Diario de Valladolid

INTERCAMBIO DE TIEMPO

Favores a ritmo de tic tac

Cada uno ofrece lo que sabe hacer y pide lo que necesita / Los más de 600 usuarios del Banco del Tiempo municipal intercambian servicios que pagan con sus horas /Esta iniciativa cumple 12 años, promueve la «buena vecindad» e iguala: «Tu tiempo vale como el mío» / Luisa enseña a un hombre a utilizar la ‘tablet’; a ella le arreglaron el techo

Luisa, Fernando, María del Mar y Raquel, usuarios del Banco del Tiempo por el que intercambian horas y habilidades.-J. M. LOSTAU

Luisa, Fernando, María del Mar y Raquel, usuarios del Banco del Tiempo por el que intercambian horas y habilidades.-J. M. LOSTAU

Publicado por
Alicia Calvo
Valladolid

Creado:

Actualizado:

Al principio, a Raquel le da reparo contactar con un desconocido. A la segunda o tercera visita ya se relaja. Ella imparte clases de piano, pero no cobra en dinero, sino en horas. El tiempo es la moneda de cambio de los talonarios que después canjea por otro servicio que le venga bien.

Esta vallisoletana de 41 años forma parte del Banco del Tiempo del Ayuntamiento de Valladolid, una iniciativa por la que los miembros intercambian habilidades sin emplear euros. El precio de los servicios prestados son las horas. Todo vale el tiempo que se tarda en llevarlo a cabo.

Raquel enseña lenguaje musical a un joven y los talones de horas que obtiene los emplea en pagar trabajos de costura o labores de jardinería a otros integrantes.

En la actualidad son más de 600 usuarios activos en este servicio, en el que vecinos de distintas zonas de la provincia ofrecen sus habilidades y disfrutan de las de otros.

Bajo el amparo municipal, con una partida presupuestaria de 33.700 euros, esta entidad recluta participantes que resuelven necesidades de la vida diaria y ya suma 614 socios, que alcanzan el millar si se bucea en los datos globales de sus doce años de historia.

En la sede del banco, en el centro cívico de La Victoria, a lado de Raquel se encuentra Martín. Llegaron por separado, hace prácticamente lo mismo, cinco años, y aunque sólo han coincidido una vez, ambos lo recomiendan a sus conocidos y confiesan percepciones similares.

Ninguno se inscribió para cubrir los huecos de ocio, aunque él ahora disfruta de muchas actividades derivadas de esta iniciativa. A los dos les atrajo la filosofía de colaboración.

Martín trabaja como administrativo y en sus ratos libres quería explorar otra faceta. Ofrece masajes. Lo que recibe –porque si quieren participar tiene que ser en dos direcciones y cada uno debe utilizar los servicios que ofertan otros– son sesiones de meditación, de globoflexia, también algún masaje de otro compañero...

«Vas conociendo gente y actividades muy interesantes», avanza este hombre que últimamente utiliza con asiduidad estos intercambios. Los valora «por ser una alternativa al consumo, no requerir dinero y servir para compartir de una forma bonita».

Aella lo que más le motiva de formar parte de esta cadena de favores a ritmo de tic tac es uno de los efectos: que quienes forman parte de él se relacionan «de igual a igual»; sin estatus marcados por la situación profesional ni personal. «La gente habla de que lo más importante es que no se paga con dinero, sino con tiempo, y claro que está muy bien, pero a mí lo que me encanta es que nos iguala a todos», señala en el inicio de un alegato con el que otros usuarios que la escuchan se muestran conforme.

Esta profesora de música expone que «no importa la formación o preparación» detrás de una actividad porque «vale lo mismo» arreglar el grifo del lavabo, impartir una charla de filosofía, acompañar a personas vulnerables, transmitir nociones de informática o cualquier otra cosa que se intercambie. «Tu tiempo vale como el mío», destaca.

Con su explicación da sentido al lema del banco: «Mi hora por tu hora», pero lo amplía. «Es una manera de mostrar que todas las personas servimos, que la situación de tu vida da igual y que ofrecemos lo que sabemos hacer, sea lo que sea», señala.

Decidir qué se ofrece suele ser uno de las preocupaciones más habituales y Martín explica que despeja inquietudes recordando a los nuevos miembros «que se asustan» que «no hay presión, que no se exige profesionalidad y que todo el mundo sabe hacer algo», que muchas cualidades están dormidas y sólo tienen que despertar.

Luisa tiene 63 años y en el marco del banco acompaña a personas mayores y cose. Necesitó que le arreglaran el techo de la cocina y recibió clases de Photoshop para retocar las fotos familiares.

Ahora es ella la que enseña a un octogenario a utilizar una tableta móvil. «Ver que eres útil hace que te sientas a gusto. Además, te resuelven cosas que necesitas y todos salimos ganando», indica esta mujer que dispone de más minutos libres desde que se prejubiló.

