Diario de Valladolid
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Redacción de Valladolid
Valladolid

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En la época más dura del luiscesarato, cuando la etapa del anterior entrenador albivioleta tocaba a su fin pero la destitución no acababa de llegar, dije que en el Real Valladolid-Osasuna de la última jornada se podrían recoger los nombres y hasta el DNI de los presentes.

Siete partidos con un nuevo entrenador han servido para que en el octavo los seguidores recuerden lo que significaba que un futbolista vistiese de blanquivioleta, la verdadera dimensión del estadio Zorrilla como caldera y no como masa de cemento fría, y la emoción. El sentimiento. La comunión más absoluta entre grada y jugadores.

El mismo público que parecía asistir a una muestra de teatro aficionado moldavo rugió como si sus hijos, padres o hermanos fuesen quienes corrían sobre el césped. Los mismos jugadores que daban la impresión de tener agujeros en las botas y sestear en cuanto la ocasión se hacía almohada, se convirtieron en gurkas de cuchillo entre los dientes, sin el menor deseo de hacer prisioneros.

En mi vida he visto una recepción como la que le tributaron los aficionados al autocar del equipo en su llegada al estadio. Ponía la piel de gallina. Los dormidos de arriba y los inútiles de abajo demostraron que no lo son. Que sólo hacía falta una chispa para que el matrimonio tan fructífero de los 80 y los 90 entre grada y campo reverdezca.

Ahora se trata de prolongarlo en el tiempo, poniendo cada uno de su parte. La plantilla lo está haciendo con creces, en un final de Liga de superhéroe. Los aficionados no pueden mostrar la máxima emotividad cada jornada, pero sí acompañar en mayor medida y poner todo el corazón en los momentos clave: ayer, el próximo jueves y, ojalá, la siguiente semana.

Ir al José Zorrilla no puede convertirse en un día de fiesta anual, como el de San Pedro Regalado. Cada ciudad tendrá el equipo que ella misma quiera, dejando aparte las cuestiones económicas. Los equipos que cuentan con 20.000 aficionados cada quince días parten con ventaja. Y aunque está demostrado que no es la panacea para asegurarse el ascenso, no es lo mismo jugar ante un estadio lleno que frente a un grupo diseminado de personas que hablan a media voz. Ésta es la gran ocasión de que el Real Valladolid vuelva a ser lo que ha sido, incluso aunque no ascienda. Porque la alegría y el optimismo actuales son superiores a las de las otras dos promociones que finalizaron en fracaso. Y en la de Djukic el equipo hizo una Liga que apenas dejaba dudas sobre la tercera plaza de ascenso.

No olvido quien es el responsable de transformar el plomo en oro. Algunos arúspices minimizan la figura del entrenador. ‘El fútbol es de los futbolistas’, sentencian.

Y una mierda. La figura del entrenador es capital. Como la del profesor en la clase o la del capitán en el barco. El giro copernicano imprimido por Sergio a esta plantilla es indudable. Ha logrado que juegue un fútbol vistoso y competitivo, siendo el equipo más en forma de Segunda. Lo ha hecho desde la recuperación de la autoestima.

Ayer vivimos un día en el Paraíso. Pero queremos más. Y me temo que los de dentro del campo, también.

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