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Detectores del estrés que daña el ojo

Investigadores del IOBA buscan biomarcadores que pudiesen servir como predictores de progresión de la retinosis pigmentaria

Investigadores del IOBA en sus instalaciones de Valladolid.-J. M. LOSTAU

Investigadores del IOBA en sus instalaciones de Valladolid.-J. M. LOSTAU

Publicado por
Estibaliz Lera

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Es un conjunto de enfermedades de la retina, que no tienen tratamiento y que conducen de manera progresiva a la pérdida de visión periférica, a la ceguera nocturna y finalmente a la ceguera total. La retinosis pigmentaria está considerada como una dolencia rara, sin embargo, es la primera causa de ceguera de origen genético en la población adulta. Afecta a 1 de cada 5.000 personas en el mundo. En España, se calcula que debe haber alrededor de 20.000 enfermos, de los cuales cerca de 2.500 son de Castilla y León. Es más frecuente en varones que en mujeres.

Es una patología «compleja y heterogénea». Detrás de ella se han identificado hasta 3.000 mutaciones diferentes de genes. Además, no sigue un patrón. Puede tener distintos síntomas o diversa severidad, incluso dentro de una misma familia, debido a la interacción de factores genéticos y ambientales. Las primeras manifestaciones suelen tener lugar en la infancia o adolescencia y afectan a los dos ojos. Avanza de forma lenta y paulatina. Al principio se pierde visión en lugares poco iluminados. Más adelante, el campo visual se reduce dando lugar a lo que se conoce como visión en túnel. Los pacientes pueden mantener una buena visión central pero aún así tienen una notable limitación de la función visual, lo que conduce a que el enfermo deba girar continuamente la cabeza para ver lo que se encuentra a su alrededor.

Con el paso del tiempo aparecen nuevos síntomas, como disminución de la agudeza visual central, dificultad para la percepción de colores o destellos de luz. En fases avanzadas, existe una profunda pérdida de la visión. La velocidad de su progresión y avance es muy variable, lo que añade complejidad en su estudio. El pronóstico depende de la forma de herencia y de la edad de presentación. Es tanto mejor, cuanto más tarde aparece la enfermedad.

Cada vez existen más evidencias de que los afectados por retinosis pigmentaria perciben una relación entre su nivel de estrés y el empeoramiento en su capacidad visual. El problema es que medir el estrés de forma objetiva es complicado y en la actualidad solo existen métodos de evaluación subjetivos. Por esta razón, investigadores del Instituto Universitario de Oftalmobiología Aplicada (IOBA) de Valladolid trabajan en un proyecto para encontrar biomarcadores de estrés en saliva, lágrima y pelo que pudiesen servir como predictores de progresión de enfermedad o de respuesta al tratamiento en pacientes con distrofias de la retina.

Hasta ahora no se había abordado este enfoque en este tipo de dolencias. «Es innovador porque se trata de actuar sobre factores que acompañan a la enfermedad, aunque no forman parte directa de la misma, pero condicionan la calidad de vida de los pacientes», asegura Salvador Pastor, oftalmólogo del IOBA y adjunto del servicio de oftalmología del hospital Clínico de Valladolid, para, más tarde, añadir que se trata de una «herramienta útil» para evaluar de forma objetiva los beneficios de los tratamientos aplicados. Además, dice que los biomarcadores podrían servir para identificar futuras dianas terapéuticas no solo para el tratamiento de esta dolencia sino para otras.

El estudio se basa en la identificación de moléculas, específicamente implicadas en el estrés, en la inflamación u oxidación y que están presentes en muestras biológicas recogidas de manera no cruenta y analizadas mediante técnicas de laboratorio, con el fin de averiguar si alguna de ellas puede ser utilizada como un potencial biomarcador que pudiese predecir de manera más precoz aquellas personas con niveles más elevados de estrés y, por tanto, con mayor riesgo de empeoramiento en su capacidad visual.

