Diario de Valladolid

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HOLA. Ya en casa. Es un decir, pues no me he salido de las lindes. Salvo un baño de salitre. Se acabó lo que se daba. Que no todos en la playa saltan las olas. En fin. Vuelta a la vida laboral. Salvo parados y eméritos jubilados que no se revuelven. Por ahora. Regreso al trampantojo, a esa sensación que continúa en plan día de la marmota, como las series malas. En estos días, todavía todo lo que nos rodea es un gigantesco trampantojo, que como su propio nombre indica -digo yo- se trata de un bonito dibujo, lona, fresco o filigrana que descaradamente oculta, disimula y engaña poniéndose delante de la ruina, la desidia, el escombro, la vileza y el abandono.

Ojo que la RAE, la que brilla, limpia y da esplendor a nuestra lengua universal –menos donde todos sabéis y ya no tengo ni ganas de mentar el sureste peninsular–, la RAE no anda lejos de mis frívolas descriptivas y sentencia con la rotundidad de nuestro idioma universal: Trampantojo, trampa o ilusión con que se engaña a alguien haciéndole ver lo que no es. Ahí lo dejo, que cada cual elija el cristal de mirar. Pero no seré yo quién niegue la bella aportación urbana de otro tipo de trampantojo, siempre que se trate de un buen mural en la fachada de la esquina.

Ese no tapa, ni oculta. Enseña. Agrada a la vista. Por cierto, el muralismo es una plaga benigna que colorea el cemento capitalino y rural, distrae al ciudadano y lleva el arte de pintar a las alturas de los ojos de todos. Del común. Bien por los pintores muralistas, realistas, artistas enanos que pintan gigantes. Y lo hacen muy bien, con perspectiva y a 300 metros de distancia. O más. Eso es arte para todos los públicos.

Ellos, los muralistas, no son de la elite intelectual del pincel, son pintores del común, del asfalto, del tapial, a la intemperie, desde el andamio, con brochazos sobre lienzos cuidados dibujando la vida a lo grande. Ya quisiera la mirada de la Gioconda que le hicieran «ojitos» a medio kilómetro de distancia. Y sin pagar entrada.  Desde que en un pueblo del Barranco de las Cinco Villas a alguien le diera por copiar a Goya y a Picasso en las fachadas, (años 90), la bendita plaga urbana que es puro modernismo paisajista se ha extendido por la geografía regional. Sigo, que me disperso. Vuelvo al otro trampantojo, al de mentirijillas. Oasis engañoso de la estampa estival de colorín, bicicleta y turista redentor. Es la España que va bien, que digo bien, desborda alegría y gasto. No sé de qué ni de dónde, pero se ríe y gasta. Y en estas estamos, en la vuelta al cole y al psicólogo curando a los del virus postvacacional. Y mientras, detrás del trampantojo, la vuelta a la España real. O lo que quedará de ella. Llegará el otoño y la risa se tornará en llanto. Y todos a pedalear.

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