Ventura, El Juli y Manzanares abren la puerta grande en Valladolid
Triunfalismo en una tarde de méritos menores en el coso del Paseo Zorrilla
Sin desmerecer al lobo, ni al oso, ni siquiera al lince ibérico, cabría promover una iniciativa legislativa para la defensa del aficionado a los toros . Especie en peligro de extinción. Ayer, en el coso vallisoletano, se produjo un caso favorable para tal promulgación. Una muestra demoscópica que arroja datos difícilmente contestables. No estamos ante una de esas encuestas de Tezanos, tan a fuego lento a favor de la querencia del sanchismo, mayoral de los mayorales del Reino de España, aunque la monarquía no sea, precisamente, de su gusto.
Los tendidos ofrecían más piedra que anatomía humana, y eso que el cartel, con Diego Ventura, Julián López ‘El Juli’ y José María Manzanares no era, ni mucho menos, cualquier cosa . Ambiente de poca tensión, de relajamiento. Más o menos el mismo que autoridades y veterinarios cuando reconocieron a los dos ejemplares de Domingo Hernández que salieron al ruedo como primeros de los diestros a pie, segundo y tercero de la lidia. Tan escasos de ofensividad, cornicortos de fábrica o no, pero lejos de los estándares mínimos exigibles para una plaza de segunda, de capital. El viernes por la noche, los chavales de los cortes tuvieron que sortear cabezas mejor armadas, arboladuras de mayor frondosidad.
Pero cabe regresar a la propuesta del aficionado como especie en peligro de extinción. Su presencia en el ecosistema de los tendidos está seriamente amenazada, y apenas existen ejemplares con criterio fundado y propio. Con un conocimiento suficiente del toro, su anatomía, de las suertes y la lidia. Del lugar por el que debe entrar el acero para una muerte digna del toro y una estocada notable del coletudo.
El triunfalismo que se vivió, y padeció, ayer en el coso neomudéjar del paseo de Zorrilla tiene una de sus explicaciones en la ausencia de aficionados, abatidos sin piedad por los disparos de una tauromaquia que, peligrosamente, va acogiendo como suyos los criterios de una sociedad de tecnologías rápidas e impacientes. Lo quiero, y lo quiero ya. La paciencia y la capacidad de superar, críticamente, las frustraciones de una tarde, siempre fueron argumentos del entendido en tauromaquia. Más vale una tarde reconocible en su vulgaridad que un triunfalismo impostado. El populismo del espectador ocasional arrastra al toreo hacia unos cauces peligrosos.
La corrida, intermitente, sin ritmo claro, de navegación confusa, ofreció fogonazos de genialidad y rasgos de normalidad inapetente. Así, la estocada final y letal de José María Manzanares al sexto resultó de una verdad y contundencia incontestables. El rejón de castigo de Diego Ventura a su segundo, en los medios, tuvo también exposición y riesgo auténticos. Y algunos naturales de El Juli al quinto, ejemplar con temperamento y motor ofrecieron técnica, colocación y disposición meritorias.
El aficionado cabal o no va a la plaza o no existe . Por desgaste, deserción, o imposibilidad económica. Sea cual fuere la causa, existe una conexión y efecto directos entre el descenso de abonados de las plazas y la relajación en las exigencias de quienes debe velar por un mínimo de autenticidad.
El primero en ganarse la salida a hombros fue el rejoneador Diego Ventura, que ofreció momentos de intensidad en su actuación. La presencia de sus oponentes, del hierro lusitano de María Guiomar Cortés de Moura, resultó de notoria escasez, lo que contribuyó a restar, ab initio, valor a su tarea. Ante su segundo, de muy buen juego, tiró de efectismos y una monta primorosa para meterse al público en el bolsillo y lograr desorejar al toro.
Una oreja, excesiva, a su primero, y dos, también generosas, a su segundo, cortó El Juli . Entremezcló el madrileño pasajes de quietud y dominio con otros de enganchones.
Su toreo por el pitón derecho, el mejor del ejemplar de Garcigrande que cerraba la corrida, templado y con trazo límpido, y la gran estocada que le recetó, hasta la gamuza, fueron argumentos suficientes , y no es poco tal y como fue la tarde, para que José María Manzanares, con una tormenta gestándose sobre el coso vallisoletano, cortara los dos apéndices de su oponente y acompaña en la salida en volandas a sus compañeros de cartel.