Diario de Valladolid

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EN NUESTRA Comunidad la tranquilidad sólo es aparente. Ahora estamos descubriendo que tras el gótico hermetismo de la ciudad de León se escondían tramas de poder junto a ambiciones y odios desatados. Y que, al más puro estilo de las mafias italianas, unas familias robaban y otras acababan matando. Actuar en favor de la «familia» –de sangre, de clase o de partido– lo justificaba todo: el latrocinio, el abuso y hasta el asesinato.

Pero, aunque el llamado «familismo amoral» fuera aplicado por los teóricos del campesinado a mediados del pasado siglo a las gentes del campo como explicación de su «atraso», no es tal familismo exclusivo de tierras tan agrarias como las castellano-leonesas ni siquiera algo limitado a lo rural.

Tenemos por toda la geografía, de Madrid a Cataluña e incluyendo a cada una de las Comunidades Autónomas, ejemplos de tramas delictivas de hijos, esposos o cuñados en aldeas, pueblos y ciudades. Pues hacer lo que fuera por los «propios» ha seguido siendo aquí, desde el franquismo hasta hoy, una forma de vivir y prosperar.

Lo que ya no puede mantenerse es que ese familismo impúdico no afecta a las familias urbanas, viendo la corrupción de «alto estánding», pisazos y cuentas en el extranjero que ha acarreado en los últimos tiempos a este país.

Porque los críticos de aquellas teorías que cifraban la imposibilidad de los campesinos para sumarse al progreso en su falta de ética colectiva tenían razón en una cosa: no es que el campesinado careciera de ella inevitablemente, sino que así se estaba defendiendo de su dependencia o sometimiento a los centros urbanos de poder.

Por desgracia, la corrupción que aflora en la cúpula de ciertas administraciones ejemplifica a la perfección dicha asimetría en la relación entre campo y ciudad, clases hegemónicas y dominadas, las élites y los demás.

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