Diario de Valladolid

Castellanos y leoneses encerrados en Madrid

El confinamiento ‘atrapa’ a muchas personas en otra ciudad distinta a la natal. Es el caso de Sheila, Ricardo y Gonzalo que, naturales de la Comunidad, narran los cambios que ha generado en sus vidas, aislados en la capital

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TOÑI RICOY | MADRID
Valladolid

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Miles de castellanos y leoneses viven en la Comunidad de Madrid, por motivos laborales, personales, por estudios… y gran parte de ellos  regresan los fines de semanas o siempre que pueden a su localidad natal. El confinamiento obligado por el COVID-19 ha paralizado estos desplazamientos. La tecnología se ha convertido en la mejor aliada para mantener el contacto con la familia y los amigos, para trabajar, para estudiar, para resolver muchos inconvenientes derivados de esta situación tan extraordinaria que ha separado familias y paralizado planes: Bodas en el aire, viajes anulados, operaciones canceladas, trabajos pendientes de un hilo… pero también ha derivado en nuevos hábitos y oportunidades, desde las quedadas virtuales con amigos de todo el mundo, al ejercicio en casa, las fiestas con los vecinos en las terrazas, los juegos de mesa o nuevos proyectos.  Doce castellanos y leoneses que residen en la Comunidad de Madrid nos cuentan cómo están viviendo el obligado encierro, qué nuevas actividades han incorporado a su rutina diaria en casa y cómo les ha afectado.

Sheila Gómez jiménes. Profesora. 33 años. De Santiuste de San Juan Bautista (Segovia). 7 años en Madrid

Sanidad vive en uno de los centros neurálgicos de los contagios: Torrejón. Afortunadamente ni ella ni su pareja han tenido síntomas y desde casa continúa impartiendo clases a través del aula virtual, un recurso que se ha adaptado sobre la marcha en estos últimos días. Sus alumnos, de 17 años, siguen con mucho interés el avance de la pandemia y saben que, si ya hubiesen hecho las prácticas, podrían estar colaborando en la atención sanitaria. «Están muy preocupados, pero todavía no están formados para ayudar».

La vida de Sheila ha cambiado mucho, sobre todo en el reparto de los tiempos. Se ha librado de los largos atascos diarios para desplazarse al centro educativo en el que trabaja en San Martín de Valdeiglesias, pero también ha perdido uno de sus grandes placeres: pasar hora y media o dos al aire libre, paseando con su pareja o haciendo ejercicio.

Ahora, cada uno trabaja en una habitación de la casa y cuando terminan solo tienen la opción de abrir las ventanas para oxigenarse. Eso sí, la situación está reforzando su relación. «Pasar todo el día juntos puede separar u unir, en nuestro caso está siendo positivo». Aprovechan para charlar más, jugar a juegos de mesa, ver series, cocinar juntos… y hasta hacer ejercicio. «Él antes no hacía nada, pero ahora le he ido animando y entre los dos nos retroalimentamos». 

Queda tiempo para hablar cinco o seis veces al día con los padres y para preocuparse por los abuelos. «Es más difícil retenerlos, no son tan conscientes de la problemática, al ser un pueblo tan pequeño lo ven como algo que sucede en Madrid y que no pasa nada por ir a ver las gallinas», confiesa.

Sueña con poder volver pronto a Santiuste, a ver a la familia, a disfrutar de las cosas sencillas «es terrible esto, te hace reflexionar y darte cuenta de que nos preocupamos por tonterías cuando hay cosas más importantes». Pero Sheila no puede seguir conversando, llega la hora de la cita diaria con sus vecinos en los balcones, desde los que aplauden al personal sanitario y celebran festividades, como el Día del Padre cantando lo de «Hola don Pepito, hola don José».

Ricardo Pérez Rodríguez. Técnico de emergencias. 45 años. De Soria. 

