Diario de Valladolid

Tentativa peligrosa de fuga de un toro de Sánchez Herrero

Los serios y cuajados astados de la divisa salmantina protagonizan un emocionante segundo encierro cuellarano bajo una lluvia pertinaz

Uno de los toros se desvió en la entrada al embudo, en el segundo encierro de las Fiestas de Cuéllar.-ICAL

Uno de los toros se desvió en la entrada al embudo, en el segundo encierro de las Fiestas de Cuéllar.-ICAL

Publicado por
César Mata

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Altos de agujas, con caja, y con romana. Así se mostraban los seis ejemplares de Sánchez Herrero en los corrales del Puente Segoviano. Dignos legatarios de la sangre ‘raboso’, estirpe Domecq de cuño salmantino, de cuando las reses gaditanas atracaron a orillas del Yeltes por la compra de María Antonia Fonseca. Aún mantiene este hierro las hechuras primigenias de aquellos astados, menos finas, más para acreditar que el bos taurus sigue habitando la piel del toro.

El caso es que nada hacía sospechar que los bravos se emplearan tan a fondo desde que, alrededor de las 8 de la mañana, que la tradición necesita tiempo, sí, claro, pero no mira el segundero, se abrieron las puertas metálicas del corral que los albergaba desde el sábado. Huéspedes tranquilos hasta que la costumbre reclama su protagonismo y exige su casta.

El primero de los astados, de pelo negro, atravesó el leve paso del arroyo Cerquilla apenas unos minutos después de recuperar la libertad, cumplida la condena de su traslado en camión desde Salamanca, junto con sus hermanos. El espacio entre la angostura de Las Máquinas y el cruce con la carretera de Cantalejo nos recuerda cómo quienes gestionan lo público olvidan que no por diseñar polígonos más cercanos a la población va a existir una mayor riqueza industrial. Simplemente se estropea el paisaje y se dificulta y afea el transcurso del encierro. Naves contra garrochas, casi como los molinos de viento de El Quijote.

Pasaron después, en dos bloques, el resto de bóvidos de lidia, junto al grueso de mansos. Superados los metros de asfalto de la carretera, el grupo pudo ser reunido en un todo, sin rebeldías. Un descanso prolongado, que el peso de los de Sánchez Herrero les estaba pasando factura tras su ansiosa escapada de tranco amplio. Un cansancio que había que reparar y, a la vez, era un elemento colaborador para un trayecto pausado y compacto.

Imágenes de sabor inconfundible que recuerdan tiempos pretéritos, homenaje de la memoria a gentes sólidas y conocedoras del toro como Pepe Gavilán o Simón Caminero, veteranos de la garrocha que han dejado paso a la siguiente generación, pero cuyo esfuerzo y arrojo han permitido que la tradición continúe con fidelidad a las reglas no escritas del campo.

Al paso lento cuyo ritmo marcan los cencerros de los cabestros la comitiva siguió el camino previsto. Ya había comenzado a llover y la tierra desprendía una aroma de nostalgia y vitalidad, como todo lo profundo, como todo lo verdadero.

Tras pasar el túnel de la autovía de Pinares, hito que recompone un calendario que hace añicos el encierro, en la loma más alta de todo el tramo campero, en un teso que permite exhibir la certeza del rito, Pedro Caminero y Pepe Mayoral ordenan que todo se detenga. Hay que cuadrar fuerzas, ánimos y tiempos. Incluso algún trago de orujo y unos bollos. Que la gastronomía no está reñida con el trabajo bien hecho. Cada día tiene su afán, y un estómago satisfecho favorece afrontar mejor las tareas.

La planicie superior del embudo se antojaba un territorio propicio para la calma. Y así pasó a la hora de que descendieran bravos, mansos y monturas… hasta que el último toro, serio, bien armado, decidió que su gps le dirigía hacia los espectadores que se sitúan en el límite en el que el páramo rompe hacia la vaguada. Una fuga sorpresiva, que mantuvo durante unos segundos la tensión eléctrica de lo que pudiera pasar… Decenas de personas, incluidos agentes de la autoridad, tuvieron que buscar abrigo en los vehículos mientras los caballistas lograban reconducir la embestida hacia una zona más tranquila y alejada.

Finalmente, unos bueyes bien domados recuperaron al animal fugado y lo condujeron a las calles, en las que los mozos encajaron los riñones entre las astas de los ejemplares de Sánchez Herrero con temple y coraje.

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