Diario de Valladolid

Javier Pérez Andrés

Viva España y Portugal

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QUÉ TIEMPOS AQUELLOS en los que la vida transcurría sin apenas sobresaltos. Me refiero a la vida política con mayúsculas. Fueron buenos tiempos. O no. España iba bien. Al menos, eso se decía. Transicionábamos. En el banco siempre había… que devolver. Aquí, en región, saltábamos en la campa esperando a un capitán… que nunca vino. Y ya no viene. También tuvimos que sortear una crisis que nos desalambricó a muchos. Un servidor no es nada excesivo en esto de la crónica política, más bien soy un simple contemplador que busca el equilibrio a la hora de inclinarse. Eso sí, cada día más alucinado y, en consecuencia de ese alucine, más desbordado por los instintos malévolos que me provocan ciertos dimes y diretes de ministros y ministras en funciones. De momento. Me duele la tierra, como a todo hombre de bien, pero aclaro: la mía, la tierra de los ganaderos y agricultores, y me preocupa el agua, por supuesto. El de los regadíos. También los pajaritos y los osos. Pero menos. 

Estoy absolutamente perdido en la búsqueda de la «racionalidad» y soy incapaz de entender la jugada, de vislumbrar un horizonte lógico ante las ocurrencias demenciales del Gobierno de mi nación y de su malabarista al frente. Sánchez. Apellido que ocupa el séptimo lugar entre los españoles y lo llevan como primer apellido 816.968 personas. Ahí están los votos de sus primos. Así gana el Madrid. Todo cuenta. Sánchez es un patronímico que hace referencia al hijo o descendiente de Sancho y del que es imposible rastrear un origen concreto. De ahí que me cueste tanto entenderlo. Una de dos, o acierta, pacifica, logra pegar el jarrón patrio de nuevo y lo llena de agua fresca, o se va a pegar una hostia terrorífica cuya onda expansiva nos alcanzará a todos/as/es.

Siento que, a estas alturas, pase lo que pase, cada día me cuesta muchísimo más querer como quise a los catalanes. Es tanta mi pesadumbre que estoy por pedir asilo cultural al otro lado de La Raya que, como todos sabemos, es esa franja invisible y espiritual que nos une a la nación hermana, a un lado y a otro del Duero/Douro. Y que conste que estoy ahorrando para comprarme una casita portuguesa, una carriña a la puerta, una viña y un olivo en el bancal y almendros en el jardín. Y lo más importante: un mástil grueso y alto donde ondee la bandera de Portugal y que de las ventanas que den al mar salgan las tristes notas de un fado.

Hace poco, al pasar por Mayorga, recordé a Ortega y al bueno de Vito, que defendió la viña centenaria de Castilleja. Don José pasaba temporadas de caza en la casa de los suyos, en tierras vallisoletanas. Y me dio por leer a Ortega. Preguntaré al maestro Antonio Piedra si hago bien o tiro por Saramago o Pessoa. Viva España. Y Portugal. Y no digo viva Iberia porque seguro que el «amnistiado» nos lo jode.

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