Ricardo es técnico en emergencias en el SUMMA 112 (servicio de emergencias sanitarias de la Comunidad de Madrid) y no tiene tiempo para hablar. Su ritmo de trabajo es maratoniano y sus sentimientos contradictorios. «Mi situación es muy complicada, de miedo y tensión continua. Adoro mi trabajo, pero ahora tengo mucho miedo de ir a trabajar, es una sensación agridulce». Eso sí, se siente satisfecho de su contribución para atajar el problema. «Es muy gratificante poder aportar mi granito de arena como profesional sanitario para ayudar a la gente». 

Gonzalo López. Profesor. 53 años. De Valladolid. Casi 5 años en Madrid.

Gonzalo es también profesor (prepara a opositores a cuerpos de seguridad del Estado) y está solo en esta cuarentena. Una de sus hijas también vive en Madrid, pero permanece en su casa, con su marido y su hijo. El resto de la familia –otra hija, padres, hermana, sobrinos…– están en Valladollid. Y su pareja, Guadalupe, con la que tenía previsto casarse el 2 de mayo en Badajoz –»a ver, a ver cómo hacemos», se pregunta– pasa el encierro en su propia casa.

Tiempo para aburrirse no le queda, él es puro nervio y actividad: arranca el día con 45 minutos de ejercicio antes de ponerse con el trabajo. Prepara clases, consulta nueva normativa… «hay que tener la cabeza ocupada, no dar un minuto de tregua, si no, es terrible». Y es que los pensamientos se van a los que están lejos. «Me gustaría estar con mis padres, que son mayores, menos mal que están con mi hermana y yo hablo con ellos tres o cuatro veces diarias. Eso me tranquiliza». 

Las nuevas tecnologías le facilitan el trabajo y el contacto social. «Tenemos tanto que no lo valoramos. Nos hacemos insensibles a todo. Si estos días se cae el whatsapp eso sí que acaba con todos». Lo dice una persona que cada mañana comparte música en redes sociales para animar a sus contactos, organiza el aperitivo diario con los amigos frente a la pantalla…  

Para mantener la rutina, se viste como si estuviera en el trabajo, «no quiero estar con el pijama o el chándal, por salud mental».

También aprovecha para ver series y alguna película, una forma de compensar la falta de una de sus pasiones: el fútbol y su querido Valladolid.

Pero una de las mayores preocupaciones desde el principio ha sido saber qué pasaría con la boda. Con los detalles cerrados, «todo contratado, organizado, hemos probado el menú… no falta nada». Gonzalo trataba de tomárselo con humor, tal vez sea una señal reía, «llevo años pensándomelo y ahora que me decido, pasa esto». Con «todo en el aire, tenemos a todo el mundo en vilo», al principio no descartaron ir los dos solos, casarse y aplazar la celebración. Al final, han tenido que modificar los planes y no ha sido fácil: «los de catering, la orquesta… ya tenían fechas cerradas para más tarde». No tendrán que cambiar ese menú que tanto les había gustado, ya que los restauradores les han propuesto una nueva fecha, el 1 de agosto, en el mismo sitio, pero habrá que buscar nueva música y otros detalles, «iremos acoplando todo como podamos» manifiesta, contento al menos porque casi todos los invitados podrán acudir a una celebración que tendrá doble motivo, la boda y el fin de esta etapa.

Lógicamente, también su viaje de novios se ha visto afectado:  «No sabemos a dónde iremos. Es un regalo de mi familia y solo teníamos que tener el pasaporte en vigor y ya nos dirían el destino. Ahora… a esperar». 

Esperar a que todo el mundo cumpla el confinamiento y podamos vencer pronto la pandemia. «España es un país solidario, pero indisciplinado, tenemos que tomárnoslo en serio», recalca.

Alberto Mayo Prieto. Técnico de mantenimiento. 45 años. De Justel (Zamora) 4 años en Madrid.

