El Covid se lleva la memoria de los represaliados de Medina
La hija de la única víctima identificada de la fosa de ‘Los Alfredos’ en Medina del Campo ha fallecido por Covid-19. Pilar no pudo cumplir su deseo de acudir al cementerio de La Mota a dar sepultura a su madre, a la que perdió cuando tenía tan sólo dos años de edad
Otra ‘niña de la Guerra’ se va, pero esta vez todo un símbolo para la memoria histórica de Medina del Campo. Como tantos otros de su generación, sobrevivió a la contienda pero no al virus que mantiene con el corazón en un puño a todo el planeta. Pilar Domínguez ha muerto sin poder cumplir el último proyecto de su vida, su último deseo, su última ilusión: dar sepultura a los restos de su madre, recién recuperados de la fosa de ‘Los Alfredos’. Su madre, Justina, es la única víctima que ha podido ser identificada en la primera excavación de recuperación de represaliados acometida en la localidad.
Los achaques de la edad habían confinado a Pilar en su silla, de la que apenas podía moverse. Allí pasaba su tiempo hasta que hace unos meses le dieron una inesperada noticia: en una excavación de Medina del Campo, en una vieja bodega a ocho metros de profundidad, la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica (ARMH) de Valladolid había encontrado los restos de su madre y acababa de identificarlos. Esos huesos eran de Justina, asesinada 83 años atrás siendo casi una niña, en los sangrientos inicios de la Guerra Civil Española.
A Pilar se le iluminó la cara al conocer la nueva. El viejo sueño de enterrar dignamente a su madre –la siempre querida, la siempre tristemente ausente–, le dio fuerzas para levantarse y volver a caminar. Al otro lado del teléfono, unos desconocidos le solicitaban una muestra de ADN para contrastar el material genético.
«La perspectiva de dar un enterramiento digno a Justina la llenó de ilusión, y estaba pendiente de que le diéramos noticias, según nos contaron los familiares». Así lo relata el presidente de la ARMH de Valladolid y director de intervención arqueológica en la conocida como ‘Bodega de los Alfredos’, Julio del Olmo. El mismo que se acercó después a Madrid, donde vivía Pilar, a entrevistarse con ella y recoger esa muestra. Aprovechó la visita, como siempre en casos tan excepcionales, para recabar todos los recuerdos posibles, ya convertidos en patrimonio de la historia, y conocer su vida, sus sentimientos y sus impresiones de primera mano.
La madre de Pilar es la única cuyos restos han sido identificados en esa excavación. Una intervención que sigue pendiente de concluir la fase forense para, mediante un convenio con el Ayuntamiento medinense, poder acometer la inhumación de todos ellos en un lugar señalado del cementerio de La Mota. Pese a las modernas técnicas de ADN, la identificación se ha realizado mediante los métodos forenses tradicionales, ya que el mal estado de los restos óseos imposibilitó, finalmente, efectuar pruebas que arrojaran resultados fiables.
La certeza de esta identificación concreta se basa en que, de la lista documentada de las 28 personas fusiladas en aquella terrible ‘saca’ de la cárcel de Medina del 8 de diciembre de 1936, sólo había tres mujeres. De ellas, sólo una era tan joven como Justina, de 19 años de edad. Apenas había terminado la adolescencia, pero dejaba en este mundo una hija de dos años de la que ya la habían despojado.
HOMENAJE
El plan, ahora, es inhumar los restos de los represaliados una vez termine la fase de análisis forense de todos los restos recuperados en la excavación. Inhumarlos como suele hacerse en estos casos que tanto se repiten, en los últimos años, a lo largo y ancho de la geografía española: con una ceremonia en homenaje a las víctimas. Allí iba a estar Pilar, para decir adiós a una madre que perdió tan injustamente, a la que echó de menos durante toda su vida. Ese era su último proyecto, la última meta que le dio alegría y energía de vivir durante los últimos meses.
Pero llegó el coronavirus y todo lo truncó. Pilar murió el pasado 27 de noviembre a los 86 años de edad en Madrid, víctima de la pandemia. Un golpe del que sus dos hijos no han podido recuperarse. Ellos fueron los que se pusieron en contacto con la ARMH cuando tuvieron noticia de la excavación, para dar testimonio de que la hija de una de los represaliados aún esperaba noticias de su madre.
La asociación comenzó el mes de diciembre con dos malas noticias: primero, el fallecimiento de Pilar Domínguez, a quien planeaba dar un destacado lugar en la inhumación de los restos de los represaliados. Una pérdida que, para todos los implicados en la recuperación de la Memoria Histórica, suma a la dimensión humana la del valor del testimonio vivo, la de esos recuerdos que los investigadores ya no podrán volver a consultar.
