Diario de Valladolid
Publicado por
Beatriz S. Olandía
Valladolid

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Es complicado saber en qué maldito momento de la historia actual las normas, otrora básicas, en el vestir masculino se fueron deformando y relajando hasta dejar caer los pantalones a media nalga. En un proceso tan deprimente como desalentador, pasamos de elegantes señores impolutos y planchados, coronados en los días más normales con un sombrero a juego con sus buenos modales, a paisanos que desdibujan las costuras en una mueca triste que termina con un bajo de vaquero deshilachado y una playera mal abrochada. El mundo se desmorona a nuestro alrededor y en lo único que pensamos es en la comodidad de un hato que antaño no vestirían ni los marraneros de pueblo. Ay, el traje. Ese conjunto que pocos saben lucir hoy día, confundidos en la idea de que llevar corbata les eleva un palmo del suelo. El traje, ese modelito que afortunadamente aún hay quien rescata para las grandes ocasiones, para demostrar el respeto por el trabajo, para poner de manifiesto que ese no será un día cualquiera.

Borja eligió, me atrevo a aventurar que concienzudamente, un traje para la vuelta a la que él mismo ha definido como su casa. Ante los medios de comunicación se presentó impecable, supongo que consciente de lo que quería decir con ello: seriedad, ilusión, respeto. Contrastaba lo sofisticado del asunto con la zamarra blanquivioleta que ha vuelto a ceñirse en una segunda parte que se espera que rompa con el dicho popular. Porque si en el primer pase de esta película con regusto a años 50 el resultado fue notable, en su vuelta a casa debiera destilar experiencia, algo de lo que el Real Valladolid no anda sobrado. Porque cuando alguien vuelve, y lo hace envuelto de esa guisa, se espera de él algo más que un esfuerzo físico. Es muy probable que la mejor baza de Borja en este equipo sea, además de su trabajo en el campo, su ilusión y su compromiso en el vestuario.

Cuando un equipo como el Real Valladolid ha de enfrentarse a un objetivo tan ambicioso como el del ascenso, debe nutrirse no sólo de savia nueva y desenfado, sino también del reposo calmo que otorgan los años. Recuperar a jugadores como Borja, que demuestran con un gesto tan sencillo como el de su corbata bien anudada lo que significa este equipo para ellos, es una sabia y elegante decisión. Revivir aquel centro del campo fuerte en torno al que giraba el juego del equipo de hace diez años, la pareja del señor del traje con Álvaro Rubio, servirá para poner una base sólida y experimentada a este equipo. Una decisión, la del fichaje y la del traje, que sólo puede celebrarse con un buen whisky destilado con paciencia y sabiduría... y un buen sombrero.

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