Alberto vive ahora en Las Rozas y agradece haberse trasladado desde el corazón de Madrid, porque las horas de encierro se llevan mejor mirando al campo que en un interior en el centro urbano. “He cogido el gusto de nuevo a estar tranquilamente leyendo, además lo hago en la terraza, algo que antes no era habitual”.

Pero él es de los que tienen que salir para atender incidencias – trabaja en una multinacional de máquinas de limpieza, Karcher, que da servicio a edificios estratégicos, como hospitales-, la última en el Gregorio Marañón. Eso sí, se desplaza solo en su coche, “al menos estos días no hay atascos” reconoce; extrema las medidas de precaución y seguridad y regresa de inmediato “al toque de queda”. Su trabajo es clave para garantizar que no haya más problemas en estas circunstancias.

No le importa pasar este encierro solo; hace deporte, las tareas cotidianas de la casa… y hasta ha recuperado un hobby que había abandonado: hacer maquetas. 

Lo que de verdad le preocupa es cómo están sus padres, en Benavente, por eso habla con la familia más todavía que de costumbre.

Sole Moro de Dios.Empresaria. 49 años. De Carrascal del Obispo (Salamanca). 35 años en Madrid

La separación es la tónica en los últimos tiempos para esta empresaria salmantina, acostumbrada a volver casi todos los fines de semana a su pueblo, hasta ahora. De sus dos hijos, uno se ha quedado con el padre y otro con ella, “para que ninguno de los dos esté solo”. Y su pareja, que es población de riesgo por una cardiopatía, está aislado en el pueblo, para estar más protegido. Además, Sole perdió a su madre dos semanas antes de este encierro. “Entendemos que fue por edad, ha sabido retirarse a tiempo. Sabíamos que era cuestión de tiempo y así al menos hemos podido acompañarla hasta el último momento”, asegura con entereza.

Mientras, trabaja a todo ritmo pues dirige dos empresas que deben estar disponibles para posibles incidencias, especialmente una dedicada al mantenimiento de sistemas de protección contra incendios. El personal de oficina teletrabaja y los técnicos están organizados en grupos de emergencias para atender los casos más críticos y siempre con todas las medidas de seguridad (una persona por vehículo, con todos los equipamientos de protección –EPIs-…) “me preocupan sobremanera y espero que eso lo estén haciendo todas las empresas. No hago más que enfadarme con la gente que no está respetando las normas de seguridad y protección”.

Para mantener la mente ocupada, también dedica muchas horas a leer y formarse, “estoy aprovechando que desde la Udima nos han facilitado muchos contenidos abiertos para profundizar en temas de dirección de empresa, por ejemplo”. 

Su disciplina de trabajo no le permite tampoco dejar la actividad física y su tabla diaria de ejercicios con su hijo. “Trato de cumplirla a rajatabla”. Y aún le queda tiempo para ver películas, series y hablar con sus seres queridos. “No me da la vida, pero por suerte tengo unos hijos excepcionales que nos ponen todo muy fácil”.

Desde una casa ático a las afueras de Madrid reconoce que es más fácil soportarlo, gracias a la sensación de sentirse en el exterior. “En el centro debe ser más agobiante, más claustrofóbico”.

De esta situación destaca las iniciativas que van surgiendo, “estoy en varios grupos empresariales y hay ideas espectaculares, con una creatividad bárbara” y apela a cambiar nuestra forma de ver y hacer las cosas: “Deberíamos buscar entre todos la fórmula para que sanitarios y cuerpos de seguridad estén protegidos. De esto posiblemente podremos sacar cosas buenas, aunque tenemos la fea costumbre de olvidar la historia”. 

Así, ocupados, siguen manteniendo la calma, la salud “y hay días que el ánimo también … otros se hacen algo pesados, por mucha ocupación que tengamos no dejamos estar ‘por obligación’ y esto creo que a nadie nos gusta”, reconoce.

Rosario García. Maestra jubilada. 75 años. De Mercadillo (Ávila). 50 años en Madrid.