En este sentido, detalla que para su recogida se utilizan métodos no invasivos e indoloros. «Son fáciles de recoger y de almacenar y se pueden obtener grandes cantidades de muestras». Ahí no se quedan las ventajas. También comenta que pueden dar información sobre el estrés de manera retrospectiva, en especial los analizados en el pelo, puesto que se pueden estudiar una «gran variedad de moléculas».

El proyecto surgió a través de un trabajo de fin de máster de un alumno afectado por retinosis pigmentaria. «Nos comentó que en las circunstancias en las que estaba sometido a situaciones de estrés –laboral o tras una infección viral o cansancio físico– su capacidad visual empeoraba y tenía la sensación de que su enfermedad avanzaba», explica Pastor. A partir de ese relato, el IOBA decidió dar un paso más allá y de la mano de la Asociación de Afectados de Retinosis Pigmentaria de Castilla y León llegar hasta el final. De momento, van por el buen camino. Han sido seleccionados por la Gerencia Regional de Salud y recibirán fondos.

Es lógico. Tal y como defiende, es una iniciativa «pionera» que utiliza métodos objetivos para ayudar a los afectados a mejorar su calidad de vida, ya que se sienten «desesperados» esperando un tratamiento curativo que no termina de llegar. En el estudio han participado 78 personas. Se han recogido y analizado variables clínicas oftalmológicas: estrés, ansiedad y calidad del sueño mediante escalas validadas y se han recogido muestras biológicas en pelo, saliva y lágrima para analizar diversas moléculas.

«La mayoría de los afectados estudiados tenían fases moderadas avanzadas de la enfermedad. Se encontró que hasta un 60% mostraba algún trastorno de sueño y prácticamente el 80-90% de los pacientes presentaba algún grado de ansiedad. Dentro de las variaciones moleculares, cabe destacar alteraciones en niveles de cortisol, testosterona y melatonina y alfa amilasa».

Por tanto, explica que los resultados hallados indican que los pacientes presentan unos niveles de ansiedad y estrés mucho más elevados de lo que ellos son conscientes. Además, se ha reflejado en las variaciones encontradas en las mediciones objetivas. En su opinión, todo esto puede afectar a su calidad de vida, y a la progresión de su enfermedad y puede tener una repercusión negativa en su salud, teniendo más riesgo de padecer trastornos de sueño-vigilia, alteraciones cardiovasculares, metabólicas, depresión y trastornos psiquiátricos.

Y es que, insiste el oftalmólogo del IOBA, no existe tratamiento curativo. La mayoría de los esfuerzos están centrados en las terapias neuroprotectoras, tratamientos con células madre o terapias génicas y en los casos más avanzados en el desarrollo de ojos biónicos. Sin embargo, subraya que, aunque representan un futuro cercano, sus efectos terapéuticos sobre la patología son «muy limitados». A esto se suma que es conveniente hacer un estudio genético para determinar los genes implicados en las mismas y contribuir a su prevención y erradicación de futuras generaciones.

En este sentido, informa de que «desgraciadamente», en Castilla y León, menos de un 20% de los afectados por retinosis pigmentaria y sus familiares directos ha podido tener acceso a un diagnóstico y consejo genético, a diferencia de otras comunidades en la que la mayoría de los pacientes tienen acceso a estos servicios. Un «importante avance», puesto que a través del diagnóstico y el consejo genético es posible actuar antes de que aparezcan los primeros síntomas de la dolencia, confirmando el estado de la familia, identificándose las personas sanas, las afectadas, el portador e incluso hacer un diagnóstico prenatal. Todo ello contribuye de manera «eficaz» a prevenir la enfermedad.

El siguiente paso de este equipo de investigadores vallisoletanos es realizar un ensayo clínico en el que se pueda probar diferentes dianas terapéuticas basadas en biomarcadores previamente encontrados que pudiesen minimizar el impacto del estrés sobre la capacidad funcional de estos pacientes. «Creemos que se pueden probar terapias de neuroprotección encaminadas a tener un efecto en la detención de la progresión de la enfermedad», declara Pastor a la vez que recalca que es «fundamental» seguir insistiendo en la identificación genética de los pacientes.

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