Diario de Valladolid

BURGOS

Alas en el menú neandertal

Una investigación liderada por la bióloga Goizane Alonso ha documentado por primera vez el consumo de aves por parte de neandertales en el interior de la Península Ibérica en Valdegoba 

Goizane Alonso Caño, investigadora predoctoral de la Universidad de Burgos

Goizane Alonso Caño, investigadora predoctoral de la Universidad de BurgosECB

Publicado por
M.MERINO
Valladolid

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Cuando se habla de la dieta neandertal, la imagen que más se nos viene a la cabeza es la de un cazador acechando ciervos, o bisontes en un paisaje helado. Grandes presas para grandes cazadores. Sin embargo, una reciente investigación en el yacimiento burgalés de Valdegoba ha roto ese molde. Y es que, entre huesos de rebeco y rastros de herramientas líticas, han aparecido fósiles diminutos de aves, y algunos con marcas que cuentan una historia nueva: los neandertales también comían pájaros.

Podría parecer un detalle menor, pero no lo es. Porque identificar marcas de corte en huesos tan pequeños es como buscar una aguja en un pajar —literalmente. Además, es la primera vez que se documenta este tipo de consumo en la submeseta norte, lejos de las costas donde ya se había constatado el aprovechamiento de aves. ¿Qué implica esto? Que aquellos grupos humanos no solo eran buenos cazadores, sino también adaptables, versátiles, ingeniosos. Y que su dieta era más amplia —y compleja— de lo que se venía imaginando.

Detrás de este hallazgo está un equipo liderado por Goizane Alonso Caño, investigadora predoctoral de la Universidad de Burgos, que ha llevado a cabo el estudio con precisión casi detectivesca, lupa en mano, hueso a hueso, sin financiación y con una motivación que contagia. El resto del grupo está conformado Juan Carlos Díez Fernández-Lomana, y Antonio Sánchez-Marco, del Institut Català de Paleontologia Miquel Crusafont

Alonso es experta en el estudio tafonómico de la fauna, concretamente en yacimientos neandertales y en huesos de animales pequeños como conejos o aves. Un estudio tafonómico es «buscar pistas» en los huesos que nos indiquen cómo han llegado esos huesos ahí, explica. Encontrar marcas de corte en un hueso es indicativo de que los humanos lo han procesado de alguna forma cuando aún tenía carne. Otros animales también dejan sus marcas, y así se va descifrando la historia.

La historia de este descubrimiento comienza con unas cajas olvidadas. Alonso conocía a Carlos Díez, uno de sus profesores del máster en Evolución Humana de la UBU y experto en tafonomía. Había leído algunos de sus trabajos, así que cuando él le comentó que conservaba unas cajas llenas de huesos de aves del yacimiento de Valdegoba, ya identificados a nivel de especie pero sin análisis tafonómico, se encendió la bombilla. A Alonso le pareció una oportunidad fascinante. No solo por el material en sí, sino porque ya contaba con experiencia previa: su trabajo de fin de máster también había girado en torno al estudio tafonómico de aves. Así que dijo que sí sin dudar.

Esta investigación ha supuesto una novedad significativa en el conocimiento que tenemos sobre los neandertales, especialmente en el interior de la Península Ibérica. Hasta ahora, no se había documentado el consumo de aves por parte de estos grupos en esta región, aunque sí en otras zonas peninsulares, donde también hay evidencias del aprovechamiento de conejos.

Este tipo de descubrimientos es especialmente revelador porque ayuda a romper con una idea muy arraigada: la imagen del neandertal como un cazador exclusivamente de grandes presas, como ciervos o bisontes. Y, aunque ciertamente esos animales formaban parte de su dieta, los de talla pequeña —como las aves— han pasado históricamente más desapercibidos, quizá por considerarse menos «interesantes» desde el punto de vista arqueológico.

Sin embargo, lo son. Y mucho. No solo porque también estaban en el menú, sino porque su consumo refleja una capacidad de adaptación y una versatilidad alimentaria que va más allá del cliché del gran cazador.

El trabajo de laboratorio ha consistido en analizar los huesos uno por uno utilizando una lupa binocular, y una lupa conectada a una cámara de gran resolución para poder observar mejor esas marcas, que a veces pasan desapercibidas a simple vista. Sánchez fue quien se encargó primero de identificar las aves a nivel de especie.

Uno de los hallazgos más inesperados para Alonso fue la aparición de marcas de corte en algunos de los huesos. No es algo habitual en restos de animales pequeños, ya que su consumo no suele requerir el uso de herramientas. Algo parecido podría haber hecho un neandertal hace miles de años. Por eso, encontrar señales tan claras de corte en estas aves fue una auténtica sorpresa. Y precisamente por esa rareza, estos indicios se convierten en una pista valiosa sobre cómo interactuaban con su entorno y cómo procesaban sus alimentos, incluso aquellos de menor tamaño.

Estudiar la dieta de nuestros antepasados, como en este caso la de los neandertales, es clave para comprender cómo lograron adaptarse y sobrevivir en entornos tan cambiantes. A través de los restos analizados, se puede saber si practicaban una caza especializada —centrada, por ejemplo, en una especie concreta— o si, por el contrario, aprovechaban una gama mucho más amplia de recursos. Estos datos nos hablan de su versatilidad y de su capacidad para ajustarse a un mundo en constante transformación, donde el clima y la fauna cambiaban con frecuencia, obligando a los grupos humanos a modificar sus hábitos alimentarios.

De hecho, hoy sabemos que la estrategia dietética de los neandertales era mucho más compleja y flexible de lo que se pensaba, explica la investigadora. Lejos de ser simples cazadores de grandes presas, su alimentación incluía desde ciervos y bisontes hasta conejos, aves, tortugas, moluscos y vegetales. Esta diversidad sugiere un conocimiento profundo de su entorno y una gran capacidad para adaptarse a distintos paisajes. No comía lo mismo un grupo asentado en la costa que otro que viviera en un bosque del interior. Y esa plasticidad dietética, lejos de ser una excepción, parece haber sido una de sus grandes fortalezas.

La publicación del estudio en Journal of Archaeological Science: Reports ha supuesto un hito clave en la trayectoria investigadora de Alonso. No solo por el interés que han despertado los resultados, sino también por lo que representa dentro del ámbito académico. «Cuantas más publicaciones logras, más opciones tienes de hacerte un hueco en investigación», explica, que ve en esta publicación un doble logro: por un lado, la validación de un trabajo relevante y riguroso; por otro, un impulso para continuar creciendo profesionalmente.

De cara al futuro, la investigadora tiene claro que quiere seguir profundizando en esta misma línea de investigación, ampliándola a otros yacimientos. Su objetivo más inmediato es terminar su tesis doctoral, pero ya piensa en dar el siguiente paso: conseguir financiación para un proyecto postdoctoral que le permita colaborar con nuevos centros de investigación y seguir analizando el comportamiento de los grupos humanos del pasado. «Y si pudiera excavar en nuevos yacimientos, sería fantástico, por supuesto», concluye con entusiasmo.

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