Escuchándole están más usuarios como María del Mar, que subraya que por encima de los favores que mutuamente se hacen y de las actividades que disfrutan «se establecen lazos y una conexión personal con mucha gente».

También Raquel se refiere a las relaciones personales. «Me permite conocer a personas de ámbitos distintos y eso enriquece», apunta.

Martín agrega que también «es una salida buena para gente con problemas de relaciones y que estén un poco solos», aunque precisa que en su caso «no se trata de rellenar horas, sino de encontrar cosas que aporten».

Un quinto participante, Fernando, cuya cualidad más explotada en el banco son los bailes de salón, añade otro aspecto positivo, que se trata «de una actividad intergeneracional, que ayuda a crear comunidad».

Este efecto social entronca con «la buena vecindad» a la que se refiere la concejala de Servicios Sociales, Rafaela Romero, respecto a esta fórmula.

La edil la define como «el mayor ejercicio de solidaridad que hay» porque opina que «poner tiempo, habilidades y capacidades al servicio de otro y poder compartirlos es un ejercicio de valores positivos».

Incide Romero en que es un servicio de «economía solidaria, que puede cubrir aspectos que no se cubren de otras maneras», y recuerda situaciones cotidianas en las que este modelo de colaboración se torna especialmente útil. Cita la resintonización de la televisión por el salto digital. «Muchos mayores no se apañaban con los cambios y un chico de 18 a lo mejor tardaba cinco minutos en adaptárselo».

Por casos como este, la concejala habla de «otras dinámicas de relación, que hacen una ciudad más solidaria y más cercana». Una proximidad que destaca. «No me gusta sólo la solidaridad desde lejos. Cero que para que sea coherente tiene que estar funcionando en lo más cercano. Si ayudamos al vecino, es más fácil que lejos también funcione», indica Rafaela Romero.

El coordinador del Banco del Tiempo municipal, Juan Manuel Primo, señala que se trata de «una cadena de favores, pero regulada». Y establece diferencias con otras acciones sociales como el voluntariado. «La reciprocidad lo hace distinto», indica.

Raquel, que disfruta enseñando música y gastando los cheques de tiempo que acumula, lo suscribe. «Cuando ofreces voluntariado no recibes, sólo das y se establece que al que da le sobra y el que recibe necesita. Sin embargo, aquí nadie está en deuda conmigo y yo no estoy en deuda con nadie», subraya esta usuaria.

Entre quienes intercambian servicios por coste de unas horas existen distintos perfiles. El mayoritario tiene «una motivación altruista y desea participar en una idea diferente».

Otra parte significativa de los ‘clientes’ de este banco presenta «necesidades reales que no pueden cubrir, quiere conocer gente y conseguir un servicio determinado», desgrana Primo.

Nadie se queda sin pagar porque, recuerda, todo el mundo tiene algo con lo que contribuir. «No queremos profesionales de nada, sólo fomentar la buena convivencia», aclara.

Entre las ofertas iniciales más repetidas aparecen el cuidado de niños o el acompañamiento de personas mayores.

Sin embargo, en la práctica, los favores que más se intercambian porque se demandan más son sesiones de idiomas, soluciones de informática, pequeñas reparaciones y masajes.

Este último servicio responde a que la gente que se inicia en esta formación «necesita espaldas para practicar» y es un modo de pago que agrada a muchos usuarios.

Entre las reparaciones, las persianas abundan. «Se estropean mucho y no sabemos arreglarlas», comenta entre la broma y la constatación de las cifras el coordinador del banco.

Además de cubrir esos servicios, Primo asegura que «genera una red social». Tanto, que señala que «la parte social es más importante que la económica».

En esta oficina el tiempo y el crédito no están fijados inicialmente. El usuario recibe un talonario de doce cheques en blanco. Según las horas que aporte o reciba en cada servicio, se le apuntan en su cuenta que comienza a cero. En cada trueque, la gente paga con un cheque de tiempo. «Es el pacto entre las dos personas que intervienen lo que determina los términos del intercambio», explica el responsable. «Hay flexibilidad total».

En esta peculiar cadena no sólo se producen trueques entre dos individuos; también se programan acciones conjuntas, como charlas de idiomas, clubes de cine, de lectura o de meditación, entre otros.

En algunas ocasiones, el banco inicia también proyectos solidarios en los que pueden participar los usuarios y ganarse sus vales de tiempo. Este es el caso de la recogida y distribución de objetos para distintas campañas de ONG, como gafas, móviles o ropa. «Fomentamos y facilitamos la participación de la gente», indica Juan Manuel Primo.

El de Valladolid es uno de los bancos más antiguos en funcionamiento de España y ha servido de modelo a otros consistorios españoles para iniciar el suyo, como los de Salamanca, Segovia, Burgos o Palencia.

Sólo en 2017 se produjeron 1.258 intercambios en la provincia. «Valladolid responde siempre. Es una ciudad solidaria en el momento que hace falta», concluye la concejala de Servicios Sociales, para quien la existencia del Banco del Tiempo promueve «una ciudad más humana».

tracking