CINCO AÑOS DE LA PANDEMIA
Y el Covid se quedó entre nosotros
Un millar de personas sufren a día de hoy de Covid persistente, síntomas que pueden durar meses: «Mi vida ha cambiado por completo»

Pasillo del Hospital Clínico de Valladolid durante la pandemia
Han pasado cinco años, pero hay quien todavía es incapaz aquellos días pandémicos. Por ese aburrimiento que parecía eterno entre cuatro paredes y que solo se rompía con videollamadas entre amigos, por el inicio del teletrabajo y de clases virtuales, o por esos últimos abrazo que en muchas casos nunca llegaron en forma de despedida. 98 días de encierro total que nos recordaban a Bill Murray en el Día de la Marmota, con la diferencia de que no había tantas posibilidades para cumplir aquello que nos brinda la vida. Si hubo un momento en que Phil Connors logró despertarse en un nuevo día tras superar la confusión y desesperación y encontrar una nueva forma de vivir, hay miles de personas que siguen en un bucle pandémico como afectados por el Covid persistente, un conjunto de síntomas que duran semanas o meses después de la infección inicial, incluso cuando el coronavirus ya no está presente en el interior del cuerpo.
Ese minúsculo organismo es el que hizo temblar los cimientos de la vida de Rosario. A sus 55 años, compaginaba dos trabajos, uno durante los fines de semana como cocinera de un bar en Torrecilla de la Orden -un «negocio familiar» de 36 años, como detalla-, y el otro de lunes a viernes como conserje en la Junta de Castilla y León. Pero en octubre de 2020, la fiebre y tos que empezó a sufrir tras contagiarse su marido y su hijo, supuso el comienzo de su historia de sufrimiento: estaba infectada con el Covid-19.

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Si sus palabras fluyen como si estuviese leyendo su propio diario, hay una parte que cuenta con páginas en blanco. «Desde que di positivo, yo no me acuerdo. Me dijeron que tenía muchísima fiebre, que me llevaron a Medina del Campo y estuvieron buscando una UVI porque no había sitio en Valladolid. Y me llevaron a Salamanca, a su UVI, donde estuve 16 días en coma», rememora según los testimonios de sus más allegados.
Alejada cientos de kilómetros de Torrecilla de la Orden, entre tubos y paredes blancas, fueron hasta tres las llamadas que recibieron su marido y sus hijos para comunicarles que no contará con su regreso. Pero sus graves recaídas provocaron nuevas entubaciones que agregaban horas a su contador vital.
Tras largos suspiros y sollozos que Rosario no podía escuchar, también debido a las restricciones sanitaria que impedían el acompañamiento en hospitales y residencias, no fue hasta el decimosexto día de su ingreso cuando despertó. Todo parecía como antes, con un cuerpo y rostro mínimamente cambiados, pero en su interior se hallaba el devastador resultado del coma. «No podía comer sola, no podía mover los brazos, no podía andar, tenía poquita fuerza...», recuerda sobre esas primeras secuelas pese a convertirse en una auténtica superviviente.
El 1 de abril recibió el alta, «sin estar bien», como asegura al sufrir «inestabilidad», lo que obligaba a su hijo a llevarla a trabajar. Y fue en ese regreso a su vida laboral donde volvió a encontrarse con el terror del minúsculo virus tras un nuevo contagio y que trajo un nuevo problema: fibrosis pulmonar. «Me pusieron oxígeno 16 horas y adía de hoy todavía lo sigo usando», apunta.
Este segundo contagio tampoco acabó pero sí con parte de su vida tras tener que cerrar el bar en Torrecilla de la Orden. A raíz de esta decisión, su matrimonio se quedó sin sin ingresos -salvo la pensión de su marido- tras destinar la mayoría de ahorros en la rehabilitación de Rosario para que volviera a poder andar y recuperar la memoria. «Se acabó el dinero, se acabó todo», lamenta.
En su relato, esa pérdida del que fue un negocio montado con «esfuerzo» centra la emoción con la que Rosario habla, pero los dolores físicos aún persisten en su cuerpo. Especialmente por un brote de artritis que sufrió en verano y por el que le diagnosticaron otra enfermedad autoinmune: artritis reumatoide. «No he podido moverme ni ducharme. Lo pasé muy mal hasta que los médicos encontraron un medicamento que me dan en el hospital cada mes. Los dolores grandes han desaparecido», apunta.

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En su caso es artritis reumatoide, pero podría ser cualquier otro tipo de «síntomas crónicos atribuibles a la infección previa por SARS-CoV-2», explica José Ignacio Martín González, internista en el Complejo Asistencial de Salamanca que ha atendido la consulta de Covid persistente desde su inicio.
Aunque cualquier persona puede desarrollar Covid persistente, también llamado ‘Long Covid’, según indica este profesional el predominio actual se presenta en mujeres más jóvenes que habían presentado una infección aguda leve. «De hecho, es llamativo el cambio en el espectro de los enfermos con dicha afectación objetivada durante la evolución de la pandemia», añade al respecto, con un patrón que define como «errático» al existir enfermeros que mejoran a lo largo del tiempo y otros que permanecen con síntomas limitantes, como Rosario.
Si el abandono de un hospital no fue el final en la historia de esta vallisoletana de 60 años, otras 1.348 personas sufrieron episodios similares al ser dadas hospitalarias por la sintomatología presentada sin tener el coronavirus presente en su cuerpo. No obstante, las cifras han ido en descenso según el paso de los años, registrando 747 en 2022, 379 al año siguiente y 222 en 2024. «Tenemos muchas dudas sobre las bases fisiopatológicas de esta enfermedad. En todo caso, la epidemia claramente ha descendido, por lo que al haber menor número de casos la perspectiva es que el número de enfermas con Covid persistente aminore», explica Martín González.
Rosario, como miembro del Colectivo oficial de afectados por Long Covid de Castilla y León, reclama una consulta «post-Covid» en la que se investigue y para curar los diferentes trastornos de los afectados. Pero no es fácil ya que, si no existe un tratamiento específico para esta enfermedad, depende de la situación clínica generada por la misma. Eso sí, el internista del Complejo Asistencial de Salamanca menciona tres medidas para evitar su desarrollo: un buen estilo de vida, una buena higiene de sueño y realizar ejercicio físico moderado adaptado al nivel de entreno. Lo mismo que le trasladan a Rosario: «Me dicen que adelgace, que haga paseos cortos a menudo y una vida tranquila».
También es recomendable seguir las diferentes pautas de vacunación, un aspecto que sigue al pie de la letra Rosario, que también sufre insuficiencia respiratorio post-Covid. «Yo antes de toda la pandemia, a pesar de que tenía otras enfermedades, las tenía controladas. Yo conducía, trabajaba, me ocupaba de la cocina en mi bar y era feliz con mi negocio que habíamos sacado adelante entre todos. Pero a partir de ese día (el primer contagio, mi vida ha cambiado por completo», concluye. Porque el suyo sí que es un ‘día de la marmota’ que ni Bill Murray podría aguantar.

Las imágenes de la pandemia en Valladolid
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