Diario de Valladolid

TURISMO | SIERRA DE AYLLÓN

Moldeados con el color de la tierra

Ocho pueblos segovianos conforman la Ruta del Color. Sus construcciones muestran un rico catálogo geológico de pizarras y conglomerados

El caserío de Madriguera, armónico, se observa desde cualquier perspectiva como uno de los pueblos mejor conservados.-T.S.T.

El caserío de Madriguera, armónico, se observa desde cualquier perspectiva como uno de los pueblos mejor conservados.-T.S.T.

Publicado por
TERESA SANZ TEJERO
Valladolid

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Los llaman los pueblos rojos y los pueblos negros, pero también los hay amarillos, como Martín Muñoz de Ayllón, y mixtos de negro y rojo como El Negredo, que pese a deber su nombre al negro originario de las pizarras, su caserío se ha ido consolidando con mezcla de ambas tonalidades.

Villacorta, Madriguera, El Muyo, Serracín, Becerril, Alquité y El Negredo, fueron levantados, como otros rincones rurales, a base de materiales que ofrecía el cercano terruño y, en estas latitudes, la tierra es rojiza, arcillosa, con pizarra y calizas, y las construcciones se confunden desde el aire con la propia sierra que los rodea.

El piedemonte septentrional de la Sierra de Ayllón está constituido por tres grandes conjuntos de rocas: pizarras y cuarcitas, brechas ferruginosas, y conglomerados cuarcíticos. De ahí los colores de estos pueblos.

La Ruta del Color parte de Riaza, una villa estratégicamente situada y bien comunicada con capitales cercanas, como Segovia, Burgos, Soria, Guadalajara, Madrid y Valladolid.

Como señalan los riazanos, orgullosos de su patrimonio natural y su geografía, «Riaza está a un paso de muchos lugares, entre los 85 kilómetros que distan a Segovia y los 130 que la separan de Burgos».

Nada más atravesar el Puerto de Somosierra, más allá de Riaza, donde el blanco y el amarillo deslumbran a la luz del día, empieza la ruta de los pueblos rojos, partiendo de la SG-V-1111.

Riaza es amarillo, como Alquité y Martín Muñoz de Ayllón. Es la cabecera de la Comarca y a su Ayuntamiento pertenecen los ocho pueblos que integran la Ruta del Color.

Entre ellos distan pocos kilómetros y de Riaza no les separan más allá de una veintena de kilómetros, como recuerda Laura Herrero, técnico de Turismo y entusiasta de su tierra. «Primero Alquité; luego Martín Muñoz, después Villacorta. Algo más arriba Becerril y, más allá, Madriguera. Serracín y El Muyo casi a la misma distancia y El Negredo en último lugar», explica.

A pocos kilómetros de la conocida como Ermita de Hontanares, donde los riazanos veneran a su patrona, La Virgen de Hontanares, deslumbran desde el aire las raras perspectivas que ofrecen los pliegues de la tierra.

El agua arrastrada durante siglos ha ido formando escorrentías gigantes; cárcavas que, ahora, se muestran como rugosidades feroces de rojo rebrotado por el verde.

Esas laderas que se ven desde el aire o a ras de tierra, circulando por las carreteras, anuncian la riqueza colorista de Villacorta y Madriguera, los pueblos más rojos de la provincia segoviana, en los confines que asoman a Burgos, por un límite, y a Guadalajara, por el otro.

Son pueblos tranquilos, cuyos habitantes vivieron hace un siglo del ganado y su pastoreo, además de las faenas que proporcionaban los difíciles campos de cultivo.

Ahora, en tiempos de viaje y turismo rural que busca lugares recónditos, su entidad de pueblos perdidos y auténticos los hace excepcionales para el viajero.

En Villacorta las segundas residencias y el turismo que opta por el descanso han permitido que el pueblo resurja de un largo letargo. Este pueblo con nombre descriptivo llegó casi a despoblarse hace cuarenta años. Sin embargo, el censo en la última década ha ido sumando cerca de cuarenta vecinos empadronados que probablemente tripliquen la población sin censar en periodos vacacionales.