La segunda, la imposibilidad de contrastar el ADN de los restos óseos por el mal estado de conservación. 80 años de humedad en el subterráneo, la acción de las alimañas, y décadas de incursiones de curiosos cuando la bodega era accesible –aún hay ancianos en la Villa de las Ferias que recuerdan haber accedido al lugar siendo niños–, deterioraron los restos orgánicos, que acabaron mezclados con sustancias que no permiten un contraste con una fiabilidad al 100%. Con ese informe desfavorable terminaba la fase forense de la actuación.
Un poco de alivio lo aportó una tercera nueva: el apoyo económico de la Administración autonómica, en forma de una subvención que permitirá continuar la excavación de una segunda fosa, esta vez un pozo, ubicado también en el área de ‘Los Alfredos’. Un pozo en los alrededores de la vieja bodega donde, tras excavar a 31 metros de profundidad el pasado otoño, la ARMH ha encontrado restos que comenzará a extraer la próxima primavera. Un descenso profundísimo, pura espeleología. Un reto desde el punto de vista técnico.
LOS JUZGADOS
El hecho de ser la única represaliada identificada –el análisis de la unión de los huesos de la cadera y del cráneo permite datar la edad–, y el aporte de datos de la familia, ha puesto de relieve, como en pocas otras ocasiones, la historia humana de la joven, el perfil de una víctima que ni había participado en la contienda ni tenía responsabilidad en los hechos. Un perfil que demuestra la inteligencia precoz de Justina, que entró a trabajar en los Juzgados de la villa con sólo 17 años.
Su corta biografía hace erizar el pelo de quien la escucha cuando conoce, por ejemplo, el episodio de la nota manuscrita que dejó oculta en el colchón de su celda, para que la encontrara la familia. En esa apresurada misiva dejaba escrita su última voluntad para con lo más importante que dejaba en el mundo: su hija Pilar. Un documento impagable que la familia ha facilitado a la ARMH y que deja patente el estado de nerviosismo con el que escribió, a toda prisa, su trágico mensaje, cuando ya sabía el veredicto que habían dictado para ella en un proceso sumarísimo sin ley ni juicio alguno.
«Ya sabéis cuál es mi deseo. Cumplidlo», escribió a sus padres y hermanos. Los mismos que le habían prestado ese colchón para que, en las heladoras celdas de la entonces ‘cárcel’ de Medina –instalada en el Palacio Testamentario de Isabel la Católica, en la Plaza Mayor de la villa–, no tuviera que dormir en el suelo. «Era una práctica habitual de la época», explica Del Olmo. «La familia solía facilitar a los presos los útiles personales: colchones, ropas, instrumentos de aseo… Cuando eran ejecutados, acudían a la prisión para recoger esas pertenencias».
Sórdidos métodos para una época aciaga. Un procedimiento que explica por qué Justina escogió ese lugar para esconder su nota: «Queridos padres y hermanos, por si no os vuelvo a ver…». La misiva supone todo un documento histórico, como la fotografía de Justina que la familia ha conservado. En ella aparece embarazada de Pilar, sujetando una cartera con la mano derecha, posando delante de lo que parece una las entradas del Cuartel Marqués de la Ensenada –es difícil precisar la localización porque el escudo de la fachada se ha perdido–.
«Quizá es el documento más duro que tenemos en la ARMH, porque contamos con unas cuantas cartas de personas que van a ser fusiladas, pero esta es una carta de despedida de una mujer que trabajó en los Juzgados de Medina del Campo, una mujer que sabe escribir perfectamente, que está instruida, y en esta carta se nota claramente que no consigue dominar su mano», apunta Del Olmo. «Faltan letras, rasgos… una carta que de un solo vistazo te da una idea de la situación en la que se encontraba».
La familia no pudo cumplir del todo su último deseo, aunque sí lo hizo en parte. Cuando supo que Justina había sido fusilada, su madre, Cayetana, fue a solicitar la custodia de su nieta Pilar. Habían dado en acogida a la niña a otra familia distinta a la suya. ¿Por qué? Sencillo: a Justina se le habían amontonado algunas de las más graves discriminaciones de la época: era una joven madre soltera que había trabajado en la Administración de la República y que había militado, en aquellos últimos años, en las juventudes de un partido de izquierdas.
«Ya sabéis cuál es mi deseo. Cumplidlo». La abuela Cayetana pleiteó por la patria potestad de su nieta, sin conseguirlo. El Juzgado le cerró la puerta aunque, en una sorprendente sentencia a la que tuvo acceso la ARMH, le abrió una ventana para mantener el vínculo familiar: durante un mes al año, hasta que contrajera matrimonio, Pilar viviría en la casa de su abuela natural, con los parientes de su madre desaparecida. La familia de acogida de Pilar –que se convirtió en su familia, a todos los efectos–, se mudó después, pero se mantuvo esa visita de un mes al año, que solía ser en verano. Por eso Pilar conservó siempre a Medina del Campo en un lugar destacado de su corazón. Ahora es Medina la que guarda a Pilar en un lugar destacado de su historia.