día 23 en Villalar? Uno o ninguno. Ni siquiera para darse el paseo matutino con el presidente Juan Vicente Herrera. ¿Y procuradores? De los 84 se cuentan con los dedos de una mano y les sobran varios. Olvídense por su puesto de altos cargos y estómagos agradecidos de los que abundan en las diferentes consejerías.

Villalar no es más que la fiesta de un pueblo que alguien quiso meter con calzador como un sentimiento y que va camino de ser la fiesta de la nada. Porque nada hay que celebrar de un sentimiento que no existe y en el que no creen ni los políticos que lo imponen. A la vista está.

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