Diario de Valladolid

Cossío, 40 años oculto en el MNE

Dos óleos de José Antonio y Onésimo Redondo, propiedad del antiguo Gobierno Civil, llevan cuatro décadas sin salir del museo

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Publicado por
Julio Tovar
Valladolid

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Fue un 17 de mayo de 1978, apenas unos meses después de la publicación en el Boletín Oficial de las Cortes del anteproyecto de Constitución; España ya había asistido a la celebración del primer congreso en el país del Partido Comunista, como formación ya legalizada, y se preparaba para asumir la monarquía parlamentaria como forma política del Estado. Los tiempos estaban cambiando. Aquel día, José Antonio Primo de Rivera (1903-1936) iba a ‘entrar’ en el Colegio de San Gregorio de Valladolid para no salir de él en 40 años; siete días después lo haría también, con igual suerte, Onésimo Redondo (1905-1936).

Aquel mes de mayo, el fundador de Falange y el que fuera líder de las Juntas de Ofensiva Nacional-Sindicalista entraban en las dependencias del Museo Nacional de Escultura para permanecer ocultos durante cuatro décadas, ataviados con las camisas azules con las que les retrató Francisco Rodríguez Cossío, Pancho Cossío (San Diego de los Baños, 1984 – Alicante, 1970), cuyas obras forman parte de colecciones como las del Reina Sofía o el Museo Patio Herreriano.

Propiedad del antiguo Gobierno Civil de Valladolid, como revela la firma en el ángulo inferior derecho del retrato de Redondo ambos óleos pudieron ser pintados en 1949 por Cossío, falangista y responsable de la fundación de las JONS en Santander. Hoy, ambas obras siguen custodiadas en los sótanos del Palacio de Villena a la espera de que sean trasladados al Centro Documental de la Memoria Histórica de Salamanca, cuando «finalice su equipamiento», junto con un busto del dictador, vestido de uniforme militar, que permanece en el Archivo General de Simancas oculto en un armario, según la Delegación del Gobierno en Castilla y León.

Conviene recordar quién era Pancho Cossío, discípulo de Cecilio Plá, en cuya cátedra se formaron Juan Gris, José María López Mezquita o Francisco Bores, con quien el ‘santanderino’ compartió estudio y vivencias durante los casi diez años que estuvo en París, entre 1923 y 1932.

«La pintura de Cossío era moderna antes y después de la guerra, en los años cincuenta, ejerciendo casi de puente con el informalismo», advierte a este diario la historiadora del Arte Dolores Jiménez-Blanco.

La profesora de la Universidad Complutense comisarió en 2016, en el Museo Nacional de Arte Contemporáneo Reina Sofía, la muestra Campo cerrado, arte y poder en la posguerra española, en la que también exhibió otro retrato de José Antonio Primo de Rivera. «Esta clarísimo que esos dos cuadros no han salido de ahí por los hombres a los que representan. Pero ha pasado el tiempo, han pasado varias generaciones, y se puede volver a esa época como parte de nuestra historia, como objeto de estudio. Para mis estudiantes, la Guerra Civil es como para los de mi generación la de Cuba; podemos estudiarla ya con una cierta distancia», reivindica la profesora.

En varias ocasiones Cossío evocó con su pincel a los dos dirigentes. Según recuerdan Ángel de la Hoz y Benito Madariaga (Pancho Cossío. El artista y su obra; Ayuntamiento de Santander, 1990), la Falange en Valladolid le encargó en 1941 sendos retratos, por los que recibió un primer pago de 5.000 pesetas.

«No toda la pintura relacionada con el franquismo, con aquellos retratos de altas personalidades del régimen, era conservadora, sino que llegaba a conectar con el futurismo italiano, por ejemplo, con un espíritu vanguardista muy ligado al fascismo italiano a diferencia de lo que ocurría en Alemania, donde la pintura oficial era muy académica», explica la historiadora, que no duda en calificar a Cossío de «pintorazo».

A Cossío se le atribuye la llegada de las vanguardias a Santander, a su regreso de París, a pesar de que durante unos años, volcado en la política, dejó a un lado la pintura. «Era un artista inclinado a experimentar con la imagen en géneros tradicionales como el paisaje o el bodegón; también con los retratos, a los que trataba de imprimir una imagen de modernidad. Hay que recordar que entonces el fascismo tenía un cierto aire revolucionario», explica Jiménez-Blanco, que defiende la necesidad de separar al individuo de su obra: «Él era un hombre del régimen. Hubo quien pudo realizar hasta encargos como una manera de congraciarse con el franquismo; no era su caso, él era un convencido. Otra cosa distinta es su obra, que no es mejor o peor por sus ideales políticos».

Con todo, la historiadora no cree que con la llegada de la democracia a Cossío le pasara factura su vinculación al Franquismo. Si el eco de su obra decayó fue, a su juicio, «por un cambio en el gusto, en la perspectiva». «Ocurrió con la Escuela de Madrid, en los cuarenta y cincuenta. Son artistas que en muchos casos han quedado olvidados, a pesar de gozar en su época de un halo de modernidad sin ser rupturistas, como Rodríguez Valdivieso, o como esos artistas que trabajaron en los pueblos de la colonización, decorando iglesias o ayuntamientos, que fueron considerados como modernos», explica Dolores Jiménez-Blanca.

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