Diario de Valladolid

El mago pucelano tras el fenómeno Ayuso

El toque del resurgido Miguel Ángel Rodríguez planea detrás del éxito de la arrolladora presidenta de Madrid emulando un camino que ya recorrió con Aznar / Quienes compartieron campañas y consejos de gobierno en Castilla y León con el vallisoletano ensalzan su control de la improvisación y cómo prima el nombre sobre las siglas

La presidenta de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, con su jefe de Gabinete, Miguél Ángel Rodríguez, el pasado junio en la toma de posesión de sus consejeros en la Casa de Correos de Sol. J. MARTÍNEZ

La presidenta de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, con su jefe de Gabinete, Miguél Ángel Rodríguez, el pasado junio en la toma de posesión de sus consejeros en la Casa de Correos de Sol. J. MARTÍNEZ

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Alicia Calvo
Valladolid

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Cada imagen cuenta. Todo está medido. Una ‘inocente’ Coca Cola y una hamburguesa. Este era el menú deseado aquel día por un joven José María Aznar, pero se lo impidieron de sopetón. «No puedes tomar eso. No aquí, en Castilla y León. Debes pedir vino Ribera y productos de la tierra», le espetó un periodista vallisoletano que improvisaba, Miguel Ángel Rodríguez, M. A. R. (Valladolid, 1964), a la postre el que le enseñó a decir lo que tenía que decir en cada momento preciso para que sus mensajes calaran. Y calaron.

Lo ha vuelto a hacer. «Esta disfrutando con el ascenso de Ayuso como disfrutó de aquella etapa del primer Aznar». Lo aseguran los veteranos del PP amigos del vallisoletano Miguel Ángel Rodríguez. Eso son palabras mayores, si se tiene en cuenta en dónde acabó aquel que primero acogió sus consejos.

Su ‘magia’ es invocada por unos y temida y rechazada por otros. Es un factor humano que revienta las expectativas de otros analistas y asesores de manual. Entre otras cosas, porque él estaba antes, inventa sobre la marcha y, para colmo, se lo pasa bien.

Cuentan quienes compartieron reuniones, comidas, kilómetros en bus, coche y avión, y hasta consejos de gobierno con él que «no se calla», que tiene «un don para saber qué hay que decir en cada momento para conectar con la gente». Que Rodríguez tarda «un pis-pas» en devolver los guasap, así esté reunido o en algún acto, sin perder la concentración del conjunto; que es de reflejos rápidos y que ahora, como cuando empezó, «está pletórico». «Esto le gusta mucho».

Su reciente vuelta al ruedo político con inmejorable resultado electoral al servicio de la estrella en alza de la derecha, la arrolladora presidenta de Madrid Isabel Díaz Ayuso, reduce sus escapadas a una ciudad, Valladolid. En ella mantiene familia, conocidos y una casa en el centro que compró cuando en el 98 cerró bruscamente la primera etapa de su vida política que, hace ya dos años y tras un largo periplo en el sector privado, retomó por sorpresa para casi todos (y estupor para algunos).

Lo imprevisible de sus estrategias políticas lo compensa con costumbres arraigadas. En sus escapadas a su tierra, si se trata de una comida formal, M.A.R. aún es habitual del restaurante El Figón, el Miguel Ángel o La Criolla, acompañando su querido lechazo con, cómo no, un Ribera y un Whisky para terminar. 

Pero si se trata de relajarse, acude al mismo local al que iba en su juventud y que abrió cuando tan solo tenía 16 años. También repite los amigos de aquella época, fundamentalmente de Maristas. Cero políticos en esas cenas en su restaurante predilecto, «la pizzería más antigua de Valladolid», Tarantella, en la calle Recoletas, donde dice «sentirse en casa».

