Diario de Valladolid

Enrique Reche, trazos entre la plenitud y lo marchito

El artista exhibe en la zamorana Espacio 36 una colección de óleos y acuarelas hiperrealistas, bodegones marcados por los contrastes

Detalle de una de las obras que se exhiben en Espacio 36. | E. RECHE

Detalle de una de las obras que se exhiben en Espacio 36. | E. RECHE

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Julio Tovar
Valladolid

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Pintura . Y para qué decir más cuando ésta sirve para atrapar la luz, el color y el paso del tiempo que acabará por agostar la vida. Y para qué añadir nada cuando la firma el pintor vallisoletano Enrique Reche (1965), que vuelve este miércoles a la galería zamorana Espacio 36 con una treintena de óleos y acuarelas sobre papel –salvo un par de lienzos, los trabajos de mayor formato–, que permanecerán en la sala hasta el próximo 27 de noviembre.

Frutos en su madurez, exhibiendo toda su húmeda carnosidad... Reche despliega en Espacio 36 un suculento bodegón con granadas, ciruelas o peras que acaba por exhibir abiertas y vulnerables, acelerando su degradación. La pericia del artista consigue atrapar lo que está llamado a no perdurar. 

Y su pincel, con precisión de cirujano, negándose la posibilidad del error, se afana en los contrastes, en detallar la aspereza y rugosidad de las pieles frente a la tersura de su interior.

Los contrastes se acentúan en las otras dos series que exhibe en Espacio 36, flores frente a troncos secos, maderos sin savia; pétalos abiertos y cuerpos retorcidos. Orquídeas que se yerguen sobre sus rectas guías y abren sus flores para atrapar la luz, esperando que acaben por florecer las últimas, aún cerradas, mientras algún tallo podado pierde en su extremo, ya reseco, su vital tono verdoso. Reche las retrata sobre unos fondos casi planos, limpios de adornos, sobre los que proyecta las sombras de una iluminación oblicua.

La mayoría de las veces, el pintor hiperrealista opta por mostrarlas sin sus tallos, solo la flor elevándose sobre la centralidad del plano, exhibiendo su fugaz plenitud, como por ejemplo un hibisco, o su colorido, como un pensamiento de hoja blanca, con manchas carmesíes y doradas, que empieza a marchitarse en los extremos. El tiempo avanza inexorable. 

En otras obras, Reche compone unos fondos texturados, sucios, abstractos, sobre los que deposita sus flores; fondos en los que dibuja o esboza geometrías que rompen o equilibran la composición.

Y los árboles muertos y las maderas soportadas por grapas de metal, "cuadros que nunca terminas, que siempre te piden más trazos", explica el artista, con su monocromía trabajada al óleo.

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