Trabajadora y madre, una mujer con dos pasiones

A las once y media de la noche la imprenta confirmaba la recepción de la última página del periódico. Yolanda Pascual apuró la jornada hasta tarde para adelantar trabajo de suplementos porque ayer se cogía un día de vacaciones para dar la batalla legal por la felicidad de su hija, a la que profesaba devoción. Trabajadora infatigable, capaz de asumir las cargas más tediosas con tal de sacar adelante la edición del día o cualquier encargo, era igualmente fuerte para sobrellevar la carga del maltrato psicológico durante años por parte de su expareja, hoy en prisión por acabar con su vida. Yolanda salió del periódico a la misma hora que se enviaba a rotativa la portada de la edición nacional, con la que se distribuye en la provincia El Correo de Burgos, publicación para la que venía trabajando desde hace más de diecisiete años, los mismos que acaba de cumplir su hija.

En la primera andadura de esta cabecera Yolanda trabajó como maquetadora en compañía del autor confeso del crimen, Iñaki González, con quien coincidió trabajando en Vitoria y con quien comenzó una relación antes de recalar en Burgos.

El carácter inconstante de Iñaki y su falta de formalidad, como contrapunto a la responsabilidad profesional de Yolanda, le llevaron a dejar la publicación, donde ella fue recorriendo diversas secciones, aunque pasó muchos años en el diseño de las páginas de este diario. Posteriormente, al iniciarse la publicación conjunta de EL MUNDO y EL CORREO DE BURGOS en la provincia, se encargó del cierre como jefa de sección y de la coordinación con la sección de Mesa en Madrid, donde dejó buen recuerdo por su rápida respuesta en todo tipo de imprevistos, que son frecuentes en la prensa escrita. Más tarde pasó al área de Provincia y finalmente, en la última etapa del periódico ejercía como jefa de sección de Producción supervisando todo tipo de páginas especiales y suplementos y coordinando los contenidos con las redacciones hermanas de Valladolid y Soria.

Tal era su dedicación, que ayer mismo nos costaba convencerla de que tenía que gastar los 20 días de vacaciones que aún tenía pendientes y protestaba por el perjuicio que podría causar al resto de compañeros.

Al correr de los años, la presión psicológica del padre sobre la madre, y otros factores, empezaron a hacer merma en la hija y Yolanda sacó fuerzas de flaqueza y rompió la relación. Todo fue a peor desde entonces, hasta el punto de que la propia hija había motivado un procedimiento legal para anular el régimen de visitas decretado por el juzgado de Familia. Sus amenazas por whatsapp, intentos de suicidio simulados delante de la menor y otras conductas similares llevaron a la madre y la hija a querer levantar un muro legal contra el agresor, que nunca lo fue físicamente pero sí reiteradamente de forma psicológica.

Yolanda Pascual era una mujer menuda pero de fuerte carácter, comprometida con la lucha contra la violencia machista y consciente, a veces en broma o a veces en serio, de que algún día podría ser ella misma la noticia.

Yolanda confiaba en que la cobardía de su expareja le impediría llegar más lejos, pero su preocupación era su hija. La misma a la que dedicó una sentida columna de opinión publicada este sábado pocos días después de que la menor cumpliera los diecisiete años. Un texto que ha corrido por las redes sociales como un alegato póstumo contra la violencia hacia las mujeres.

Las reacciones que ha despertado su asesinato han confortado a la plantilla de El Correo de Burgos, impactada con lo sucedido. Cómo narrar un crimen que afecta a una compañera y amiga. Cómo dar el avance de su muerte en redes sociales, sabiendo que hubiera sido ella, la última en irse de la redacción la que más probablemente, desde su propia casa, se hubiera encargado de hacerlo. Descanse en paz.