TIENE TELA
Hasta la victoria siempre
NO TODOS TIENEN cuajo. Me refiero a ser titular de una tiranía en ejercicio como Maduro, Putin, Díaz Canel, Jamenei, Kim Jong Un, Xi Jinping, Daniel Ortega, o Pedro Sánchez. Un trabajo propio de alimañeros, de milicia degenerativa, y de pandilleros aberrantes y asimétricos en deformidad constitutiva y progresiva. A toda esta ralea de contrabandistas, y asaltantes de las libertades públicas –vimos su faena delirante en la toma de posesión del asesino Maduro, y en los trapicheos surrealistas del sanchismo por imponer su excepcionalidad–, se les llama ahora dictadores.
¡Qué clase de gentuza es esta, qué república tenemos!, señalaba airado Cicerón cuando un político, llamado Lucio Sergio Catilina, quiso dar un golpe de estado contra la República en el año 63 antes de Cristo. Dictador fue una palabra nobilísima que tuvo en la aplicación del derecho romano –y siempre que el Senado en nombre del pueblo de Roma lo aprobara por seis meses– una categoría de catarsis, de excepción, de saneamiento, y de necesidad perentoria ante una catástrofe que afectaba a la supervivencia de la República.
A esta basura con borlas –los arriba señalados y a sus innombrables adjuntos–, se les llama ahora, repito, dictadores, sin hacer distinciones históricas, que las hay: por seis meses, señores, y luego a casa. Como ahora son eternos, habrá que llamarles por su nombre de una puñetera vez. En realidad son tiranos de corral, déspotas de pecera, autócratas del cepo, narco opresores a tiempo completo con esclavitudes plenarias, señores feudales de horca y cuchillo, dominadores con impunidad, ladrones de guante blanco o de todos los colores, y mutantes deformes del derecho de gentes que al supremacismo y al absolutismo en política llaman democracia.
Si cerramos los ojos y los audífonos a todo lo que vimos y oímos desde el jueves hasta ayer domingo –tanto en la Venezuela madurista como en la España bolivariana–, ya no cabe la menor duda al respecto, señores míos: nos importa un soberano comino que un tirano advenedizo y bananero haga de nuestras libertades el chicle mentolado donde cuajan todas sus corrupciones más apestosas y denigrantes.
Siendo esto grave de por sí, lo dramático, por irreversible, es que aceptemos esta rendición sin prácticamente abrir el pico. De repente, el dictador, por arte de magia, se ha convertido en un tirano que vulnera o suprime constituciones y leyes. Para llenar el vacío reinante, impone su propia legalidad a partir de esta amorfia –anormalidad democrática– con triquinosis, que justifica con este eslogan vejatorio que inventó un asesino en serie como el Che Guevara: «Hasta la victoria siempre venceremos».
Yo me sé muy bien la exégesis de esta victoria inhumana y triunfal, y lo he explicado aquí mismo hace tiempo: cuando nadie se creía que el derribo de la democracia en España era un hecho que estaba perpetrando Sánchez con sus conmilitones, con el bolinche de Frankenstein, y con el lucero del alba. Lo que añado ahora es una evidencia: que esto de la victoria siempre es la gominola totalitaria en la que pican los débiles, es el enganche de los oportunistas, y es la «zanja del mundo» donde guardan los políticos corruptos el momio de todos sus latrocinios, que denunciaba Sancho en El Quijote II, 20.
Todos los tiranos de la modernidad progresista sueñan con su hasta la victoria siempre venceremos todas las horas del día y de la noche. Necesitan vencer compulsivamente con los siete pecados capitales como desquite. A este mal sueño del tirano lo llamaba Freud «agresividad en estado primitivo». Es decir, que es algo instintivo, una violencia en estado puro y de irracionales consecuencias siempre aplastantes, irrefrenables y de cerebro reducido: ¡venceremos! Fascismo en vena, comunismo irredento, insensibilidad social y agreste hasta para dar los buenos días.
Una muestra de esta ferocidad espontánea nos la dio el tirano Maduro en su discurso de toma de posesión el viernes. Nunca algo tan zafio, tan faltón, tan zoquete, tan infecto, tan miserable, y tan torpe se había escuchado en el ejercicio de una tiranía que quiere cumplir los mil años en el poder como el nazismo. Para ello Hitler liquidó a seis millones de judíos según las últimas estadísticas. Esto para Maduro es simple calderilla. Él, sin una guerra mundial y sin ningún levantamiento nacional que le haga mover el culo, ha dejado fuera de combate a ocho millones de venezolanos. El milenio bolivariano –si nadie lo impide, que parece que no–, va «palante» como un cohete «hasta la victoria siempre», camino de convertirse en un Holocausto sin supervivientes.
¡Qué papelón el de la Comunidad Internacional que se limita a sancioncillas de parque temático! Y bueno, hablar de la Unión Europea es como seguir la pista al hilo de Ariadna: ni encuentra las actas ni las pruebas del pucherazo ni tampoco las razones para llamarle tirano ni asesino al meloncio de Maduro. ¿Y la fantochada del Gobierno Sánchez? Pura pasión empírica, rechifla vergonzosa entre colegas que comparten los mismos eslóganes, la misma corrupción, y la misma tiranía: «hasta la victoria siempre», pasta y Sánchez venceremos.
En fin, que viendo el éxito rotundo de estos tiranos que hacen de su capa un sayo y lo que haga falta, su absolutismo incontestable y consentido no tiene precedente en la historia de la humanidad. Bueno, sí que lo hay porque el totalitarismo no quiere cortapisas religiosas ni políticas ni morales ni criminales. En 1870, la Comuna de París, que eran comunistas del trabucazo en estado primitivo, lanzaron la siguiente consigna de fanatismo apocalíptico: «Si Dieu existait, il faudrait le fusiller», Si Dios existe, habría que fusilarlo.