Rosario pensaba ir en Semana Santa a San Miguel de Cerezuela, el pueblo de su marido, donde tiene una casa en la que le gusta pasar tiempo. Un plan largamente deseado pues lleva año y medio muy malo, con problemas de salud de su marido, Satur, que les han tenido en hospitales y un casi enclaustramiento en casa. Superada esa etapa, esperaban poder retomar poco a poco su vida normal. Ahora ha tocado de nuevo quedarse en casa. “El encierro lo llevamos bien porque hemos estado mucho tiempo sin movernos mucho”. En vez de un paseo juntos por la mañana y otro que hacía ella sola por la tarde, para la compra, todos los recados y airearse bien, ahora solo sale Rosario si es necesario comprar algo. “Hay que estar en casa, pues lo hacemos, no queda otra y es mejor así”.

Satur distribuye su tiempo entre el ordenador, pedalear en una bici estática y dar pequeños paseos por el pasillo y un patio privado que tienen. Y Rosario no para: las tareas domésticas, ampliadas porque ha aprovechado las circunstancias “para darle una vuelta a todo”,  cuidar a dos perras de su hijo que están con ellos, leer, hacer sudokus “que me relajan mucho”. “Se me pasa el día rápido”, asegura.

Estaban pendientes de varias citas médicas de Satur a principios de abril, una posible operación de cataratas y pruebas de control tras su operación. Las han anulado, claro. “Antes es que estemos bien, ya se harán las pruebas más adelante”, reconoce él, con esa moral alta que mantienen ambos, dispuestos a adaptarse a las circunstancias mientras siguen de cerca la evolución de esta pandemia. “A ver si salimos de ésta, que parece que empieza a frenarse”, confían. 

Paloma Infante.28 años. Consultora. De Palencia. 4 años en Madrid

Paloma es una joven consultora en una empresa preparada y habituada para el teletrabajo, por eso el hecho de hacerlo ahora desde casa ha sido un problema, si acaso tiene más intensidad. “Hacemos más llamadas, sigo estando a tope, y gracias a Dios, porque así se pasan las horas”. 

Una intensidad que traslada al resto de horas del día, compartidas con su compañera de piso, también palentina. “Estamos en modo limpieza general, hacemos mucho deporte con vídeos de Youtube, muchos juegos de mesa…” y un nuevo hobby recién estrenado, la pintura: “Hemos pedido por Amazon equipamiento para empezar a pintar. Siempre he querido hacerlo y era un buen momento para empezar”. 

Las relaciones sociales, con familia y amigos, se han intensificado a pesar de la distancia: más llamadas y muchos encuentros a través de la aplicación House Party: “quedamos con amigos que están por todo el mundo y nos tomamos una caña virtual, o un café, y hablamos”.

Roberto Lázaro Isabel. Informático. 44 años. De Segovia.

Informático en Unidad Editorial, Roberto también está trabajando desde casa y compatibilizándolo con cuidar a sus hijos, de 12 y 2 años. Su mujer, auxiliar de enfermería, está al pie del cañón en el hospital Gregorio Marañón y es él quien asume toda la tarea de alternar juegos y deberes. “La niña está contenta, no se da cuenta del cambio, pero el mayor sí, aunque está concienciado y ayuda mucho con su hermana”. Vivir en el último piso de un edificio con azotea les permite salir a respirar 20 minutos cada día, pero la preocupación es latente por el riesgo que corre la mujer de Roberto en el centro sanitario. Y también por  el resto de la familia, sobre todo su madre, viuda desde hace pocos meses, que está en Segovia. Esto les hace estar en permanente comunicación: “Hablamos más a menudo”, reconoce. Pero tardarán todavía en verse, sobre todo a los que están más lejos. “Lo primero que haremos en cuanto pase esto será ir a Segovia a ver a la familia, aunque teníamos la boda de un primo en junio y creo que no iremos. Lo siento por él”.