Aunque su nuevo ‘hogar’ se encuentra ahora a un puñado de kilómetros: en un chalé con jardín en el norte de Madrid donde vive con su mujer, dedica tiempo a la cocina y conduce dos Lexus y un Audi Q5,  pero está también en la madrileña la Casa de Correos de la Puerta del Sol, donde brilla Ayuso.

Es el jefe de Gabinete de quien hace sombra a izquierda y derecha, quien pone nervioso a su jefe Pablo Casado porque le gana en popularidad, amenaza su liderazgo y es la única de los dos que puede presumir de victoria electoral; de quien inquieta a los socialistas mirando de tú a tú al presidente del Gobierno, al que ha plantado cara erigiéndose como su oposición más contundente en la gestión de la pandemia exhibiendo un ideario opuesto en economía. Y también de quien se ha sacudido de encima a los naranjas y mira por encima de Vox.

Se da por hecho que detrás del incontestable éxito de la presidenta madrileña hay parte de la «magia» de M.A.R., para bien y para mal. Así le critican de un lado y de otro, aunque él acostumbra a restarse responsabilidad y mérito. Para Rodríguez, el despegue del fenómeno Ayuso responde a que «no parece una presidenta» y a que dice lo que le viene en gana. ¿Pero acaso eso mismo no será una nueva improvisación del ‘ex’ de Aznar? 

El jefe de Gabinete de Ayuso repite un camino que ya anduvo cuando era un periodista novato en su ciudad al que «no le gustaba ni el PP ni su desconocido candidato en Castilla y León», José María Aznar. Y precisamente por eso, para narrar un batacazo que no llegó a producirse, pidió en su periódico seguirlo en campaña.

«Tenía fama de que era un poco izquierdoso», comenta De Santiago-Juárez, quien por aquella época se convirtió en comisionado regional para la Droga.

Habla de los inicios. De cuando aquel candidato a presidir la Junta sin mucha gracia «lo descubrió» en esas crónicas ácidas. «Y él descubrió a Aznar. Fue mutuo», coinciden Jesús Posada, Miguel Ángel Cortés, José Antonio de Santiago-Juárez, Javier León, Luis Aznar... populares que en algún momento del camino se cruzaron con él.

Tres llamadas casi idénticas en 32 años. Tres llamadas a una misma persona, M. A. R., con un mensaje muy parecido: ‘Vente conmigo’. Y en todas era inicialmente para poco tiempo... que se alargó. Dos las realizó Aznar. La tercera, Ayuso.

«Varias veces» tuvo que marcar José María Aznar el número del teléfono fijo de aquel periodista «incisivo, inquisitivo y cañero» –apunta Posada– que había descubierto en campaña para tratar de convencerle que se fuera con él a la Junta de Castilla y León una vez fue elegido en el 87.

Concha, una de las hermanas de Rodríguez, con la que vivía en Valladolid cuando sus padres y sus dos hermanos pequeños tuvieron que trasladarse por trabajo a La Coruña, descolgó en más de una ocasión. «Con su gracia natural –bromea– preguntaba por Miguel Ángel con un escueto ‘de parte de José María Aznar’. Estuvo varios días tratando de convencerlo para que se fuera con él».

M. A. R. dudó porque su vocación era escribir. Devoraba libros. Empezó Filología Hispánica y lo dejó cuando empezó a colaborar con medios escritos y de radio y  televisión. Su interrumpida aventura universitaria le llevó a ganarse el apodo despectivo de «el bachiller» entre sus oponentes, pero la verdad es que su idilio con las letras venía de antes. En el colegio escribió dos obras de teatro y un cuento infantil. Más tarde publicaría un puñado de novelas.

Rodríguez se hizo de rogar. Unas cuantas conversaciones después, «finalmente decidió marcharse con él por el afecto a Aznar, no por el cargo, porque ser portavoz de la Junta, que apenas tenía competencias y no tenía el peso de ahora, entonces no nos parecía más interesante que ser periodista», aclara Concha.

