Diario de Valladolid

Villavicencio de los Caballeros (Valladolid)

Una joya semanasantera en la Tierra de Campos

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Publicado por
JOSÉ LUIS ALONSO PONGA
Valladolid

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La Corona, o Las coronas en general, es un conjunto de rezos que los fieles desgranan en honor a una advocación concreta. Consta de varios misterios (denominados decenarios porque son diez las avemarías que tiene cada uno), generalmente siete con oraciones de ofrecimiento antes, y de agradecimiento, después de cada uno. Tienen concedidas muchas indulgencias que los romanos pontífices han otorgado a lo largo de la historia a requerimiento del general de la Orden de la que dependen las cofradías, y en alguna ocasión a petición del embajador español ante la Santa Sede. La Corona franciscana, que es la que se conserva en Villavicencio de los Caballeros, es una tradición documentable, según el experto en esta temática José Ignacio Foces Gil, en el s. XVIII, aunque el rito, tal y como hoy se celebra, es fruto de sucesivas evoluciones.

El Jueves Santo por la tarde, los cofrades de la Tercera Orden se reúnen en la iglesia de Santa María, donde ya tienen preparados los objetos necesarios para una peculiar representación de la Pasión, donde los pasos tradicionales se sustituyen por personas de carne y hueso. En el presbiterio hay tres cruces, dos en el suelo, y la más grande enhiesta. Cerca, una banqueta con una caña, no lejos una columna, y en un lugar destacado, una mesa sobre la que se ve un crucifijo con dos calaveras. Cada elemento (así llaman a estos objetos) se acompaña con una corona de mimbre trenzado, y una soga de esparto. Los cofrades, con hábito franciscano, en dos filas.En esta ocasión se rezará la corona de los Misterios Dolorosos, que rememoran los siete dolores de la Virgen. Preside el sacerdote, con capa roja. El sonido de la campanilla indica el comienzo del rito.

El Mayordomo o el Cofrade de mayor edad besa el suelo, se levanta y manda a cinco hermanos que ocupen, uno, la columna; otro, la banqueta con la caña, el tercero que se coloque en la cruz grande como si fuese el Redentor, y los dos últimos que carguen con las cruces y escenifiquen el camino del calvario caminando lentamente a la vista de los hermanos. Todos se colocan la corona de mimbre en la cabeza y la soga al cuello. Durante el rezo estos son sustituidos por otros y otros más.

El momento cumbre, que plasma la religiosidad franciscana en toda su dimensión, es cuando un hermano toma de la mesa el crucifijo y una de las calaveras y repasa las filas de los cofrades arrodillados, acercándoles el cráneo de cuencas vacías y les dice con todo el dramatismo posible: «Considera hermano en lo que has de venir a parar», y dándoles a besar el crucifijo, les advierte: «Este es el Dios que te ha de juzgar»; mientras tanto, otro Terciario, en un acto de humillación y penitencia, besa los pies a cada uno de los cofrades.

Terminado el rito parateatral, cada uno vuelve a su puesto original, y, de rodillas, con los brazos en cruz, rezan la letanía y un responso por los hermanos difuntos. Para terminar, los Cofrades besan el suelo y se retiran a la sacristía. Hubo un tiempo en el que, al finalizar el rezo, se invitaba a las mujeres a abandonar el templo, y los hermanos se disciplinaban durante el tiempo que duraba el rezo del Miserere y el De Profundis.

Al día siguiente, tiene lugar el Descendimiento. Al mediodía del Viernes Santo los Cofrades se juntan para colocar en la Cruz un crucifijo articulado, del s. XVII, en un rito íntimo que en Castilla se denomina tradicionalmente enclavamiento. Ponen al Crucifijo una corona de espinas y una soga, las mismas que ha llevado un cofrade en el rezo de los denominados Terceros Ejercicios. A continuación, los hermanos se retiran a almorzar escabeche, pan y vino. No olvidemos que tradicionalmente la gente observaba el ayuno y la abstinencia de este día, lo que justifica estas viandas, pero tampoco debemos pasar por alto que estos alimentos eran la comida habitual en las reuniones del Concejo en toda la Tierra de Campos.