Yolanda González Peña. 46 años. Directora comercial.De Madridanos (Zamora).18 años en Madrid. 

Yolanda tiene estos días mucho más trabajo, aunque puede hacerlo desde casa. Su puesto en el departamento de ventas de Seur se ha visto obligado a reorganizar todas las labores de su equipo para apoyar un servicio cuya demanda ha aumentado mucho ya que otros operadores similares han dejado de estar disponibles y les llegan nuevos clientes constantemente.

Por eso apenas le queda tiempo para uno de sus placeres, el yoga. Eso sí, ha cambiado las dos clases semanales presenciales por clases diarias por Internet. “Casi tengo menos tiempo que antes, entre unas cosas y otras, tengo la agenda muy ocupada”. 

Junto a su pareja ocupa todas las horas del día entre trabajo, ocio y el contacto con la familia. “Hacemos vídeollamadas y hablamos prácticamente todos los días, mucho más que antes”. En un primer momento se planteó trasladarse a Zamora, pero desistió por responsabilidad: “Mis padres están en el pueblo, en una casita con jardín, nada que ver con estar en Madrid, pero son población de riesgo y quién me dice que yo no lo tengo y se lo voy a contagiar. Estar lejos es difícil, pero es lo mejor”.  Mientras pasa esta etapa, intenta tomárselo con humor “es lo mejor, porque esto es grave, no sabemos cuánto va a durar así que mejor estar ocupados y con buen humor”.

Marian Villar. Teleco. 43 años. De Peliagonzalo (Zamora). 

 A Marian esta situación la ha pillado a contrapié, más que a muchos, y eso que empezaron a ser precavidos pronto, “teníamos previsto un viaje a Europa para Carnaval, con los niños, pero lo cancelamos cuando empezó todo”. A principios de marzo llegó su madre desde Zamora  para una operación programada de pie. Todo estaba listo: quirófano, residencia de rehabilitación posterior… pero pronto empezaron a modificarse los planes. Primero le anularon la residencia y, finalmente, el mismo fin de semana llegó el aviso de que se cancelaba la operación y empezaba el estado de alarma. La convivencia comenzó con la abuela, los dos niños de 5 y 6 años, Mariana y su marido (salmantino) que estuvo dos semanas aislado en una habitación de la vivienda porque tuvo síntomas. No le habían hecho la prueba, pero prefirió mantener esa cuarentena separado del resto de la familia.  

Conciliar no está siendo fácil. “Yo tengo el doble de trabajo porque en nuestra empresa todo esto implica muchos cambios” y hay que acompañar a los pequeños con los deberes escolares. La tecnología es la mejor aliada de la familia: “les ponemos la tele en inglés y les ayudamos explicándoles cosas, hacemos un poco el papel de profesores”. Durante la primera quincena, su marido les hacía vídeollamadas por whatsapp mientras Marian estaba reunida, “para ponerles tareas y no perder el contacto con ellos”.  Afortunadamente eso ya pasó y han vuelto a cierta normalidad al volver a convivir los cinco. 

Para Marian tener a su madre en casa temporalmente es un alivio, “porque no está sola, porque nos está ayudando mucho, pero es también una preocupación porque no deberían estar los niños con los abuelos, aunque ya había pasado con ellos los días previos”. Ahora siguen organizándose entre todos: los niños colaboran más en las actividades de casa, para que se sientan partícipes de la situación y estén más ocupados: “nos ayudan en la cocina (amasan, rebozan las croquetas…) recogen, hacen otras pequeñas cosas…”.

Mari Gómez Becerra. Periodista freelance. 36 años. De Salamanca. 13 años en Madrid.