Y se convirtió en un portavoz del gobierno autonómico jovencísimo (23 años) que imponía sus tesis y abría camino al discurso de un nuevo PP cuando «predominaba la visión socialista de todo» con un Felipe González en sus más fructíferos años.

«Tenía ideas rompedoras para la época. A todos los consejeros, cuando proponíamos algo, nos obligaba a explicarnos de tal forma que fuéramos directos para que nos entendieran. Cada actuación sobre temas de austeridad, de adelgazamiento de sueldos, había que explicarla. Con él no se trataba solo de hacer cosas, sino de contarlas. Insistía muchísimo en la cercanía», comenta Posada, que en los dos años del gobierno autonómico de Aznar (1987-89) fue consejero de Fomento y testigo de la capacidad de M. A. R. «para captar los deseos profundos de la ciudadanía y conectar con la gente en cada momento».

Una habilidad que le vuelven a achacar con el nacimiento de otra ‘lideresa’ en Madrid. «Ella está estupenda. Ha mandado al PSOE y a Cs al rincón de pensar, pero es evidente que alguien está detrás. Ella tiene algo y él le hace trasmitirlo», opina De Santiago-Juárez, que recuerda cómo ya en los inicios M. A. R. «sabía marcar los tiempos y conocía los medios por dentro».

Javier León de la Riva, por entonces titular de Cultura y más tarde alcalde de Valladolid, compartió consejo de gobierno en un momento de «iniciativas pero pocas perras» en el que  Rodríguez «apoyó sin reservas la propuesta de las Edades del Hombre» y también inclinó la balanza «para que el Museo del Vino se instalara en Peñafiel» y no en el frecuentado Quintanilla de Onésimo por Aznar, «como el presidente quería».

De la Riva pasó de verlo en reuniones políticas a hacerlo cada vez que el calendario se detiene en Viernes Santo. Ambos son cofrades de Las Siete Palabras. No importa que M. A. R. viva en Madrid porque hasta que la pandemia suprimió las procesiones, era un fijo de las del viernes y el sábado en Valladolid en las que salía con su hermano pequeño.

«Es una persona de vínculos y afectos muy personales y da importancia a la persona, al candidato. Tengo un mensaje suyo de antaño donde decía: ‘Yo no voto al PP, voto a Javier León’». Una prioridad de nombres sobre las siglas que explica «lo que pasó con Aznar y lo que pasa con Ayuso». 

En esa primera etapa, otro Aznar, Luis, ex senador del PP aunque por entonces miembro del CDS, lo ‘sufrió’ y lo recuerda como una persona intensa. «Es uno de los tipos más listos que he conocido en política, pero de aquella éramos rivales». Pudo comprobar cómo «de trato no es el más amable del mundo». «Es muy inteligente y contribuyó a que Aznar saliera inmaculado de Castilla y León como la esperanza blanca de la derecha».

En efecto, partió Aznar en dirección a Moncloa y le pidió que le ayudara en la campaña. Miguel Ángel le contó a su familia que solo iría hasta las elecciones. Alquiló un piso y su hija y su mujer, que era profesora en un colegio, vivían aún en Valladolid. M. A. R. iba y venía. Cuando se puso de parto de su segundo hijo tuvieron que avisarle y viajó apresuradamente.  Rodríguez dejó Castilla y León encaminado, sin saberlo entonces, hacia una de las etapas más broncas de su vida.

Abandonó la silla de portavoz, pero allí quedó para siempre la sospecha de haber confeccionado una lista negra de periodistas. Luego se afanó en una campaña en la que desplegó ingenio, aunque también un dominio de la comunicación que levantaba ampollas. Cuando se convirtió en el responsable de comunicación del partido, con solo 25 años, empezaron los cambios. «Hubo resistencia interna».

