Tiempo de la mano dura
Que todo se tuerce a peor lo tenemos más que asumido. Hay que ver la cantidad de cuestiones que han ido empeorando con el paso de los años, la evolución social y al abandono de los patrones que regían en tiempos no tan pretéritos. Hago esta simple reflexión al hilo de la gravísima situación por la que atraviesa la ciudad de Burgos en cuando a la seguridad vial. Tan es así, que el Ayuntamiento, que está a otras cosas de mayor rédito y lustre político, ha tenido que reconocer y asumir que existe un peligro real en el tráfico interno de la ciudad y se ha propuesto empezar a concienciar a los ciudadanos. La comparativa es odiosa con otras capitales. Hace poco he hojeado en la prensa gallega el caso de un grave accidente en Santiago de Compostela, donde tengo lazos familiares, que resultó ser el segundo mortal en 8 años. Conociendo las cuestas y calles de la capital de Galicia, su clima y cómo se conduce por allí, me sorprendió sobremanera que la cifra de fallecidos en accidente urbano o atropello fuera tan sumamente baja en comparación con Burgos, donde, sólo en los últimos 5 años han fallecido 12 personas por siniestros y arrollamientos en la ciudad. No existe hoy en Burgos un asunto más urgente que el de pacificar el tráfico para que sea seguro, especialmente para los peatones. El problema está, como puede comprobar cualquiera que conozca la ciudad o nos visite, en que aquí las calles son autopistas que conectan los extremos de una ciudad muy alargada. Pero no es excusa porque en Valladolid se optó por soluciones que han metido en cintura a los que más les gusta correr a base de radares y semáforos, que es por donde habría que empezar en Burgos. Se pasó el tiempo de la concienciación y ha de llegar la mano dura. Es inadmisible que con doce fallecidos en accidente, el último de ellos realmente escalofriante, la dimensión de este problema no nos movilice como ciudadanos para ponerle fin. Nadie ha salido a manifestarse para exigir medidas correctivas para pacificar el tráfico. Salimos a la calle por guerras a miles de kilómetros y nos dan igual los kamikazes que suben y bajan la avenida de Cantabria como misiles poniendo en riesgo a peatones y otros conductores. Nos importa poco que en las calles limitadas a 30km/h circulen mucho más rápido hasta los patinetes eléctricos. Como todo está inventado, la solución estará posiblemente aplicándose ya en alguna otra ciudad con más luces en seguridad vial. Seguramente nuestros vecinos de Vitoria podrían darnos más de una lección, pero por no salir de Castilla y León bien se podría aprender de Valladolid y sus peatonalizaciones y el control de sus grandes avenidas. Cualquier cosa menos dejar pasar un día más sin encargar un trailer lleno de radares fijos y estudios para cambiar la ordenación del tráfico y acabar con las carreras urbanas de semáforo en semáforo. Como peatón que soy, empedernido, también entono un mea culpa, que no siempre somos inocentes, pero nos están cazando poco a poco y no se puede seguir así.