El próximo 17 de abril hará 13 años que Mari llegó a Madrid –no sabe cómo lo celebrará- y este confinamiento no le supone, a priori, demasiadas dificultades. “Tengo la suerte de ser autónoma desde hace cinco años y, aunque tiene sus desventajas y más en un país como España, en estos momentos ha sido un placer que la decisión de trabajar desde casa no haya tenido que estar sometida a ningún permiso. Desde el viernes 13 mi marido por suerte, también tiene teletrabajo”. Su logística comenzó unos días antes, cuando suspendieron las clases de sus dos niños de 5 y 2 años. “La organización es complicada porque también hemos prescindido de la persona que viene a ayudarnos con las tareas del hogar dos días a la semana. De hecho, el último día que vino fue el 9 de marzo. No dispone de coche y llegar desde donde ella vive hasta nuestra casa suponía un trayecto en transporte público de más de 1 hora. Por precaución y responsabilidad decidimos que así fuera, aunque recibirá su salario igualmente y pretendemos que así siga siendo si nuestra situación nos lo permite”. El trabajo se ha visto afectado: “En mi caso, algunos proyectos se han suspendido y otros están paralizados”, reconoce, pero también ha aprovechado para intentar poner en marcha otros nuevos, que espera que cuajen. En estas tienen que trabajar, cocinar, limpiar, utilizar la aplicación del colegio, jugar, leer, pintar… “en definitiva, todo lo que implica ejercer de padre y madre”.

Para organizarse, Mari y su marido comienzan su jornada temprano, entre las 5.30 y las 6. Así, cuando los niños se levantan ya han trabado 2-3 horas. El resto del día viven a turnos: “Mientras uno tiene una reunión por Skype, el otro juega con ellos un ratito o mientras pintamos con acuarelas el otro aprovecha para sentarse otro rato. Por suerte, los niños se tienen el uno al otro y hay momentos que se entretienen solos. Además, en casa tienen mucho espacio y terraza, así que nos sentimos verdaderamente afortunados y damos las gracias a diario”.

Para facilitar todo, han comprado por Internet tizas, cartulinas de colores, pinceles… y a ratos trabajan en equipo cada uno en sus ocupaciones. También practican yoga, bailan, cocinan juntos… Un ritmo intenso: “mentiría si no te dijera que estamos agotados (todavía no hemos podido ni encender Netflix) y que tenemos momentos en los que perdemos la paciencia, pero tenerlos a ellos también nos hace recordar que su bienestar depende de nuestra cordura. Ahora mismo lo único que nos importa es que estemos todos bien y que aunque hayamos tenido que recibir a la primavera de esta manera, que los días de sol nos lo pongan más fácil”.

Conchi García Rodríguez. Arquitecta. 39 años. De Cubillos (León). 14 años en Madrid.

.Conchi vive con un compañero “de piso, de trabajo y de cuarentena”. Desde el 13 de maro trabajan desde casa y apenas tienen tiempo libre. “Esto del teletrabajo tiene sus cosas buenas y malas, al final acabas apagando el ordenador a las 10 de la noche”, pero intenta sacar media hora al menos para hacer ejercicio “de mala manera, en el suelo, con alguna tabla que te has bajado” y compensar que no puede salir a correr, algo que echa mucho de menos. Por eso sueña con poder salir de nuevo a pasear, a correr, al Retiro… y volver al Bierzo. “Mi plan era irme el fin de semana del 13. Y tuve la tentación de hacerlo, porque no es lo mismo estar encerrada en un piso en el centro de Madrid que en una casa en el pueblo, que tienes jardín, puedes moverte más… pero no quise arriesgarme a llevar el virus a mi familia”. El regreso a casa tendrá que esperar, esta Semana Santa no habrá limonada berciana. También puede que algunos proyectos laborales se caigan y, sobre todo, un viaje a una feria profesional de mobiliario y diseño en Milán, “Estaba programada para finales de abril y teníamos los vuelos, hoteles y todo reservado desde hace meses. Ahora se ha retrasado a junio, pero probablemente entonces tampoco se haga.  Tenemos que ver si nos devuelven los gastos o se compensan y esperar a ver si se vuelve a convocar y podemos organizar todo de nuevo”.

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