Diario de Valladolid

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CELEBRAR otra Navidad no deja de ser una suerte: es que estamos vivos. Para mí, además, supone hacer balance de un inicio y un regreso. Los constituidos, desde hace ya unos años, por volver a vivir en la tierra y junto al río en que me había criado y disfrutar de todo ello junto a una hija nacida aquí. Desde su nacimiento escribo en una libreta para ella las más variadas anotaciones, que no llegan ni llegarán nunca a ser diario pues mi aplicación al texto resulta muy irregular.

Con lo que sí cumplo es con escribir una especie de resumen del año por estas fechas. Algún día lo leerá, o quizá no. Siempre escribimos para alguien, pensando en quienes nos gustaría que leyeran lo que escribimos, pero nunca estamos seguros de que al final vayan a hacerlo.

Es una noche de una día gris y duro como tantos en Castilla. Los árboles que planté este verano aguantan el frío en la ribera. Yo también. Hoy, mirando la extraña luminosidad del atardecer sobre los chopos ya casi desnudos de la otra orilla, he comprendido que esa melancolía del paisaje que sólo han conseguido pintar algunos pintores es mucho más que una sensación: se trata de una certeza.

Y consiste en la comprobación de que no pesa tanto lo que tenemos o llevamos a cuestas como lo que hemos dejado de tener. Nos pesan las pérdidas. Todo lo que se ha ido y no podemos abarcar con la mirada. Ni con la memoria.

Sin embargo, hoy también he constatado que la melancolía mayor reside en que, a pesar de todo lo que ya hemos perdido, unos pocos estamos destinados a resistir. Y a hacerlo en varios sentidos: porque continuamos vivos y porque no hemos dejado de ser como éramos.

Vendrán más tardes con sus noches y sobrevendrán nuevas tormentas, pero nunca dejaremos de mirar de frente a la vida y a la muerte. La noticia que hoy escribo en mi libreta es que pese a todas las decepciones sigo adelante...

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