Jenni Alvarado vuelve con un imaginario evocador más allá de las apariencias
La artista duranguesa exhibe en la Galería Javier Silva la muestra ‘Entre el ojo y la mirada siempre hay algo que celebrar’

Jenni Alvarado junto a ‘Noche de verano en Formentera’ y ‘Autorretrato cítrico’.
Cuando se cumplen dos años de su primera exposición individual en la Galería Javier Silva, la artista vizcaína Jenni Alvarado (Durango, 1981) regresa a la sala vallisoletana con una muestra en la que profundiza en los senderos transitados en aquella. Se trata de Entre el ojo y la mirada siempre hay algo que celebrar. En esta resuenan con nuevos matices los ecos –formales y conceptuales– que dejó la anterior: la evocación de la mascarada y el ritual, la atención a los gestos, la pincelada tan vibrante en su colorido como deliberadamente imprecisa en su ejecución...
De nuevo tan sugerente como enigmática. Alvarado, junto a sus pinturas, despliega por primera vez en la galería algunos de sus trabajos de naturaleza escultórica, realizados integrando en la cerámica telas, sacos, lazos... Disciplinas que se retroalimentan, que dialogan para conformar el imaginario de la artista duranguesa.
Así, por ejemplo, junto a Pájaro, un acrílico sobre lino en el que aparece una figura cubierta por un extraño tocado, cuelga del techo de la galería la pieza Velada o velatorio, componiendo una singular instalación en la que una y otra parecen reflejarse –ahí están las caras de animales, que se repiten en ambas, y los lazos que cuelgan de los tocados en los dos trabajos expuestos–.

En primer plano, detalle de 'Velada o velatorio'
Quizá sean estos tiempos que vivimos, líquidos, cambiantes, en los que la verdad se diluye, que legitiman lo emocional frente a lo racional, la creencia frente al conocimiento. Aunque ella asegure no buscar la crítica, quizá sea por todo esto que al contemplar la obra de Jenni Alvarado, ambigua, en ocasiones deforme –ahí está la orgánica Brazo, puño y conejo, que parece reptar por la pared–, uno pueda sentir cierta inquietud al no saber qué o a quién está contemplando. No hay rostros. Y si los ojos son el espejo del alma, aquí no son visibles, salvo en unos pocos animales representados. Todos están cubiertos, por telas (Azul), por frutos estratégicamente situados (Autorretrato cítrico), por extrañas caretas o gorros (Máscara de ramo en Opakua, Noche de verano en Formentera).
En cambio, el tacto dice mucho en Entre el ojo y la mirada siempre hay algo que celebrar. Alvarado pinta manos que sostienen o acarician plantas y frutos (Feuto de Sonabia, Lavándula, Fruta pomposa de Wadi Rum...). El gesto, parece reivindicar una Jenni Alvarado que incorpora a sus trabajos la memoria de las cosas y las experiencias de una vida realizada en contacto con la naturaleza –«es el lugar donde sucede todo», admite–, también revela lo que somos.

‘Feuto de Sonabia’ y ‘Máscara de ramo en Opakua’.
«Las manos son una forma de expresión evidente, una herramienta con la que constantemente nos comunicamos. Desde el punto de vista de una pintora, no todo sucede en la superficie», reivindica la artista en declaraciones a este diario. «Yo me sujeto en imágenes. Al principio, al crear, es como si la mano estuviese sometida al ojo. Pero llega un momento en el que este deja de mirar tanto la imagen referencial para meterse en la pintura; entonces ya es un diálogo casi entre la pintura y la mano», explica la artista, licenciada en Bellas Artes por la Universidad del País Vasco.