Diario de Valladolid

DÍA MUNDIAL CONTRA EL CÁNCER DE MAMA

El reto de «descongelar» los hombros tras el cáncer

La cirugía y los tratamientos para combatir los tumores de mama malignos dejan sus huellas, efectos secundarios que «en la mayoría de los casos» desaparecen con rehabilitación y ejercicios como tiro con arco, marcha nórdica o remo

Verónica Alija posa con tres paraguas de la AECC tras superar el cáncer de mama.-J. M. LOSTAU

Verónica Alija posa con tres paraguas de la AECC tras superar el cáncer de mama.-J. M. LOSTAU

Publicado por
Estibaliz Lera

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Leonor Domenech no entraba dentro de ningún grupo de riesgo cuando un diagnóstico médico le cambió la vida. Un bulto detectado durante una autoexploración rutinaria transformó sus planes de futuro por carpe diem. El cáncer de mama era un viejo conocido en su familia –«mis primas lo padecieron», reconoce–, sin embargo, en su caso se hizo el escurridizo.

El tumor maligno se escondió. No quería dar la cara pero Leonor no estaba dispuesta a permitírselo. En la mamografía no salió. Tuvo que ser la ecografía la que le sacó a regañadientes de su escondite para ponerle nombre tras la biopsia. Había que actuar cuanto antes. Tenía 46 años, un marido, amigos y muchas ganas de seguir sonriendo.

Operación, seis ciclos de quimioterapia y radioterapia. Balance: el cáncer de mama había desaparecido. Corría julio de 2015. Pero los efectos secundarios de la cirugía y los tratamientos estaban ahí. Eran una cicatriz «bastante fea» y un «hombro congelado».

Al mes de librarse del bicho, acudió al servicio de Rehabilitación del Hospital Universitario Río Hortega de Valladolid. Allí, Rosa la recibió con los brazos abiertos para trabajar esa huella tan complicada que la había regalado el cáncer. Durante seis semanas la enseñaron a «despegar la cicatriz de los músculos y las costillas».

Y es que la tendencia de la mayoría de las personas es no hacer esfuerzos tras un vaciado ganglionar de axila. «Es verdad que al principio no eres persona. No puedes ni coger un plato ni ponerte un sujetador», afirma para, a renglón seguido, añadir que se pierde sensibilidad. Por ello, hay que actuar para activar toda la maquinaria afectada.

En este sentido, Ernesto Candau, jefe de servicio de Rehabilitación del Hospital Universitario Río Hortega, comenta que todas las personas operadas de un cáncer de mama son vistas a las tres semanas de la intervención por un médico rehabilitador. Se hace tanto en los casos en los que se ha realizado una mastectomía como cuando solo se ha eliminado el tejido tumoral, junto a una biopsia del ganglio centinela o se hayan extirpado los ganglios linfáticos.

Leonor subía a diario al hospital para mover el cuello de un lado a otro, estirar los brazos para ambos lados, ponerlos en cruz, juntarlos en la espalda, caminar con los brazos por la pared, mover una pelota por la mesa... Se ayudaba en su recuperación de una polea y una vara. «Todo muy suave, nada brusco». Cada movimiento estaba recogido en su tabla de ejercicios.

Avanzó y superó esas limitaciones iniciales, si bien apareció un linfedema, un tipo de inflamación, bastante frecuente tras la operación de un cáncer de mama. «La hinchazón y el dolor por la acumulación de líquido se produce por el mal funcionamiento del sistema linfático derivado de la extirpación de los ganglios», explica esta superviviente sin pestañear. Parece una especialista en la materia. Lo es. No prescribe, sin embargo, es consciente de que una simple picadura de mosquito se va a convertir en una «infección importante que va a derivar en fiebre de más de 40 grados y mucho dolor».

Es consciente de que su «brazo enfermo» estará siempre en la enfermería. Necesita cuidados para limpiarse. Cada seis meses acude al centro de especialidades Arturo Eyries, donde recibe sesiones de 30-45 minutos en las que un profesional realiza un masaje para que «el líquido salga». A esto se suma presoterapia y un vendaje.

