Diario de Valladolid
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Guillermo Gallegos

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Cuarentena hay una, pero formas de llevarla tantas como habitantes confinados. Muchos barrios del país han cambiado por completo su forma de vivir dada esta situación excepcional, mientras que otros se podría llegar a decir que apenas han variado su ritmo. Uno de estos casos puede ser en el extrarradio de la ciudad de Valladolid , concretamente en Sotoverde , un complejo de “alto standing”, eso ponía en los folletos, cuya actividad comunitaria parece mantenerse.

Con esto no quiero decir que los habitantes de este complejo de viviendas dancen a sus anchas, se aglutinen en reuniones por decenas y omitan todas y cada una de las medidas establecidas por el Gobierno como si con ellos no hubiera un Estado de Alarma. Lo que ocurre en esta zona a 10 kilómetros del centro de la ciudad, es que donde antes había chalets, rotondas y silencio solamente cortado por el paso de vehículos o de algún viandante, ahora hay chalets, rotondas y más silencio. Un silencio sepulcral, atronador y a veces inquietante. 

El confinamiento al que se ven sometidos los habitantes de Sotoverde, al igual que los de todo el país, ha provocado que aflore una naturaleza enmudecida por el rápido crecimiento de la zona en los últimos años . Tanto que desde la ventana desde la que se realiza esta crónica, hace escasos días se podía apreciar como un águila deglutía alegre y parsimoniosamente un conejo que no contó con demasiada suerte . La verdad que esto no es algo usual. Lo hacía en el asfalto. Aquella águila se había convertido en la dueña de la carretera y disfrutó de uno de los mejores banquetes que habría tenido en los últimos días, seguro. 

Si esta es la situación en la que se encuentran las carreteras de este barrio, no queramos imaginar cómo puede estar el resto de la zona. Y es que Sotoverde, además de chalets y rotondas, cuenta en su haber con una extensa explanada perfectamente habilitada y preparada para la práctica del golf. Concretamente, 18 hoyos Executive par 60 con un recorrido aproximado de 3.100 metros , pensado para todo tipo de jugadores. A todo ello hay que sumarle que nos encontramos en época de inicio de temporada.

Llega la primavera, salen los primeros rayos de sol y es habitual ver como más de uno comienza a desempolvar su ya clásico hierro 7 o ese driver de la marca Callaway Mavrik. Aquel que tanto le costó conseguir, tantas discusiones supuso dado su precio y al que tanto uso ha dado desde el primer momento en el que lo adquirió. Pero en lugar de ello, el Club Deportivo Sotoverde se encuentra cerrado y, como no, en silencio.

El confinamiento afecta de igual manera a todo el barrio, pero en concreto la calle La Malaza es la que presenta mayor actividad, sobre todo a partir de las 20:00 horas. Paralela a la avenida principal, esta vía es la que mayor algarabía presenta en una hora tan señalada para la población.

Pero hasta llegar a ese momento hay que saber engañar y esquivar al diablo del aburrimiento, que tiene en sus manos el poder de hacer tan largos o tan cortos el transcurso de las horas. En la calle lo tienen claro, siempre que el buen tiempo acompañe, el hecho de  disponer de un jardín ayuda enormemente a paliar esta situación tan anómala. María del Carmen tiene dos niñas, de 13 y 11 años respectivamente, y no duda en afirmar que «gracias al jardín pueden correr y cansarse, y eso, parece que no pero se convierte en un alivio al final del día» .

Desde que se decretara el Estado de Alarma el 14 de marzo, llevamos en total cuatro semanas en aislamiento domiciliario, pero ¿imaginan llevar confinados desde enero? Es el caso de Pilar. Tres hernias cervicales, una hernia lumbar, tendinitis en un hombro y una neuralgia cervicobraquial, comúnmente conocida como ciática, en el otro la obligaron a cogerse una baja laboral el 21 de enero. Desde entonces, ha tenido que permanecer en su domicilio mientras variaba sus pocas salidas entre médicos y rehabilitaciones. Cuando se decretó el confinamiento ya tenía la piel curtida en este tipo de situaciones, pero el paso de las semanas ha hecho mella en su aguante y llegados a este momento confía en que esto acabe pronto y poder volver a la normalidad.

