Diario de Valladolid
Pezzolano. REAL VALLADOLID

Pezzolano. REAL VALLADOLID

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Si hay algo que me gusta del deporte  profesional, aparte del espíritu competitivo, es que está mucho menos sujeto a interpretaciones manipuladas que casi todas las actividades humanas. Se puede dudar de quién merece un Oscar pero no de quién es el campeón  de Liga. Son números. Cada partido es un hoja de méritos que no se puede esconder. Un 2-0 es un 2-0 para todo el universo. 

Bajo este mismo criterio, los clubes se comportan como deberían hacerlo todas las empresas. Son de hecho la empresa ideal, si están bien llevados económicamente, porque piden resultados. A todos. Al jugador que no vale para el equipo, se le busca otro destino peor. Al que vale, se le renueva. Al que se le queda pequeño el equipo, lo ficha uno mejor. Se puede despedir al entrenador, al director deportivo y hasta el presidente, forzado por la afición, puede verse impelido a vender sus acciones. Y todo, con las cifras que dan las clasificaciones y los marcadores. Meritocracia. El gran enemigo del mediocre, que en el deporte profesional no tiene acomodo.

El Real Valladolid posee el segundo presupuesto más elevado de la categoría y el segundo límite salarial más alto. Dos variables que, sin ser el fútbol ciencia exacta (eso sí que hay que asumirlo), deberían colocar al Real Valladolid en puesto de ascenso directo. Un alto directivo debe aceptar esa responsabilidad en una empresa. Y un entrenador es un alto directivo deportivo. Su sueldo así los equipara.

Pezzolano está cometiendo una cadena de errores completamente evitables desde que accedió al banquillo pucelano. Por torpeza o estrategia, se está echando encima cada vez a más aficionados, independientemente de los resultados, lo que ya es de Guinness .

Primero descendió a un equipo que tomó en puesto de salvación. Para él era culpa del pasado. Después criticó a los que le pitaban al inicio de Liga: «Es gente que viene a desahogarse», en lugar de intentar ganárselos. Nunca empatizó con el seguidor. Ni siquiera en asuntos como el del escudo, en el que mostró una falta de calor con la hinchada en sus declaraciones que las urnas electrónicas pusieron en evidencia. Ante el Oviedo acompañó con movimientos de cabeza el «¡Pezzolano dimisión!». En lugar de recochineo, podía preguntarse por qué se canta eso con 3-0 en el marcador ante un rival fuerte.

Después de sus múltiples reveses en el campo, con partidos de mal resultado y peor juego, no ha existido en él un adarme de autoinculpación. ‘Lo he hecho mal’, ‘me he equivocado en el planteamiento’, ‘no he sabido corregir errores’ son frases que nunca ha pronunciado y que le habrían acercado al aficionado. Pezzolano usa las ruedas de prensa para enviar sus mensajes.

En la previa del partido contra el Oviedo realizó un planteamiento tramposo, visible hasta en primero de Filosofía: mejor sentar las bases del buen funcionamiento del equipo que ascender. No negó que quiera subir pero planteó la hipótesis como una dicotomía. Falsa, por supuesto. ¿Es que un buen funcionamiento no es el camino que mejor lleva al ascenso?

Por otra parte, ¿cuánto tiempo hace falta para poner orden en una plantilla? ¿Días, semanas, un mes como mucho? ¿Trabaja con delincuentes o excluidos sociales para que sea una labor inconclusa en los casi once meses que lleva?

Él sólo se metió en el charco del éxito o el fracaso con el ascenso. Él sacó el tema. Es cierto que la frontera de los números rojos es difusa. Por ejemplo, si el Real Valladolid de Djukic no hubiera subido siendo tercero con 82 puntos después del temporadón que hizo, no hubiese sido un  fracaso. Si el actual conjunto pucelano realiza el juego visto casi siempre en una Liga mediocre, sí lo es. Y no asumirlo, optar por la línea blanda de autoexigencia ante el caos futbolístico vivido, es motivo de destitución. Porque nunca se han ganado desde el banquillo partidos que estaban perdidos.

Si su trabajo es tan bueno y la forja de una identidad (a la que nadie niega su importancia, pero que debe venir de más arriba que él) está antes que los resultados, que se pregunte por qué desde el club no le han ofrecido aún la renovación. 

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