Diario de Valladolid

El abulense Carlos Soria atacará con casi 80 años la cumbre del Dhaulagiri, uno de los dos ‘ochomiles’ que le faltan

El mediático alpinista se propone ascender las 14 montañas más altas del mundo y anuncia que en primavera intentará de nuevo el reto del Shisha Pangma, en Tíbet

El alpinista abulense Carlos Soria en el Himalaya.-ICAL

El alpinista abulense Carlos Soria en el Himalaya.-ICAL

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Redacción de Valladolid
Valladolid

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El alpinista abulense Carlos Soria atacará con casi 80 años la cumbre nepalí del Dhaulagiri, uno de los dos ‘ochomiles’ que le faltan, junto al Shisha Pangma, ambas en el Himalaya. El mediático montañero se ha propuesto ascender las 14 montañas más altas del mundo. Por ello, anunció a Ical que en primavera intentará también, de nuevo, el reto de la cumbre tibetana. “Quiero terminar mi proyecto”, sentenció Soria, quien recuerda, no obstante, que en las dos ha estado ya por encima de los 8.000 metros, pero por diferentes circunstancias y por seguridad, él y su equipo se vieron obligados a darse la vuelta.

El reto es mayúsculo para Carlos Soria, que el 5 de febrero del 2019 cumplirá 80 años. “Sé que es una barbaridad, pero es muy bonito lanzar este mensaje a la gente de que no hay que renunciar a las cosas; sin hacer el ridículo y sin ir a donde no puedes ir, pero mientras puedas debes mantener la ilusión y ganas de hacer lo que me gusta. De momento lo estoy cumpliendo porque me cuido y entreno mucho y me preparo para lo que quiero hacer, porque tengo mucho tiempo, ya que la vida del jubilado es fantástica”, ironiza entre risas.

De momento, como en anteriores expediciones, Soria no cuenta con el apoyo de patrocinios que le lleven a lo más alto y poder compartirlo con todo el mundo. A pesar de ello, la preparación reciente de este Premio Castilla y León del Deporte 2015 en el Centro de Alto Rendimiento de Sierra Nevada hace presagiar el éxito en el Dhaulagiri, una cumbre de 8.167 metros, en la que el alpinista ya llegó hasta los 8.050. “Es la montaña a la que más he ido, pero no es la más complicada; y me he quedado a muy poco”, rememora. Similar resultado cosechó en anteriores ocasiones en el Shisha Pangma.

El más universal de los alpinistas españoles ha subido tres veces al Annapurna y al Makalu. Lo hizo con 69 años y sin oxígeno la primera vez. “Se trata de hacer las cosas con cabeza. Hay que dar ejemplo. Muchos amigos más jóvenes me dicen que les doy mucha alegría, y que ven que esto no se acaba, que hay mucha vida por delante, y eso me hace muy feliz. Tanto de España como del extranjero, porque me escriben de muchos sitios”, narra.

Hasta ahora contabiliza más de 40 expediciones en el Himalaya entre Nepal y Pakistán, sin accidente alguno y “conservando los dedos de las manos y los pies”, todo un logro para un montañero y que le “hace feliz”. Por ello, reconoce que a veces piensa que “la montaña no es tan peligrosa, que sí lo es, pero tampoco tanto”.

A sus 79 años mantiene el reto de escalar las 14 montañas más altas, proyecto con gran relevancia y repercusión, porque se trataría de la persona de más edad que culminaría este ambicioso desafío. En la actualidad, es el único alpinista que ha escalado once ‘ochomiles’ después de cumplir los 60 años, y el más veterano que ha ascendido con éxito al K2 (65 años), Broad Peak (68 años), (Makalu (69 años), Gasherbrum I (70), Manaslu (71), Kanchenjunga (75 años) y Annapurna (77 años). También ascendió a las siete cumbres más altas de los siete continentes.

Amaneceres espectaculares

Con las manos sobre sus finas piernas, recuerda cuando por la noche, subiendo al Everest, observó una luz. “Creo que era Venus, pero otra vez, en la cara norte, en 1986 y a 7.000 metros, había mucho viento, terrible, y salí de la tienda y parecía que tenía las estrellas conmigo. No había luna”, argumenta, relatado por quien se considera un poeta de las cumbres. En resumen, explica, “no es que estén más cerca, sino que no hay contaminación y da la sensación de que las tocas”. Por eso, los amaneceres “son espectaculares”. “He visto muchos, pero como los del Everest y K2, ninguno”, sentencia.