Una puesta a punto que Leonor recibe de muy buen grado. Sabe que la rehabilitación ayuda «mucho». En la actualidad sigue realizando los ejercicios que en su día la prescribieron. A ellos se pueden unir, sugiere, la natación y la marcha nórdica. Disciplinas que son muy eficaces para estas dolencias tras la operación.

En esta línea, Candau insiste en que las pacientes con cáncer de mama deben hacer un uso normal del brazo. «La tendencia equivocada es aconsejar, por ejemplo, que deben evitar coger pesos; la persona que hace deporte al cabo de unas semanas, puede hacer la actividad previa», subraya. Por esta razón, desde el servicio de Rehabilitación del Río Hortega se muestra a todas las personas que pasan con cáncer de mama ejercicios activos y autopasivos de miembro superior, para evitar limitaciones por contractura del pectoral o por capsulitis del hombro.

Apunta que una actividad recomendable es el tiro con arco. De hecho, este centro vallisoletano, junto con la Federación de Tiro con Arco y la Asociación Española Contra el Cáncer (AECC), han firmado un protocolo mediante el cual las pacientes, previamente valoradas por el médico rehabilitador, acuden a las instalaciones de la federación, donde se las enseña la técnica de tiro con arco, ya que es un ejercicio recomendado para prevenir el linfedema del miembro superior.

Enrique Candau explica a nivel más técnico el padecimiento de Leonor. «Si el paciente, por los motivos que sean, tiene una limitación de movilidad, o aparece un linfedema al cabo de meses, el rehabilitador aconseja sobre los ejercicios y otras medidas, como puede ser el drenaje linfático manual, realizado por profesionales de nuestro servicio, o la prescripción de prendas de comprensión especialmente diseñadas para el tratamiento de esta dolencia», matiza.

Todos estos servicios están en la cartera del hospital, por lo que aconseja a los pacientes que, ante cualquier duda, consulten con su médico de Atención Primaria para que este, si lo considera necesario, derive al Río Hortega para su valoración. «Es fundamental evitar acudir a centros sin la suficiente cualificación que prescriben o recomiendan terapias que, en el mejor de los casos, no son necesarias o se han mostrado ineficaces, e incluso, perjudiciales. Tenemos un sistema de salud público que está perfectamente capacitado para atender a todas estas pacientes», recalca.

Candau tiene claro que el primer paso que los profesionales deben dar es intentar tranquilizar, explicar y hacer ver que, afortunadamente, hay solución para «casi todos los problemas relacionados con la cirugía del cáncer del mama», y que muchos de estos problemas se pueden prevenir con «medidas sencillas y sentido común».

Cada ejercicio va acompañado de dosis de optimismo y generosidad. «Son receptivas a las indicaciones y saben valorar la importancia de cumplir con las recomendaciones que les hacemos. No hay ninguna duda de que cuando tienes un problema de salud serio, valoras mucho mejor lo que es importante de lo que no es; los pacientes de cáncer, en general, suelen dar lecciones a mucha gente que exige cosas imposibles ante problemas poco relevantes», expone el jefe de servicio de Rehabilitación del Río Hortega.

Leonor es una paciente más que ha subido este escalón. Ahora hace vida normal «con ciertas limitaciones físicas». Ya no trabaja, ya no tiene la misma calidad de vida, no obstante, pregona a los cuatro vientos que se encuentra «muy bien». Puede salir, viajar, ir al cine y cuidar de su brazo. Ha superado una enfermedad grave que la sacó «de la monotonía» para colocarla en una realidad «complicada», que combatió rodeada de amigos, familiares y profesionales del centro vallisoletano. Para ellos solo tiene halagos. En su opinión, luchar cuerpo a cuerpo con el cáncer es una batalla dura donde ha salido victoriosa por la «empatía» que desprenden los facultativos, en especial su oncólogo, el «maravilloso» Juan Carlos Torrego. Aún tiene trato con él. Muchas veces, cuenta con una gran sonrisa, le pregunta sobre si puede tomar una infusión que le han recomendado unos amigos para el dolor, unas pastillas...

