La ermita dividida por el atlántico
SAN BAUDELIO (CASILLAS DE BERLANGA) San Baudelio es la Capilla Sixtina del Arte Mozárabe, pero la venta de sus pinturas hace casi un siglo hizo que hoy sus coloridas escenas se repartan por Estados Unidos, el Prado y Soria
La ermita de San Baudelio de puede visitar en Casillas de Berlanga, Soria. Y en Madrid. Y en Nueva York. Y en Cincinnati, Indianápolis y Boston. Porque la historia de este templo es la de una joya patrimonial cuyos tesoros fueron durante años minusvalorados, malbaratados y repartidos por medio mundo antes de darse cuenta de su carácter único.
La primera historia de San Baudelio comienza en el siglo X. La segunda, en 1922. Una terminó dejando en Soria la ‘Capilla Sixtina del arte Mozárabe’. La otra, repartiéndola por medio mundo. Una llenó el Duero de color, escenas bíblicas y animales tanto exóticos como comunes. La otra, aunque más moderna, remite a tiempos en blanco y negro y aún hoy es una cicatriz en el patrimonio histórico y artístico de Castilla y León.
En el Medievo el Duero ejercía de frontera natural entre musulmanes y cristianos. Las batallas eran constantes y fieras, pero también había cierta permeabilidad cultural. La fecha de construcción es incierta, pero se cree que en torno al siglo X la ubicación ya albergaba algún tipo de actividad religiosa. En torno al siglo XI o principios del XII se levantó la actual ermita. La particularidad es que el trabajo se encomendó a mozárabes, generalmente cristianos que habían vivido en tierras musulmanas y que se habían empapado de ambas culturas, en ocasiones profesando el Islam y en otras el Catolicismo.
Con esta rica mezcla de influencias se pusieron manos a la obra. Nadie duda de que se esmerasen en el exterior, pero les lució poco. El templo cuenta con dos volúmenes, el mayor casi cúbico para el acceso principal y la nave central y un cubo menor adosado como ábside. Apenas la puerta, con su arco de herradura, vaticina que dentro se encuentra algo poco habitual por no decir único en toda la cristiandad.
Cruzar el umbral de San Baudelio es impactante. En el centro de la pequeña nave principal nace una columna que extiende sus ocho nervios por el techo figurando una palmera en pleno campo de Caltojar, localidad castellana vieja. Aún más, el árbol pétreo está trufado de pinturas decorativas con filigranas y cenefas que llenan de color un espacio levantado hace casi un milenio. Su coro de piedra con su pequeño conjunto de columnas pintadas y las escaleras completan sus detalles arquitectónicos singulares.
Por las paredes este sorprendente colorido toma formas reconocibles. Por un lado, dos bueyes enfrentados. Por otro, un dromedario que, de beber, lo hubiese hecho en el Duero. Un galgo rampante lo flanquea mientras San Nicolás de Bari y el propio San Baudelio observan el espacio enclavados tras el altar desde hace nueve siglos.
Pero el avezado visitante no sólo se sorprenderá por lo que se ve, sino por lo que falta. En buena parte de esos muros y de esa techumbre de inspiración tropical hay espacios vacíos, páginas arrancadas de una historia apasionante. Y para encontrarlas y completar el libro, hay que dar un salto hasta el siglo XX.
San Baudelio fue declarado como Monumento Nacional en agosto de 1917, pero todo quedó en un trámite administrativo. Los vecinos, propietarios del templo, desconocían en buena medida el valor de las pinturas que les acompañaban.
Escenas de la caza de la liebre, un elefante portando un castillo sobre su lomo, un oso de factura un tanto naïf, un ibis africano, escenas bíblicas desde las tres Marías a la resurrección de Lázaro o las Bodas de Canaá... Sin embargo el templo estaba en desuso y se llegó a utilizar como taína para las ovejas según recordaban los más viejos del lugar. Tenía una alta distinción como patrimonio de España, pero sólo los lejanos académicos, ilustrados y estudiosos sabían de su valor real.
Corría 1922 cuando un avezado anticuario parisino llamado Leone Levi hizo una oferta por las pinturas. A la confluencia de musulmanes y católicos se unía un tratante judío, clave en la historia de este templo. La versión oficial dice que sobre la mesa se pusieron 65.000 pesetas. Hay voces que rebajan mucho la cifra, y que en tiempos recordaban que el 'beneficio' hubo que gastárselo en abogados y los vecinos del pueblo se quedaron sin pinturas, sin un duro y con un buen disgusto.
El caso es que las pinturas no eran para el propio Levi, sino para un marchante estadounidense llamado Gabriel Dereppe. Una vez cerrado el trato había que arrancarlas de las paredes y del techo y, sospechando que en algún momento alguien se iba a dar cuenta del desaguisado, se apresuraron a extraerlas. Para ello se utilizaron lienzos empapados en cola con una técnica delicada pero sencilla de entender: como depilarse con cera.
Pero había que sacarlas del país y se dio la voz de alarma. Se retuvieron y comenzó un largo pleito que las mantuvo en España, aunque arrancadas, durante tres años más. El 12 de febrero de 1925, con Primo de Rivera al frente del Gobierno, el Tribunal Supremo dictaminó que la venta era válida. Detrás quedaba un templo semidesnudo y unos propietarios señalados y atribulados por los gastos judiciales.