Es una empresa complicada alcanzar estas cimas. De eso no hay duda. Pero Soria señala que “hay gente algo irresponsable”. “Cuando estás subiendo ya tienes que pensar en controlarte para bajar. No es solamente llegar a la cumbre, porque mucha gente piensa que es el objetivo y ya está, y que casi no disfrutas de estar allí arriba. Mucha gente se exprime en llegar y luego no puede bajar”, sostiene. Como advertencia, recuerda que en el Aconcagua ha visto morir alpinistas al hacer cumbre. “Es una barbaridad. Si no eres tonto, te das cuenta de como está tu cuerpo, que además de subir, bajar es más complicado todavía, y puede cambiar el tiempo y tener menos fuerza. Lo más bonito es subir y bajar por tus medios”, prosigue, ya acomodado en la confianza de una amena charla.

Eso sí, la “cumbre no es lo de menos, pero es una cosa más”. Sencillamente, añade, “es un todo alrededor”, porque la montaña “es hacer las cosas bien”. Reconoce que puede regresar de una expedición tras alcanzar la cumbre y “haber hecho una birria de expedición por muchas razones, por tu comportamiento o por la basura”; pero también puedes volver sin cumbre “encantado de la vida”, situación que ha vivido esta pasada primavera, la última vez que intentó el ascenso al ‘Dhaula’, como le denomina, familiarmente, su mujer Cristina. “Vino sin hacer cumbre, pero encantado de lo realizado”, desliza ella, feliz por ver a su marido intentarlo de nuevo. Él le responde: “Ya subiré, todavía tengo tiempo”.

Por eso, es capaz de asegurar que en la cumbre no disfruta “demasiado”, sino que lo hace más cuando desciende al campo base. “Te acuestas solo en tu tienda, a pensar lo que has hecho, donde has estado, lo que supone para ti, lo que has luchado, lloras, te ríes, piensas en tu familia, amigos, la gente que te quiere, que se alegrará mucho, y esas emociones las tienes ya abajo, porque en la cumbre aún tengo el cuerpo funcionando a tope, donde hay que hacer menos fotos y para abajo, que no es un lugar para entretenerse. Cuando me pase eso con el Dhaulagiri...”, deja caer, como si fuera un cercano sueño.

Aprovecha para soltar una anécdota, con la única ocasión en que estuvo “más tiempo de la cuenta” en una cumbre, en el Gasherbrum II, en Pakistán. “Estuve dos horas, pero es que hacía buenísimo. Íbamos seis personas y llegué el primero, muy temprano, a las ocho de la mañana, y esperé al último. Pero es que hacía fantástico. Si hubiese hecho malo, rápidamente para abajo, como siempre hago”, apostilla.

No sólo ascender

La forma de ser de Carlos Soria, repleto de humildad y bondad, detiene la conversación en un capítulo, el del terremoto de 2015 en Nepal. “Estamos intentando devolver todo lo que este pueblo nos ha dado”, resume. Ello se traduce en la construcción de escuelas donde “no pasa el turismo y donde tardará en recuperarse”. “Te involucras con su gente. Tengo muchos amigos allí”, expresa.

La población de Sama, en el Manaslu, es la primera montaña de 8.000 metros que intentó en 1973 y a la que consiguió subir 37 años después. Un “lugar fantástico”, que define lleno de praderas y la única “montaña con un pueblecito al lado, pegado a ella, llena de yaks”. Entre carcajadas asegura que ha ido muchas veces y que “cuando sea mayor” volverá allí a pasar una temporada “solamente a leer, sin ambiciones de subir a ningún sitio”.

Esa generosidad que obnubila al oyente obliga a hacer dos preguntas. ¿Cómo se siente Carlos Soria cuando baja de estas montañas? ¿Cambia algo? Su respuesta es muy clara sobre sus vivencias: “Siempre pasa algo dentro de mí cuando voy a la montaña. Vienes con un talante de que las cosas han salido bien. Es como el chiste de ese que dice que le encanta jugar al póker, y cuando gana es la leche. Eso me pasada a mi. Me encanta ir a la montaña, y cuando vuelvo con la cumbre hecha, es una maravilla”.

La modestia del abulense Carlos Soria, que reside en Madrid desde hace años, quizás le impide ver su grandeza. “Allí arriba no me siento muy grande. Pero sí muy contento. Soy una birria de tío, con muchos problemas físicos y me duele todo. La gente me pregunta qué hago para estar tan bien. Y yo respondo que disimular”, sonríe para despedirse.

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