Diario de Valladolid

Naufragio en el cemento

Este enero se cumplen 40 años del suicidio militar vestido de gala del poeta zamorano Justo Alejo (1935-1979), cuya trayectoria vital disolvió los lastres de su origen miserable con el esplendor de un ansia de aprendizaje deslumbrante, basada en un esfuerzo propulsado por su talento natural.

Justo Alejo y Ramón Torío coreados por las palomas de la Plaza de Cataluña, en Barcelona.-E.M.

Justo Alejo y Ramón Torío coreados por las palomas de la Plaza de Cataluña, en Barcelona.-E.M.

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Redacción de Valladolid
Valladolid

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Sayagués de Formariz e hijo de madre soltera, Justo Alejo recaló con catorce años en el arrumbadero de formación profesional que la Renfe tenía en el León suburbano de posguerra, junto al Bernesga, para huérfanos del raíl e infantes en desamparo. Como el brillante novelista levantino Rafael Chirbes (1949-2015) y la nutrida tropa sayaguesa que siguió la senda vecinal de Justo. Viendo pasar el río, permaneció hasta concluir 1951. En enero de 1952 ascendió hasta La Virgen del Camino, para instruirse como carpintero en la Maestranza Aérea, una estancia que interrumpe, en marzo de 1953, un brote de

tuberculosis alimentado por aquellos fríos parameses.

Supera la dolencia en casa, arropado por la familia, y en julio de 1954, cuando deja de toser, solicita el servicio militar como voluntario de Aviación, incorporándose a la base de Villanubla aquel septiembre. Lejos de Sayago, Justo Alejo emprendió a los catorce años una trepidante carrera de obstáculos, que va a culminar en Madrid con cuatro títulos universitarios, un doctorado en Filosofía y estudios promediados de Sociología y Ciencias Políticas, donde encuentra como profesor a Fraga. Un desmedido bagaje intelectual para su empleo ramplón de brigada del Aire (logrado a los veinte años de servicio), que fue el máximo escalafón posible en la milicia para su trayectoria de chusquero.

Los doce años que pasa en Valladolid, entre 1954 y 1966, son los del bachiller, que concluye en 1959, Magisterio (1960-1963) y Filosofía (1965-1970, que culminará con el doctorado en Madrid, adonde se trasladó en 1966 como cabo primero a la base de Getafe; remata también las licenciaturas en Pedagogía y Psicología. En Valladolid, el estudiante de Medicina Ramón Torío lo vincula a la librería anticuaria Relieve, en cuyos Pliegos de cordel aparecen sus primeros libros: Yermos a la espera (1959), que estrenó la colección; Arenales (1960); Desde este palo (1962); SERojos luNARES (nimBOS), 1969; y monuMENTALES reBAJAS (1971), prologado por Santiago Amón. También edita en los Pliegos de Relieve su traducción de Nazim Hikmet (1967), realizada durante su curso como lector de español en París; la antología del cacahuetero del bar El Socia de Valladolid, don Alejandro A. Valdeolmillos (1973), que prologa, y a cuya muerte sin riberas dedica un obituario en 1976; y Por la patria, relato del serbio Laza Lazarewich (1974).

UN REFUGIO ACOGEDOR

La librería Relieve ofrecía entonces refugio para el desamparo y un espacio de amistad. A sus expensas, edita Alaciar (1965), en la misma colección que publicó los Textos económicos (1969), de Pino. Alaciar nombra el saludo de las aves con las alas a lo lejos y es su primer libro maduro, donde conjuga recursos creacionistas y otras audacias de quiebra o resalte de sus versos con versales, cuya siembra procura nueva lectura a palabras maltratadas por su manejo bastardo. En su ávido descubrimiento de la poesía, Justo Alejo tuvo la compañía tutelar de Santiago Amón, vinculado al postismo de su paisano Gabino Alejandro Carriedo (1923-1981), para quien trabajaba en revistas madrileñas de arte y construcción. Los versos de Justo Alejo vibran, rebullen, inciden y estallan, reverberan o se descoyuntan, mientras el poeta jalea su desamparo perplejo de campesino sayagués extraviado en medio del circo de reclamos que bombardean su aventura cotidiana de urbanita. Justo Alejo pone en marcha en su poética una auténtica constitución del contra lenguaje empedrada con términos de procedencia sayaguesa, que le sirven para proceder a una demolición de tópicos y consignas imbuidos de fugitiva y acomodaticia insolencia: del derribo de las viejas palabras manidas surge un lenguaje poético restallante de expresividad.

