La alargada sombra de la viña de Tomás Recio

Son muy pocas las bodegas de esta región que pueden demostrar un ADN y una raíz con el territorio. Un perfil que se aprecia mucho en el mercado actual de los vinos de calidad. Hoy, prescriptores, blogueros y críticos internacionales valoran extraordinariamente estos tres factores cuando opinan y analizan un vino: la raíz familiar, el vínculo con el terruño y la personalidad del vino. Pues bien, son muy pocos los que pueden demostrarlo, aunque en el ámbito geográfico de la DO Rueda quedan unos cuantos ejemplos que contribuyen y explican el fenómeno emergente de los vinos blancos de calidad que se producen en la zona. Aquí va el ejemplo de Teodoro Recio, viticultor y bodeguero. Sus vinos y su bodega llevan su apellido. Resulta que el abuelo de Teodoro, que se llamaba Tomás Recio, fue uno de esos jornaleros que trabajaron de sol a sol en las huertas de los ricos. Pero el bueno de Tomás ahorró todo lo que pudo para comprarse su primera viña. Una hectárea y media en el municipio vallisoletano de La Seca, más tarde su hijo, Teodoro Recio Gutiérrez, continuó con el oficio de hortelano y agricultor.

Aún hoy, en la familia recuerdan aquellas estampas de una niñez ayudando a su padre y con siete años montado en la burra «que tenía los ojos tapados y estaba atada a una noria para sacar agua del pozo y el niño se quedaba dando vueltas al lomo del animal». De nuevo, los Recio volvieron a apostar por la vid. Los cinco hijos de Tomás trabajaban en la huerta y en las viñas hasta que entre todos reunieron el suficiente dinero para ir comprando viñedos. Y este es el escenario en el que el actual dueño de la bodega inscrita en la Denominación de Origen Rueda, Teodoro Recio San José, viene al mundo en la vendimia del 58. Desde entonces, no se ha apartado de la viña. Como su padre, perteneció a la cooperativa de La Seca, verdadero embrión de la vitivinicultura en la comarca. El salto definitivo tuvo lugar en la añada de 2015 cuando construyó la nueva bodega en el viñedo. A partir de ahí, el hijo de Teodoro, Roberto Recio, se une al proyecto y aparca por el momento su formación en Ciencias de la Actividad Física y el Deporte. La raíz familiar, con cuatro generaciones, está suficientemente contrastada. Las características de sus vinos blancos se deben a un terruño propio, pues sus 40 hectáreas de viñedo se localizan en el término municipal de La Seca, salvo una pequeña partida en la pequeña Foncastín. Todo de uva verdejo y con una media de edad de entre 35 y 40 años, siendo los viñedos más antiguos de los años 60. «En los años 80», asegura Roberto, «mi padre fue de los primeros en apostar por las espalderas en las plantaciones de viña». Los pagos, otro de los fenómenos que cotizan en la imagen del vino, también tienen una buena respuesta en la bodega de Teodoro Recio. Las instalaciones del lagar, casualmente, están sobre el pago de Montepedroso, que da nombre a uno de sus vinos. Pero además, entre otros, las uvas de verdejo proceden de Macaná y el pago de Barco Briones. Actualmente la bodega produce 300.000 botellas de media al año. Y según Saray Rayón, responsable de la dirección comercial y exportación, que forma parte de la bodega desde su origen, la totalidad de la producción de botellas sale a los mercados con fluidez. El 25%, destinado a la exportación. Los vinos de la bodega llegan al mercado con las etiquetas de Clauma, Cuna de la Seca, Robeser y Teodoro Recio que es el santo y seña de la casa. Por el momento, Teodoro Recio cierra filas en los blancos de uva verdejo jóvenes y con crianza sobre lías. El contacto con el roble y otras tipologías de vino formarán parte del futuro. Por ahora, Teodoro Recio es una de esas bodegas vallisoletanas que puede presumir de un ADN de Verdejo y de Rueda.