Prefiere que todo esté supervisado por este doctor. Un doctor que trata a muchas pacientes a las que deriva a otros profesionales que entienden la enfermedad: los ginecólogos y los trabajadores del hospital de día, donde pasan horas y horas por la quimioterapia.

Su mayor dolor no fue que el pelo se cayera, sino la radioterapia. Era necesaria para salvar la vida, sin embargo, quemaba. Por ello, desea con todas sus fuerzas que la investigación «avance rápido» y que los tratamientos puedan aplicarse «lo antes posible». Mientras tanto, recalca la importancia que tiene la rehabilitación después de la operación. «Tocan nervios, el sistema linfático..., por eso es fundamental ponerte en manos de un fisioterapeuta».

El ímpetu de esta paciente no es único. Enrique Candau destaca que las personas que pasan por el servicio son muy receptivas, luchadoras y comprometidas. «A veces, incluso, hay que frenarlas un poco. Explicando con claridad que cosas no hay que hacer, se solucionan casi todos los problemas».

La fisioterapia no es de por vida. Dice que es mucho más importante el autocuidado, las normas de prevención, la educación sanitaria y, sobre todo, no acudir a centros sin la debida formación ni cualificación.

Recuperación sin huellas

En el otro lado del espejo están las pacientes de cáncer de mama que aún no han hecho rehabilitación porque están a la espera de reconstruir su pecho. Ya han dado portazo al tumor maligno y ahora quieren borrar las huellas de la operación.

Es el caso de Verónica Alija, una joven de 30 años que hace dos se palpó un bulto en la ducha. Acudió al médico con la seguridad de que no sería nada. La doctora y dos MIR no lo vieron claro y decidieron derivarla a la Unidad de Mama. Era junio y la cita con el ginecólogo estaba prevista para diciembre. «No podía estar con esa incertidumbre todos esos meses, así que decidí pedir que me la adelantaran». Lo hicieron.

Verónica se hizo la biopsia a la vez que recibía un mensaje claro: «Si es malo te llamamos por teléfono y si es bueno ya te comentará el ginecólogo qué pasos tienes que seguir». Se lo hizo y un jueves recibió la temida llamada que la citaba para el lunes siguiente. «Me dejaron el fin de semana para relajarme», confiesa. Fue a la consulta con su madre y el diagnóstico fue demoledor: «Tienes cáncer de mama. Está en fase 2». Era «jodido» pero le habían cogido a tiempo. El tumor iba acompañado de tres bultos: el más superficial de 3,7 centímetros –el que se tocó en la ducha y la salvó la vida–, y dos más internos, uno de 0,7 y otro de 0,4.

«El primer día me quedé en shock. No me lo creía. ¿Por qué a mí? No tengo antecedentes y soy joven», relata Verónica, quien admite que lo más duro fue al día siguiente cuando el médico la dijo que había que sacarle óvulos porque la quimioterapia la podía dejar estéril. Un «mazazo» que a día de hoy se la sigue clavando en lo más profundo del corazón.

Las sesiones empezaron y se «convirtió en un vegetal». Necesitaba ayuda para todo. Sus padres, su hermano, familiares y amigos fueron los bastones en los que se apoyó en los momentos más duros. «Lo pasaron muy mal». Con el cáncer se dio cuenta de la gente que merecía la pena. Un diagnóstico que la ayudó a expulsar a toda las personas tóxicas de su vida. Por ejemplo, desaparecieron muchos familiares que ella había apoyado siempre, amigos que no eran tan amigos y su novio. Aprendió mucho de sí misma y de todas las pacientes que saben lo que es el cáncer de mama, que saben cuándo y cuánto duele, que piensan en el aquí y ahora no en la curación.

Tras el ciclo de ocho sesiones de quimio se operó. No necesitó radioterapia pero eso no lo sabían los cirujanos cuando extirparon su pecho. Ahora tiene que esperar un año para reconstruirse la mama. Está previsto para febrero. Y existen dos caminos «complicados y muy duros». Mientras tanto Verónica afronta el día a día con una sonrisa. Quiere aprobar las oposiciones de profesora. Tiene sueños y va a por todas. Su último consejo: «Explorarse. No te va a llevar más de un minuto y te pude salvar la vida».

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