Dicen los lugareños que observan al detalle la evolución de estos rincones que Villacorta se ha reconstruido «armónicamente, sin pretensiones y tiene una vida más real», mientras que Madriguera se fue levantando más cuidadosamente, sin irrupciones disonantes en su caserío. Ambos rincones procuran las mejores estampas en rojo.

Un paseo por las calles de Villacorta permiten algunas sorpresas fantásticas, como la iglesia de Santa Catalina, que conserva un pórtico románico y un artesonado mudéjar con los que no cuentan los visitantes que han caído por allí sin más información.

De Villacorta a Madriguera, la arcilla, salpicada de pizarras en negro, sigue impregnándolo todo.

Si en Villacorta el entramado rural enseguida se acaba, en Madriguera el visitante recorre un pueblo de mayor tamaño, no en vano este rincón fue un importante enclave comercial en el siglo XIX.

Vivió su declive con la emigración masiva hacia las ciudades, experimentada en los años sesenta, pero de nuevo, el turismo rural ha hecho resurgir la vida, al mismo tiempo que se rehabilitaban las edificaciones. En todas ellas se ha usado la arcilla y la piedra rojiza de la zona.

Todo en Madriguera es rojo: rojas las areniscas ferruginosas utilizadas en los muros de sus casas e igualmente roja la arena de los revocos. «En Madriguera hace juego desde el polvo rojo del camino a las parras que en otoño enrojecen y los tiestos de las ventanas», dice una vecina, apuntando a los geranios rojos que cuelgan aún en flor de las ventanas próximas.

Desde Madriguera, un cruce de caminos indica una desviación hacia el término de El Muyo; una especie de museo etnográfico al aire libre donde el color de sus mamposterías lo convierte en el mejor pueblo negro de la comarca.

El tiempo parece haberse detenido entre sus piedras, pero ya no es el poblado que en los años Ochenta solo retuvo dos vecinos, una viuda y un pastor.

Ahora hay censados catorce habitantes y algunas casas de reposo dan vida a la zona sobre todo en vacaciones y fines de semana.

Llama la atención del visitante el hecho de que el caserío se asiente sobre una veta natural de pizarra. Por eso, el paseo por El Muyo es imprescindible para no perderse el mejor pavimento de la comarca que es el que ofrece la calle Poza, con un adoquinado espectacular a base de mazacote de pizarra. Su iglesia, dedicada a San Cornelio y San Cipriano, lanza destellos rojos desde sus tejas y la alta espadaña.

La aldea más próxima a El Muyo es Serracín que figura también entre los pueblos negros. Mantiene una población de once vecinos, aunque a primera vista podría pasar por un pueblo abandonado. En su Plaza Mayor, dos fuentes y un lavadero completan la estampa rural junto a la Iglesia de la Natividad, de la que únicamente se conserva la espadaña.

Otra vez en la carretera rumbo a Riaza, un desvío conduce al visitante hasta Becerril. El camino por una carretera estrecha compensa con unas vistas preciosas de la sierra.

De nuevo hay que perderse por sus callejuelas y contemplar las robustas casas de pizarra, su singular plaza, el pilón y la iglesia.

Esta localidad emplea para la arquitectura popular de sus casas las rocas rojizas para sillares y mampostería, mientras los tejados se cubren de pizarra. Su edificio más emblemático es la Iglesia románica, reformada en el siglo XVI. La portada románica de entrada a la nave está formada por dos arquivoltas decoradas con motivos vegetales. En su interior cuenta con un retablo central de estilo barroco.

Una magnifica acebeda, entre la que se encuentran tejos, serbales y fresnos, brinda algunas de las sendas para caminar las inmediaciones de los pueblos rojos y negros.

Hay más de ochenta kilómetros de senderos señalizados, respetando los antiguos caminos y vías que unían las poblaciones.

Conviene adentrarse en lazona con información y planos de los dieciséis senderos que tiene publicados el Ayuntamiento de Riaza. No basta confiar en los mapas de Google porque la señal es deficiente y se pierde entre los valles y los bosques que en esta época otoñal se contagian de la intensidad del color de sus pueblos.

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