«El uruguayo tiene la conciencia cívica alta y se queda en casa»
La vallisoletana Loreto Mata vive la pandemia en Montevideo, donde se trasladó hace dos meses
Cuando la joven vallisoletana Loreto Mata hizo la maleta hace poco más de dos meses para instalarse en Uruguay gracias a una beca de investigación del Ministerio de Asuntos Exteriores, le sorprendieron las escasas medidas de seguridad de la aerolínea con la que volaba . «Se limitaron a preguntarme si había estado en China recientemente». Nadie utilizaba guantes, ni mascarillas, recuerda. Era 7 de febrero y la incidencia del coronavirus en España y en América estaba lejos todavía de hacer estallar las alarmas.
Pero ella, licenciada en Periodismo, con un máster en Relaciones Internacionales y Cooperación al Desarrollo, y con cuatro años de bagaje por diferentes países, reconoce que ya en aquel momento era « consciente » de que se avecinaba « un problema serio ». Así que emprendió con cierta dosis de miedo e incertidumbre su aventura trasatlántica en el Centro de Formación de la Cooperación Española para trabajar en una línea de investigación centrada en finanzas sostenibles e inversión de impacto, es decir, «en canalizar el dinero privado hacia proyectos medioambientales o sociales para quitar carga presupuestaria al estado uruguayo».
«Yo ya sabía que lo que estaba pasando en China iba a tener repercusión más allá de sus fronteras porque vivimos en un mundo globalizado, con multitud de viajes de turismo o de negocio que permiten a una persona estar en dos países el mismo día; aunque en nuestra mente el ‘extranjero’ se ve lejano, en verdad está muy cerca», relata ahora desde su aislamiento en Montevideo donde, al igual que sus compañeros, está teletrabajando en una vivienda compartida.
Por eso, aunque Loreto tuvo que preparar su viaje de manera precipitada, sin antelación suficiente para hacer acopio de material de protección, explica que en aeropuerto alargaba la manga «para no tocar nada» y mantenía «cierta distancia» social, «consciente» de la gravedad mientras el clima que se respiraba aún era de «tranquilidad».
Afincada ahora al otro lado del charco, primero por decisión propia y en la actualidad casi por impositivo al haberse cerrado las comunicaciones aéreas desde el nuevo hasta el viejo continente, sigue muy pendiente de lo que sucede en España porque aquí reside su familia.
«No me imaginaba que se iba a llegar a esta situación; tenían que haberse anticipado porque, aunque es verdad que todas las medidas que impongan suponen una ralentización de la economía, el crecimiento económico no puede ser a cualquier precio y no significa desarrollo humano. Hay que sanear la perspectiva y que deje de ser la base de todo», reflexiona.
Ante el panorama en su tierra, le preocupa especialmente su madre, que es médico y trabaja en un psiquiátrico en Arévalo (Ávila), aunque no esté en contacto directo con contagiados. O su tía, que ejerce como sanitaria en Alcañiz (Teruel). «Ellos me transmiten tranquilidad e intentan mantener el ánimo», explica sobre cómo está sobrellevando la pandemia en la distancia.
Aunque barajó la posibilidad de regresar a casa para poder «pasar el confinamiento todos juntos», como le pidió su familia, Loreto, de 28 años, relata que en Uruguay se sentía «más segura» porque entonces «no había todavía ningún caso» y decidió apostar por el proyecto que le había llevado a aceptar una beca que su predecesora había abandonado, en esta entidad « dependiente de la embajada » en la que abordan «el intercambio de experiencias y conocimientos», sobre todo entre países latinoamericanos, bajo la ‘bandera común’ de la cooperación al desarrollo .
«Llevaba aquí un mes, hubiera tenido que dejarlo todo de la noche a la mañana y era complicado», reflexiona en relación a la fecha en la que se decretó en España el estado de alarma, antes de reconocer que, aunque tenía claro que quería permanecer allí, se informó sobre las posibilidades de vuelta, sobre todo porque dos horas después de aquella llamada de su familia pidiéndola que valorara el regreso, saltaron los primeros cuatro casos en su país de acogida.
«La semana siguiente tuvo lugar el último vuelo a España y después fletaron un avión especial desde Montevideo para Madrid, pero en ambos casos estaban completos. Aún así, me lo hubiera tenido que pensar», insiste, antes de agradecer que la Agencia española para la Cooperación al Desarrollo también les haya ofrecido la posibilidad de regresar y de seguir investigando a distancia, en las mismas condiciones.
De los ocho españoles becados del programa, afirma Loreto, los dos ubicados en Bolivia volvieron, mientras tanto ella como su compañero de Uruguay, así como los dos residentes en Colombia y los dos de Guatemala, decidieron permanecer allí y afrontar la crisis del coronavirus bajo el lema ‘Si puedes, quédate en casa’ .
«Las medidas de distanciamiento o las higiénicas son las mismas que en España. Se ha reducido el horario de los mercados, se reparten guantes o mascarillas, se limita el aforo en los supermercados y hay pocos bares y restaurantes abiertos, pero aquí el confinamiento no es tan estricto porque el Gobierno no decretó la cuarentena general como había solicitado el Sindicato Médico», explica la joven. «Hay confinamiento, pero con más libertad», y pone como ejemplo que si quiere salir a dar un paseo, puede.
El hecho de que no se tomaran medidas más drásticas y de que muchas voces apuntaran que esas normas no eran suficientes, le suscitaron miedo al principio. Pero enseguida percibió que «el uruguayo medio tiene conciencia cívica bastante alta y la gente se queda en su casa». «No hicieron falta más medidas, porque los ciudadanos tomaron la decisión responsablemente».
Quizá, apunta, es una cuestión de «mentalidad», como ocurre en otros territorios y ensalza como ejemplo el buen comportamiento de los vallisoletanos en relación con otros enclaves españoles, según lo que ha podido ver y leer gracias a las nuevas tecnologías.
Mientras aguarda que termine esta situación, afronta su estancia con optimismo. Tratando de aprovechar la experiencia aunque sea consciente de que no va a poder realizar los dos viajes que tenía programados –«a Cartagena de Indias y a la antigua Guatemala»– en esta estancia que espera poder completar, «salvo que las autoridades lo contradigan» .
Hasta ese día, con el 30 de junio como fecha de regreso, prefiere «evadirse» y no pensar que si necesita volver a casa, calcula que tendría que viajar 30 horas en autobús hasta San Pablo para coger un avión porque Brasil es el único país de la zona que mantiene los vuelos. «A día de hoy no tengo más conexiones aéreas; no puedo salir de aquí. Prefiero centrarme en lo que está bajo mi control».