CINE
'Trainspotting', 1996: un chute de cine eléctrico
'Trainspotting' marcó una época con su espíritu anárquico, sus imágenes memorables y una banda sonora sin comparación
'Trainspotting' no fue tanto una revelación como la confirmación de una serie de talentos que ya habían convergido, poco antes, en la comedia negra de culto 'Tumba abierta': el director Danny Boyle, el guionista John Hodge, el productor Andrew Macdonald y el actor Ewan McGregor, los tres primeros debutantes en el cine.
Aquella historia de jóvenes yuppies sin escrúpulos demostró que podía existir un cine británico joven, excitante y vigoroso, alejado de la sobreexplotada tónica del realismo social. La respuesta fue abrumadora: el debut de Boyle recaudó cinco veces lo que costó (alrededor de un millón de libras) solo en la taquilla británica, convirtiéndose en la primera película escocesa realmente apoyada por el público desde 'Un tipo genial' (1983), y se exportó con éxito al circuito comercial 'mainstream' internacional.
Boyle, Macdonald y Hodge podrían haberse mudado a Hollywood, pero fueron fieles a la cultura escocesa. Hasta el punto de basar su siguiente proyecto en una novela difícilmente inteligible para lectores fuera de las Tierras Bajas de Escocia, hablada (y narrada) con representaciones fonéticas del dialecto de Edimburgo. Para mayor riesgo, 'Trainspotting', primera novela de Irvine Welsh, no tenía una línea argumental clara. Y estaba protagonizada por un grupo de amigos adictos a la heroína. Todo apestaba a suicidio financiero.
Fenómeno global
Poco podía indicar que 'Trainspotting' acabaría convertida en un fenómeno social no solo en Reino Unido, sino también en otras partes del mundo. Costó 1,7 millones de libras y recaudó 12 solo en Reino Unido; fuera hizo casi 47. Incluso en España era raro el joven estudiante con ínfulas contestatarias que no se sabía de memoria su monólogo inicial: "Elige la vida. Elige un empleo. Elige una carrera. Elige una familia. Elige un televisor grande que te cagas. Elige lavadoras, coches, equipos de compact discs y abrelatas eléctricos…", decía Renton (Ewan McGregor) en un montaje irresistible al ritmo del 'Lust for life' de Iggy Pop.
'Elige la vida', respuesta concisa al 'no hay futuro' de Sex Pistols, fue uno de los lemas que la diseñadora Katharine Hamnett estampó en sus clásicas camisetas extragrandes. (Wham! llevaban esa precisa prenda en el vídeo de 'Wake me up before you go-go'). En la voz de Renton, esta llamada al optimismo se convertía en condena del conformismo: 'elegir la vida' significa 'elegir tu vida', reducir la existencia a ir escogiendo ítems de un catálogo infinito de electrodomésticos, relaciones y actitudes.
Montaña rusa
En la película, al menos en un principio, Renton y su grupo de amigos pasan de apoyar el régimen capitalista. Su alternativa es el escapismo nihilista a través de la heroína (en el caso de Renton, Sick Boy, Spud y el inicialmente reacio Tommy) o el alcohol (el psicópata Begbie pasa de drogas, pero bebe más que ninguno).
La primera y más divertida mitad de 'Trainspotting' se basa en la persecución de la euforia, pero, como dice la película, "los buenos tiempos no podían durar para siempre". Llegaban la pérdida y la epifanía y con ellas imágenes tan terroríficas e imborrables como la del bebé gateando por el techo y girando su cabeza al estilo Regan MacNeil.
La montaña rusa de 'Trainspotting', cine eléctrico, surrealista, tan pop como '¡Qué noche la de aquel día!', disparó la fama de su director y actores. Como también del grupo techno Underworld, cuyo 'Born slippy. NUXX' daba pulso hipnótico a la escena final. Aquel era solo uno entre los muchos 'hits' de una banda sonora que a finales de los 90, en los círculos alternativos, era pecado no tener en casa.