Cuenta  el ex diputado Miguel Ángel Cortés, también estrecho colaborador de Aznar en aquella época y parte del ‘clan de Valladolid’ que junto con M.A.R. acompañó al presidente en su salto a Madrid, que la anécdota de la Coca Cola sirve de muestra de «cómo Miguel influyó en Aznar y cómo le trasladó la importancia de la imagen». 

Su desembarco en una campaña nacional supuso un cambio «brutal» para el partido, que no lo recibía con los brazos abiertos. «Miguel era un outsider, venía de fuera y lo revolucionó todo. Todo el mundo estaba acostumbrado a hablar. Hablaba hasta el apuntador, pero empezó a controlar tiempos».

Aznar tenía que marcar la agenda política y el mensaje debía escucharse cada día en los informativos con meridiana claridad. Tanto, que «colocó debajo del atril monitores para que supiera en qué momento salía en directo en el telediario de cada cadena y comenzara a soltar el mensaje que habían pactado».

Sobre el secreto del truco, su hermana Concha recuerda entre risas cómo el candidato «estaba hablando de una cosa y de repente cambiaba de golpe». También narra aquella vez en la que Abel Matutes, como telonero de Aznar, se extendía más de lo estipulado. Punto culminante de M.A.R., que no dudó en recurrir a una acción propia de los sabotajes dadaístas. Le puso música, pero Matutes no se dio por aludido. Harto, el propio Rodríguez subió al escenario, «le dio un vaso de agua, tapó el micro y le dijo: ‘Baja ya’». Un instante después Aznar se estaba dirigiendo a los potenciales votantes. En 1996 Aznar ganó las elecciones y volvió a hacerle una propuesta que no rechazó: le quería como secretario de Estado de Comunicación.

La primera obra que vio la cuestionada sede de Génova «fue la sala de prensa». «Modernizó el PP. De un partido rancio hizo uno moderno». Desde la imagen –adiós a los tapetes verdes y a los carteles anticuados con la cara de Fraga–. Encargó un logo, una sintonía y se marcó la máxima de mantener un contacto fluido y constante con los periodistas. 

En parte por su verborrea, en parte porque iba con el cargo, Rodríguez se convirtió en un imán para las críticas. Dos años después, en el 98, dimitió sin dar explicaciones y se excusó en motivos personales.

Ahí parecía el final político para un animal de la comunicación política reconvertido en director de una multinacional de publicidad con la que organizó los actos del centenario de su adorado Real Madrid, y un tertuliano habitual con una trayectoria salpicada con polémicas, como su positivo en alcohol tras un accidente con tres vehículos estacionados en 2013.

Pero resurgió con la llamada de esa mujer que lo conoció cuando hizo un trabajo universitario sobre la comunicación en la era Aznar. Todo volvió a empezar. «Igual que pasó con él, al principio solo aceptó ayudarla en la campaña».

Como no iba a quedarse, no se cortaba en Twitter. Sonadas fueron sus  polémicas con Vox, con el hasta hace poco socio naranja de Ayuso Aguado, o sus proclamas contra Sánchez y Podemos.

Pero la telaraña de la política y el carisma de su presidenta le atrapó y su perfil provocador viró entonces a un plano más discreto. Silencio en las redes. Mientras, se concentran en torno a ella titulares, aplausos y un respaldo que le hizo arrasar y librarse de Ciudadanos en la Comunidad de Madrid y que alteró el juego territorial abriendo camino a sus homólogos Mañueco y Moreno para verse con posibilidades de replicar su éxito en Castilla y León y Andalucía con un adelanto electoral que está sobre la mesa de ambos territorios.

Como nuevo jefe de Gabinete se despidió de los internautas salvo para ocasiones puntuales que lo merezcan, como la apabullante victoria con la que Ayuso se anticipó a una posible moción de censura y soltó lastre. «Ahí queda una mujer de una pieza. Felicidades, señora presidenta». De nuevo, otro abracadabra de su magia. Él calla, ella habla. Y el eco agita el tablero político desde Génova hasta Ferraz.

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