La noche de las luciérnagas

No me tiene preocupado que no aprovechemos una noche del año tan especial como es la de San Juan. Llenamos bares y hoteles con un santo que, curiosamente, da nombre a una de las noches más anárquicas y transgresoras del año. Por fortuna, esta es una bella metáfora de nuestra cultura occidental. Las ciudades ya tienen el presupuesto ajustado para darle caña a esa noche ruidosa, donde se quemarán otra vez trastos y alcohol en hogueras controladas y cargadas de decibelios.

No me refiero a ese fuego, me refiero a una lumbre que se apaga y que está más cerca de la chimenea, de la cocina de carbón, de la gloria y, si me apuran, del fuego como símbolo y rito de una vieja cultura que se nos quemó. De ahí esas hogueras que, en los pueblos, mozos y mozas saltábamos –y saltan aún– tal que esta misma noche, la de San Juan. Puestos a defender el fuego, propongo que recuperemos la luz de las luciérnagas.

No podemos consentir que las nuevas generaciones no alucinen con esas lucecitas que hacen la competencia a las llamas de la hoguera de San Juan. Dicen que las mataron los pesticidas. ¿Se imaginan que a alguien le dé por recuperarlas y vender noches a la luz de las luciérnagas como una rama más del árbol verde del turismo rural? Esta noche le pido a San Juan que ilumine a biólogos y entomólogos para que se pongan a trabajar en ello, que el lobo y el oso están a buen recaudo.