Diario de Valladolid
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Como si de un juego se tratara, la política española, puede definirse, cada vez más, como ‘cifras y letras’. La aritmética y el relato. Un binomio, aparentemente aséptico en su casilla de salida, pero que conforme avanza en su recorrido va ofreciendo muestras de fraude consentido. La democracia, guste o no, es así, pues supone un apoderamiento irrevocable y ciego en cada paso por las urnas. Al menos hasta las siguientes elecciones. Un sí es sí, en el que se otorga capacidad de actuar a un tercero que, en la intimidad nocturna y furtiva del ejercicio del poder constituido, impone posturas y decisiones no pactadas, y que de haber sido propuestas con honestidad y claridad en la fase preliminar hubieran sido rechazadas por su innegable carácter de pornografía ideológica.

Como sucede con las cláusulas de los préstamos hipotecarios, las estipulaciones que se imponen desde algunos gobiernos, nunca hubieran superado los filtros de incorporación y transparencia de haber sido expuestas con carácter previo a las elecciones, cual oferta vinculante.

El avance imparable, meteórico y exponencial de los delitos electrónicos, de las ciberestafas, encuentra una de sus previsibles explicaciones en la adopción, pura, incondicional, de las estrategias básicas de la clase política por los criminales del espacio virtual. Las formas del lenguaje y los modos de comunicarse han mutado de modo sustancial, ampliándose, en apenas un puñado de años, si bien el motor de los impulsos permanece, casi, inalterable. Persuasión y captación; poder –en cualquiera de sus variantes- y sugestión.

La realidad, los hechos, son el único, inevitable por tanto, camino hacia la verdad. Que admite perspectivas, pero que ante los groseros análisis discrepantes tan solo evidencian el afán de otorgar a la confusión –cuando no al engaño consentido, sí, y por tanto autoengaño- un papel decisivo en la estructuración y funcionamiento de los pilares básicos de la democracia, en las reglas de juego que han de establecer con claridad el funcionamiento de las instituciones básicas y el respecto y lealtad entre las mismas.

Claro que, a la vista de cómo se organizan y establecen sus órganos directivos los propios partidos políticos, y la directa e inevitable traslación de sus decisiones en el ejercicio del poder, el optimismo no es precisamente la conclusión más ajustada a la lógica. La duplicidad en cargos cenitales en partidos y gobiernos es síntoma de miedos e inseguridades, y causa de graves y notorios efectos tóxicos para las libertades.

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