TIERRA ADENTRO
Los tres del portal
CREO QUE desde que tengo memoria de la “geopolíticaruralrural” navideña he recurrido a “los tres de Belén”. Y no exento de cierta fascinación que me retrotrae a la niñez, al olor a musgo y al momento en el que montábamos el nacimiento. Tenía por costumbre mirar el rostro a las figuritas. Algunas de ellas, sobre todo las de los pastores, se me antojan hoy como miniaturas talladas por Rodríguez Montañés o Gregorio Fernández. Por cierto, un gallego y un pucelano de Sarria que están de gira y exponen en Valladolid. Ahí lo dejo. Pongámonos en situación. A colocar las figuritas. Ojo sin son de las buenas, porque si son de barro se rompen. Al niño me lo desgracian casi siempre. Cuanto más pequeño, más rara la carita. Con María todos los vendedores de figuritas son muy generosos y su semblante es bello. A José me lo plantifican de pie con un cayado florido serio y de guardia. El buey y la mula no cambian nunca. Por encima de la destartalada estancia asoma el ángel que siempre tiene cara de angelito y arriba del todo la estrella. Desde la cuna más famosa del mundo, se ve venir la silueta de los Magos de Oriente. Y poco a poco, se acercan con sus camellos, que es lo propio. Y aquí sí, el artista de figuritas se recrea en lujos, telas y turbantes. No me salgo del pesebre. Desvelemos el misterio. Faltan los pastores, los primeros que se acercaron al portal ante el aviso de otro ángel con cara de angelito. Cuentan las crónicas medievales que en tiempos de las cruzadas ocurrió algo extraordinario en Ledesma. Dicen que uno de sus vecinos, caballero cristiano, se enroló como cruzado e inició un largo viaje a Jerusalén. Un ledesmino dispuesto a liberar Tierra Santa del dominio de los turcos. Años después, dejando atrás el fragor de las batallas, volvió magullado, pero vivo. Dicen que entró por el puente Mocho, que aún abre sus ojos romanos en la ribera del Cañedo, y que traía unas reliquias de los santos lugares. El cruzado se llama Micael Dominiquiz y contó a los suyos que en las ruinas de una torre de Jerusalén encontró un cofre abandonado, en su interior había huesos humanos, tijeras de esquilar, zurrones de pastor y un texto con tres nombres: Isacio, Josef y Jacobo. Eran los restos de los tres pastores que primero llegaron a adorar al niño en el pesebre, en aquella fría noche de la primera Navidad. Y sí, ahí están, en Ledesma. Si yo fuera obispo o cura ledesmino, alcalde o director general de “lo que sea” en tierras del Tormes, “los tres del portal” cuyos restos se visitan casi a hurtadillas, abrían el cartel de La Navidad. Me volvía loco recreando villancicos, autos de reyes, corderadas, haría pliegos de ciego contando de plaza en plaza la leyenda que no es tan leyenda y un relato que en Navidad es el mejor cuento teniendo en cuenta como están los pastores y la ganadería por estas tierras. Feliz Navidad.