Diario de Valladolid

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CADA curso que arranca con el señuelo de las urnas en primavera, se repite este alboroto de cifras, promesas, pregones de obras y rebajas de impuestos. Aunque se oigan anuncios tan sobados que ya rayan. Y olvidos, porque cada presupuesto desnuda sus renuncias. Esta vez la gazuza de los caudales coincide con un horizonte que va a poner a prueba en dos convocatorias la paciencia de la gente y su capacidad de aguante. Con opción a repartir el enfado. Porque venimos de una temporada en la sombra que ya dura bastante más de lo previsto.

Si hoy recordamos el engañabobos con los brotes verdes de Elena Salgado, hasta el más tibio se resiente del calambrazo de su actual prosperidad en el retiro eléctrico. La menciono porque fue la ministra que presentó las últimas cuentas de Zapatero, hace cuatro años. Sin embargo, el presupuesto de la lacia Salgado mejoraba en seiscientos millones al que ahora nos destina el jubiloso Montoro. Y llegó con menos alirones. Claro que luego muchas de sus promesas quedaron sin ejecutar, como suele suceder en territorios poco exigentes como el nuestro. Vino Montoro con las tijeras de recortar y su trienio ha sido un degüello. Por eso parece monumental este incremento de un veinticinco por ciento después de los sucesivos raspados que alcanzaron hasta la osamenta de los servicios esenciales.

Del resto, mejor no mirarlo, de momento. O sí, para contrastar los ajustes de nuestra resignación con los alardes dispendiosos de otros vecindarios. En cuanto al despliegue de las obras ferroviarias, no conviene olvidar quiénes tiran de los extremos, para conectar sus estaciones al universo veloz. La Galicia de Rajoy y la i griega vasca. El paso de Pajares hacia Asturias engulle otros trescientos diecisiete millones, sin haber precintado todavía el colador de los túneles. El resto son en buena medida atropos y tentativas. A lo peor se trata de simples trucos presupuestarios para seguir perpetuando los retrasos.

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