POETA DE VANGUARDIA

Sin seguir nunca un curso convencional ni en su vida ni en su poesía, Justo Alejo fue un vehemente que con arrojo singular conjugó vanguardia y tradición. No movido por un afán de mudanza esnob, sino acuciado por la necesidad de articular un diálogo fecundo de las atribuladas raíces campesinas con la conciencia palpitante de su tiempo. En 1972 se casó con Silvia, hermana del cineasta alemán Miguel Herberg, quien al cabo de los años compró la casa de Formariz donde nació Justo. A Silvia, que entonces era novia del poeta soriano Javier Serrano, la conoció en una de sus visitas a Ramón Torío, que entonces estudiaba con Serrano Medicina en Barcelona. Al hijo de Justo y Silvia, un biólogo ya casado y padre a su vez de tres hijos, le pusieron un nombre de las Mil y una noches: Alí.

Comprometido como compañero de viaje desde muy joven, Justo Alejo simpatizó enseguida con la clandestina Unión Militar Democrática, aunque su condición de suboficial le hizo sentirse incómodo y relegado en aquella organización tan jerarquizada. Pero supo mantener siempre la cautelosa distancia que le marcaba su condición militar con la implicación militante de sus amigos, primero en el Frente de Liberación Popular (FELIPE) y luego en el Partido Comunista (PCE). Pero en sus artículos publicados en Triunfo y en El Norte de Castilla, que recoge el volumen antológico Prosa errante (2005), no escurre el bulto ante ningún tema polémico o candente. Ni siquiera el proyecto nuclear luego desechado para Sayago.

La librería Relieve era entonces refugio para el desamparo y un espacio de amistad. A sus expensas, edita Alaciar (1965), en la misma colección que publicó los Textos económicos (1969), de Pino. Alaciar nombra el saludo de las aves con las alas a lo lejos y es su primer libro maduro, donde conjuga recursos creacionistas y otras audacias de quiebra o resalte de sus versos con versales, cuya siembra procura nueva lectura a palabras maltratadas por su manejo bastardo. En su ávido descubrimiento de la poesía, Justo Alejo tuvo la compañía tutelar de Amón, vinculado al postismo de su paisano Gabino Alejandro Carriedo (1923-1981), para quien trabajaba en revistas madrileñas de arte y construcción. Los versos de Justo Alejo vibran, rebullen, inciden y estallan, reverberan o se descoyuntan mientras el poeta jalea su desamparo perplejo de campesino sayagués extraviado en medio del circo de reclamos que bombardean su aventura cotidiana. Justo Alejo pone en marcha en su poética una auténtica constitución del contra lenguaje empedrada con términos de procedencia sayaguesa, que le sirven para proceder a una demolición de tópicos y consignas imbuidos de fugitiva y acomodaticia insolencia: del derribo de las viejas palabras manidas surge un lenguaje poético restallante de expresividad.

En 1974 y 1975 (cuando ganaron Julia Castillo, la hija de Castillo Puche, y el extremeño Ángel Sánchez Pascual) concurrió sin fortuna al Adonais con el poemario sucesivamente llamado Claridad y distancia y Azules o astros. La más dura y desgarrada decepción la recibió en la primera convocatoria del premio Jorge Guillén de poesía, creado en Burgos por Antolín de Santiago Juárez (1918-1995), gobernador civil de la provincia entre 1977 y 1980. Antolín de Santiago había creado la Seminci en el Valladolid de los cincuenta y en su etapa burgalesa el Jorge Guillén de poesía, que en 1982 recayó en Memoria de la nieve, de Julio Llamazares. Justo Alejo presentó al Jorge Guillén su libro más maduro, El aroma del viento, que vería la luz póstumamente editado por Ayuso, con prólogo de Pino y una corona laudatoria de textos y dibujos trenzada por amigos diversos: de Blas Pajarero o Santiago Amón, a Cuadrado Lomas, Francisco Sabadell o Domingo Criado.