Las pinturas al temple que le habían valido el sobrenombre de 'La Capilla Sixtina del Arte Mozárabe' partían al otro lado del océano Atlántico. Al Maestro de Maderuelo, al Maestro de San Baudelio y a un tercer artista que trabajó en sus muros habría que haber comenzado por explicarles que existía América, ironías del destino. DE SORIA A ESTADOS UNIDOS
Las pinturas se fijaron en un lienzo disolviendo la cola de los paños que las mantenían 'enteras'. Dereppe pudo entonces venderlas a distintos museos de Estados Unidos. Así, aquellas escenas acabaron en la sección de claustros del Museo Metropolitano de Nueva York, en Cincinnati, Boston e Indianápolis. Los precios multiplicaron astronómicamente lo pagado a los propietarios.
Pero aquí no termina la historia. En 1956 se consiguió un canje con el Metropolitano newyorkino, aunque también supuso lacerar el patrimonio artístico español. Se pudieron traer de vuelta seis pinturas a cambio del segoviano claustro de San Martín de Fuentidueña, hoy montado piedra a piedra y exhibido en 'La Gran Manzana'.
Estos lienzos fueron a parar al Museo del Prado y a día de hoy no han vuelto a San Baudelio. Concretamente moran en la Pinacoteca Nacional, tras haber ido y vuelto a Estados unidos, un lienzo decorado a modo de cortina con figuras de círculos concéntricos; el icónico elefante que porta sobre el lomo un castillo; un oso capaz de emocionar a cualquier amante del arte medieval por su humilde trazo; la espectacular cacería del ciervo, cuyo valor más allá de lo artístico es mostrar una instantánea de aquellas prácticas; la cacería de la liebre con galgos, que al igual que en el anterior caso es una auténtica ‘Polaroid’ de la vida hace nueve siglos; y un soldado o montero.
Por su parte Nueva York atesora el dromedario que nació en la meseta; ‘La curación del ciego y la resurrección de Lázaro’; y ‘La tentación de Cristo por el Diablo’. Ironías del destino, tras montar allí la iglesia segoviana de San Martín de Fuentidueña ahora cuelgan en sus muros, creando una especie de iglesia románica española en el corazón de la Gran Manzana con bastante de mezcolanza.
Boston conserva ‘Las Tres Marías en el Sepulcro’ y ‘La Santa Cena’ con su friso. Indianápolis conserva ‘Las bodas de Canaá’, ‘La entrada de Jesús en Jerusalén’. Y en Cincinnati, a menos, queda un halconero a caballo, mostrando la cetrería a lomos de un brioso corcel blanco.
A pesar de este desmembramiento en el templo, en Soria, queda mucho de su antiguo esplendor y singularidad. Su irrepetible palmera de piedra, el coro pétreo, las pinturas y decoraciones que aún atesora o simplemente la atmósfera de recogimiento en un entorno único merecen la pena una visita. Y, a poder ser, sin prisa para poder empaparse de su luz.
Pero las actuales recreaciones digitales muestran que fue también mucho lo que se dispersó por medio mundo. Hoy es un atractivo turístico y patrimonial de primer orden, pero pudo convertirse en uno de los mayores iconos de toda Castilla y León y de España de no ser por la codicia de aquellos marchantes, que vieron el negocio del siglo aprovechando que las gentes del pueblo desconocían realmente el valor de su patrimonio. Es una ermita y una joya, sí, pero también un recordatorio de que para proteger hay que conocer.
BERLANGA Y CALTOJAR, IMPRESCINDIBLES
San Baudelio se encuentra fuera del núcleo urbano de Casillas de Berlanga, pero más allá de sus valores la visita obligada pasa por dos de las localidades más cercanas, Caltojar y Berlanga. A pesar de ser conocido como San Baudelio de Berlanga, lo cierto es que está en término municipal de Caltojar para orgullo de sus vecinos. Pero tienen más motivos para sacar pecho de su patrimonio ancestral y para acompañar la historia de la zona.
Desde el exterior, poco hace sospechar que San Baudelio es uno de los templos más coloristas de España. El culto en la zona data de hace casi un milenio, la ermita del siglo XII. / MARIO TEJEDOR
De hecho, la historia de San Baudelio se entiende mejor levantando la vista. Tres atalayas islámicas dominan el valle del río Escalote a su paso por Caltojar. La Ojaraca, La Veruela y La Corona datan posiblemente del siglo X, mientras que el culto en la zona de San Baudelio llegó en el XI y la ermita en el XII. Paso a paso, se ve cómo la frontera del Duero se fue consolidando y repoblando con cristianos. También se deja sentir esta evolución en la iglesia románica de San Miguel, ya del siglo XIII, que da continuidad a la trama histórica dejando además uno de los mejores templos de este estilo en el este de Castilla y León. Caltojar es todo un aula de historia y patrimonio.
Sus atalayas permiten comunicarse con la cabecera de comarca y visita imprescindible si se acude a San Baudelio, Berlanga de Duero. Su magnífico castillo ‘cidiciano’, ajado por los años pero todavía impresionante, recibe al visitante y se muestra omnipresente. A sus pies, el palacio de los marqueses de Berlanga vuelve a enhebrar la historia uniendo la Edad Media sobre el cerro y el renacimiento un poco más abajo. En su torre se encuentra la oficina de turismo y una exposición imprescindible para comprender la localidad.
También le acompaña una estatua de Fray Tomás de Berlanga. Explorador, misionero, promotor de la agricultura en Sudamérica y Centroamérica, figura clave en la expansión del tomate o el plátano, precursor –teórico– del Canal de Panamá antes de que fuese factible... Merece la pena conocerlo.
La colegiata de Santa María del Mercado es el edificio religioso más destacado, aunque perderse por sus calles tampoco carece de encanto. Palacios y palacetes, porches de madera de recio sabor castellano o restaurantes de altura, como Casa Vallecas con sus dos Soles Repsol y su dominio de la micología, son elementos suficientes para perderse... o encontrarse.