A pesar de todos sus dolores, que tan solo al ver el parte médico se pueden apreciar, su mayor preocupación no es ella, ni su espalda u hombros. Su prioridad es su padre. «Es persona de riesgo y, por ello, tanto mi marido como mis hijos tratamos de hacer todo por él para que se exponga lo menos posible. Pero el problema es que vive solo y combatir la soledad es algo muy complicado a ciertas edades» , afirma.

Como hemos dicho, en la calle La Malaza en el barrio de Sotoverde la cuarentena parece apenas haber afectado al modo de vivir de muchos de sus ciudadanos. Algo que refleja en mayor medida Daniel, trabajador sanitario en paro e inscrito a todos los voluntariados posibles tanto de la Junta de Castilla y León como en Madrid, quien asevera que este confinamiento le ha permitido «estar más en contacto con sus amigos que nunca» , un testimonio más que sorprendente en esta época. «Lo normal era que no coincidiéramos en el tiempo para juntarnos, y ahora todos los días hablamos gracias al tiempo que tenemos libre». 

El confinamiento ha provocado que aflore una naturaleza enmudecida por el crecimiento de la zona en los últimos años

Otro caso semejante es el de Javier . Su rutina ha cambiado mínimamente. Es empleado público y fue uno de los primeros teletrabajadores que hubo en Castilla y León. La única diferencia que aprecia es que «antes tenía dos días a la semana de teletrabajo y los otros tres iba a la oficia y desde que empezó la alarma, lógicamente, es todo desde casa». Javier es un hombre reflexivo que, al igual que muchos, busca la parte positiva a toda esta situación y para él la cuarentena le ha enseñado que «hay que hacer las cosas más tranquilo». Razón no le falta. Todos hemos podido ver la histeria representada en los primero días de confinamiento donde incluso llegamos a rozar el desabastecimiento en varias superficies comerciales. «Ahora vas a la compra y a la gente se la ve más calmada. Se ve que están muy sensibilizados y el hecho de cumplir con todas las medidas de sanidad y distancia se refleja en situaciones cotidianas al ver que se hacen con mayor temple».

Las horas pasan. María del Carmen logra que sus hijas estén entretenidas, Pilar prosigue con sus ejercicios de pilates para fortalecer la zona cervical y lumbar, Daniel rememora viejas historias con sus amigos de toda la vida y Javier continúa en su imperturbable estado de calma. Todo ello hasta las 19:58. En ese momento las escaleras de madera de las casas, ya estruendosas de por sí, comienzan a crujir ante las carreras del atleta de turno que recuerda a todo el hogar «¡que solo faltan dos minutos!». Carrera para arriba. Informa. Carrera para abajo y a aplaudir. Dos minutos de escaleras a la máxima intensidad, desgastador como mínimo.

Asomados a los balcones comienza la lluvia de aplausos. Si hay alguien que refleja el emotivismo de esta situación ese es Samuel , Policía Nacional en una unidad de prevención y reacción. Para él este momento «es un ejercicio de responsabilidad para homenajear a todos los que luchan y, sobre todo, a aquellos que no entra dentro de sus cometidos jugarse la vida, como son los transportistas, reponedores, cajeros…». Además, desde su domicilio hacen de maestros de ceremonias al animar los aplausos con música, pero de ello no se encarga Samuel, si no su mujer Vanesa. «Yo me meto en todos los saraos y estoy encantada. Pondría 14 canciones seguidas» . Lo que saben ustedes, sin que yo se lo diga, es la canción que suena cada día desde los balcones. En efecto, ‘Resistiré del Dúo Dinámino’, la versión 2020, también llena de sonido el barrio de Sotoverde.

Una vez pasados los aplausos, cada cual se vuelve a su casa. A seguir con su horario y a esperar 24 horas para el siguiente momento de sociedad con el vecindario. Mientras tanto, según el audio cesa, el silencio se vuelve a apoderar de la calle La Malaza en Sotoverde.

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