Diario de Valladolid
Publicado por
Arturo Alvarado
Valladolid

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El jaguar que pareció verse por Montemayor no era un fraude. Vestía de blanquivioleta y, tras una larga caminata, acampó en el José Zorrilla durante media hora de partido. Era un felino de tamaño medio llamado Real Valladolid, dispuesto a devorar al Lugo pese a su primer e inesperado mandoble. Rugía con potencia exacerbada, sus garras lucían afiladas con cuchilla y los movimientos eran rápidos y gráciles. Parecía cuestión de tiempo que devorase a los gallegos.

Tiempo. Lo que siempre les sobra a los pucelanos. O les falta. La cosa es que nunca lo ajustan a sus intereses. La afición se dio cuenta en la segunda parte que el jaguar era el disfraz de Sísifo, el héroe mitológico más parecido al Real Valladolid. El condenado a subir una piedra hasta lo alto de una montaña para que después ruede hasta abajo y repetir ad nauseam el proceso.

Porque el equipo de Herrera ha entrado en un bucle. Es incapaz de ser regular durante un partido, y no digamos en una serie de encuentros. Alterna la brillantez con el apagón y hasta con la desidia. El mecano albivioleta es capaz de tener casi montado lo que parece una nave espacial, y con dos piezas más y tres golpes de destornillador lo que al final sale es una carreta de bueyes.

Este Real Valladolid no despega. Lleva toda la temporada amenazando con coger altura pero vuelve a posar su panza en el suelo. Cualquier revés puede con él. Ni sabe sufrir, ni levantarse, ni hacerse valer. Es un adolescente entre marines. Y esto va de tipos duros. La Segunda es para personajes de Clint Eastwood, no de Almodóvar.

Ayer tiró a la basura media hora excelsa, enmarcada en una vistosa, efectiva y prometedora primera parte. Nadie sabe cómo un equipo con brújula, gps y sextante puede irse a la deriva, pero el pucelano es especialista en hundir su propio barco sin que lo frían a cañonazos. Como los piratas de Astérix.

Los fallos en los pases de la segunda mitad trajeron, con las reiteradas pérdidas de balón, la duda. Ésta, la desubicación de los jugadores y, con ella, la falta de presión. Llegó un momento en que ni se construía ni se defendía. Existían todos los ingredientes para que se diese la tormenta perfecta. La nave pucelana no se hundió porque el Lugo también fue mediocre tras el descanso, aunque bastante mejor que su rival. Y más ordenado.

El las filas pucelanas, nadie en el campo se dio cuenta del caos ni se erigió en líder para mandar a sus compañeros a sus puestos. Siguió el descalabro y cada intento de Herrera desde el banquillo de arreglar el desaguisado lo empeoraba. El final fue un desastre con todos fuera de sitio y, aún así, se pudo ganar. Qué grande es el fútbol. O qué cabrito.

La próxima semana Sísifo sube su piedra en Huesca, tierra de montañas. Aguantará hasta que caiga. Porque 3.000 años de mito no van a ser derrotados por unos señores incapaces de construir épica ni lírica en 90 minutos.

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