El batacazo recibido en aquel certamen fue más violento porque dominaban el jurado sus amigos Francisco Pino, Claudio Rodríguez, Antonio Bouza y el vecino justiciero de la raya José Miguel Ullán. Ninguno de ellos fue capaz de entender que para el poeta en saldo que seguía siendo Justo, a pesar de su grandeza, empezaba a ser importante un respaldo como aquel. Sí publicó en vida Separata de lo mismo (1974), Son etos son ecos (1976), HOY en día El desencanto LAVA MÁS BLAAANCO (1976), SolaMENTE unas palabras. Libro de HORAS Y ORIFICIOS (1978). También póstumos aparecieron Pliegos de cordel Sayagueses en memoria de Justo Alejo (1979), la prosa poética autobiográfica de Marbella entre mil ríos (1994),y sobre todo, su Poesía completa (1997), editada por Antonio Piedra en dos volúmenes de lujo.

UNA ACUSACIÓN ASESINA

Con estos prolegómenos y a pesar de sus cautelas, Justo Alejo se sentía vigilado. Venía recibiendo llamadas amenazantes hacia su hijo desde el telefonillo del portal de su casa y de repente encontraba una mañana el mensaje de una bala distraída sobre la mesa del despacho. Por eso, le aterra la lectura del artículo ¿Espías rusos en Valladolid? (10.12.1978), que publica el Norte de Castilla firmado por el cineasta y humorista vasco Ramón Zulaica (1929-2009).

Zulaica fue un chiflado de escritura profusa y enloquecida, casado con una finlandesa, que después de estudiar Exactas y Cinematografía en Madrid, trabajó como funcionario del Instituto de Emigración en Irún. Su afán incontrolado por escribir lo llevó a combinar el agasajo familiar al capuchino Padre Donostia y a su compinche musical Arteaga, con la poda del Kempis para ponerlo al alcance de todos los navarros. Otras audacias de este ruidoso botarate enfilaron hacia la dirección de teatro de ensayo, la composición de una Guía caprichosa de San Sebastián (1963), la agrupación de sus artículos en una oronda gavilla que tituló La España de Frascuelo y de María (1979) o la invención, relativamente frecuente en aquella época, de haber ganado el ya declinante premio Biblioteca Breve de Seix Barral con su novela De la sabiduría de la noche y de cierta felicidad del alba (1973), inédita a causa de la censura.

Su artículo temerario de aquel domingo prenavideño, titulado con el reclamo poderoso de Espías en Valladolid, aparece sembrado de acusaciones sobradas para que la bicha represora saltara sobre el indefenso brigada Justo Alejo, a quien acusa con su nombre como «espía y agente secreto de Rusia».

«En la actualidad, con esto de la democracia y decadencia de las corridas de toros, un tal Justo Alejo, maniobrero endemoniado, vive y respira en Valladolid, capaz de meterle el berbiquí y dársela a la CIA y a todo el servicio de contraespionaje». Y prosigue: «Este señor, valiéndose de sus magníficas condiciones de escritor, publica regularmente artículos y así como quien bebe un vermú, se dedica a hablar de pájaros y de las procesiones con una frescura capaz de despistar al contraespionaje mejor estructurado. Pero en esos artículos aparecen palabras estampadas con mayúsculas que componen el mensaje que llega a Moscú vía satélite… con información secreta sobre centrales nucleares». Aquel delirio delator concluye con este recado en versales: ANDE USTED CON CUIDADO, LE PERSIGUEN LOS MALDITOS.

Cuando vuelve a Madrid de pasar sus últimas Navidades en Sayago, cuatro pistoleros de Eta asesinan (3 de enero de 1979) a la puerta de su casa, en la calle Menéndez Pelayo, al gobernador militar, general Constantino Ortín y su funeral se convierte en una revuelta militar de protesta contra el gobierno: gritos de gobierno culpable y gobierno dimisión jalonan la ceremonia. Gutiérrez Mellado ordena al director del Cesid que identifique a los cabecillas, pero el general Bergén se niega a actuar como chivato y Mellado lo cesa.

Con aquel ambiente militar y recibiendo amenazas en casa, Justo Alejo acude el 11 de enero de 1979 a su trabajo en el ministerio del Aire vestido de gala y a media mañana, aprovechando que queda solo a la hora del café, se arroja al patio desde la cuarta planta, reproduciendo su poema Cierta biografía.

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