Hasta los años sesenta del siglo pasado sólo se representaba cada siete años. A las diez de la noche comienza la función. El sacerdote y el predicador suben al presbiterio, y el sacerdote lee el pasaje alusivo a la petición que hace José de Arimatea a Pilatos, para que le permita bajar el cuerpo de la cruz y enterrarle. El Mayordomo acompaña al padre predicador hasta el púlpito y comienza el sermón y la representación del desenclavo. En líneas generales es como todos los que se realizan y se han realizado en la tarde del Viernes Santo. Es un acto de cofradía, los hermanos, vestidos con hábito y cordón, ejecutan los pasos que el predicador, también franciscano o capuchino, va mandando hacer a los que ejecutan la labor de quitar primero la cartela del INRI, después la corona de espinas; a continuación, el clavo de la mano derecha, luego el de la izquierda, después el de los pies.

Bajan al Cristo de la Cruz y, también a petición del predicador se lo muestran a su madre a la voz del predicador: «Traedlo aquí y ved cómo llora su madre, la pobre infeliz». Aunque no existen noticias de ello, sin embargo hubo aquí, como aún sucede en otros pueblos terracampinos (lo he visto hace dos años en Villafáfila, Zamora) una imagen de la Virgen de cuello móvil, y cuando los cofrades acercan el cadáver del Hijo a la Madre y piden permiso para enterrarlo, la escultura asiente con la cabeza, que acciona un ayudante mediante un curioso mecanismo de alambres y goznes.

Es, en plan general, el mismo paso que describe el P. Isla en Fray Gerundio cuando nos cuenta la Semana Santa Terracampina. Digo aparentemente porque varían los actores. En la de Perorrubio, que así dice el jesuita se llamaba el pueblo donde Fray Gerundio predicó la Semana Santa, los que descendían al Cristo del patíbulo eran dos clérigos que hacían el papel de Nicodemo y José de Arimatea. Igual que se ha mantenido hasta ahora en Bercianos.

Las cofradías, si tenían fondos, contrataban a los clérigos, además del predicador, que era imprescindible, pero si andaban flojos de reales, el papel lo hacían los cofrades. Estos lo hacían a cara descubierta, o con capillo pero sin capuchón, por razones evidentes de incomodidad. Los desenclavos que ahora vemos en algunas ciudades con toda esta parafernalia, responden más a las Semanas Santas de nuevo diseño que a la veracidad histórica. Concluido el desenclavo, se procede a la Procesión del Entierro.

En las calles de Villavivencio resuenan los ecos de antiguas composiciones traídas por los misioneros y por los predicadores que venían el Viernes de Dolores y se marchaban el segundo día de Pascua, después de haber bendecido las casas de los vecinos con el agua del Sábado Santo. Y volvían a sus conventos contentos por la labor realizada, y por las cestas de rosquillas que les regalaban los cofrades o las Hijas de María recogidas en cuestación por el pueblo.

La Semana Santa de Villavicencio es una joya de patrimonio cultural de tanta importancia, que debería protegerse, porque nos da las claves para entender no sólo la piedad popular, sino también una serie de ritos que encontramos en toda la comarca, y más allá, a veces fuera de España por donde han andado los frailes del cordón. Es clave para comprender restos de antiguos rituales que quedan descontextualizados y se nos presentan simplemente como curiosidades excesivamente localistas rayanos en lo folklórico.

El Jueves y Viernes Santo, los vecinos de Villavicencio, los que permanecen en el pueblo y los que están en la diáspora, se reúnen para celebrar la Pasión, y vuelven a representar su identidad, y a componer la memoria local que trasciende más allá de los individuos y abraza a los antepasados, a los actuales y a los que en el futuro se sientan pertenecer a esta comunidad. No estaría mal que los políticos que se están apuntando ahora al discurso de la redención rural terracampina, inventando fórmulas inverosímiles para frenar la despoblación, se enterasen de fenómenos como éste y lo potenciasen en lo que vale y se merece. Mientras tanto, los villavicentinos se esfuerzan por conservar este nuestro patrimonio inmaterial. Más de uno y en más de un lugar ya se lo estamos agradeciendo.

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