LO SABÍAN
¡Pobrecilla! Lo digo por mi vecina Carmina, que es una feminista de las de antes. Sí, de las que piensa en buena fe que tanto el hombre como la mujer son por igual las dos partes de un todo que tiran del carro de la familia, de la sociedad, de la civilización, y que de este modo «sirven a la eternidad», que escribía Rosa Chacel. No se explica cómo un Gobierno de progreso haya dado a luz una ley tan cruel y nefasta como la del sólo sí es sí –que ya ha beneficiado a más de quinientos violadores, más los que están en la pole position de salida que se cuentan por miles–, y que ha soliviantado a la opinión pública.
Pero lo que no le cabe en la cabeza de ninguna de las formas a mi vecinica es que, sabiendo, como sabían, que la ley era una chapuza anti feminista de padre y muy señor mío, ha sido aprobada con una mayoría plenipotenciaria contra viento y marea, la han defendido hasta reventar las costuras del derecho dejando a los jueces en entredicho, y que la han vendido como una delicatessen del Corte Inglés con celofán vanguardista, y como si fuera la envidia tiñosa del mundo mundial.
¿Puedes explicarme esto, hijo, tú que vives de la tiza y estiras las palabras como el chicle? ¿Cómo es posible que nadie se responsabilice de este bodrio macabeo que se parece a los mejores cazadores de mi pueblo a quienes siempre se les escapan hasta las liebres cojas? ¿Pero es que aquí ni Dios dimite? ¿Es que aquí las cosas se hacen sin una pizca de lógica, y sólo pensando en que son cosas tan chulísimas que, milagrosamente, hasta el gordo adelgaza y al calvo le crece el pelo sin necesidad de viajar a Turquía? ¿Ha sucedido algo semejante en nuestra historia?
Pero no esperó mi respuesta. Señal de que no le hacía falta escucharla porque o ya la sabía o porque, sencillamente, estaba hasta el moño, o porque prefería leerlo aquí con cierta tranquilidad. Y es que, la verdad sea dicha, así anda ya todo el mundo de zumbado. Pero esto mismo es lo que me pregunto yo junto a la famélica legión que se desayuna cada mañana con la algarabía del doctor Sánchez.
¿Precedentes de este desaguisado gubernamental? En la historia de España los tenemos para llenar varios trenes kilométricos. ¿Qué hizo, por ejemplo, Carlos I de España y V de Alemania nada más pisar Castilla para saciar su ego imperialista que no cabía en las cervecerías de Europa que eran ya entonces muchísimas? Pues convocar las Cortes de Valladolid para ser coronado emperador, y así lo dejó todo tan clarito: «dinero pido, que no consejos», y claro, estalló le rebelión comunera. Otro ejemplo, ¿qué hicieron los socialistas y los comunistas en la II República para conseguir su revolución estaliniana? Pues que la guerra civil fuera aceptada como una consecuencia inevitable hasta que, finalmente, llegó.
También lo sabían entonces, y también lo saben perfectamente ahora todos y cada uno de los componentes del Gobierno Frankenstein: pasta, agitación, tensión, poder, y lo demás, a tuerto o a derecho, no ha nacido aquí un pavo que nos quite la razón. Hablamos, por tanto, de la misma razón filosófica y política que esgrimía Gracián en El criticón de manera clarividente, e inapelable. Siempre, escribe, han gobernado por la piel de toro lo peorcito del corral: «los Tiberios, los Nerones, los
Calígulas, Heliobálos y Sardanápalos». O sea, que habla de tiranos de carrasca que toda la leña apañan.
Todos ellos –los de antaño y los de ahora sin excepción–, se parecen como una gota a otra gota, pues piensan lo mismo, hacen lo mismo, y disfrutan con las mismas fechorías y con los mismos calcetines vueltos del revés. No se lo creen, ¿verdad? A ver si no les suena a sanchismo puro y duro este cúmulo de «monstruosidades» que ya relataba Gracián en 1651 como ejemplo de «desatino, que no sabe cuál es su mano derecha, pues pone el bien a la izquierda».
Y lo que ahí señala el filósofo como detalle para la cosecha de alcornoques en la modernidad –un laboreo entre mayo y agosto cada 9 años–, pasa intacto del XVII al XXI como un relato que no puede ser más actual y más verídico: «la virtud es perseguida, el vicio aplaudido; la verdad muda, la mentira trilingüe; los sabios no tienen libros, y los ignorantes librerías enteras; los libros están sin doctor, y el doctor sin libros; la discreción del pobre es necedad, y la necedad del poderoso es celebrada; los que habrían de dar vida, matan; y el derecho es tuerto». ¡Tal cual!
Así que, sea usted lo que sea, y piense usted como Dios le dé a entender, no se esfuerce demasiado por comprender las cosas que suceden entre los políticos y vividores del ramo. Ellos están a lo suyo: a su negocio plenipotenciario, y cómo asar una vaca con billetes de 500 euros sin que eche humo. Sabían perfectamente, desde hace años, que los trenes de Cantabria y los de Asturias no eran aptos para sus túneles y barrancos. Pero, como si no lo supieran, se callaron porque un silencio cómplice es para ellos mucho más elocuente que una palabra verdadera.
Sabían también las consecuencias de la ley de sedición y prevaricación, y de todas las perrerías que conlleva en democracia pactar con filoterroristas, independentistas, comunistas, y filoadictos al advenimiento del IV Reich. Pero esto no supone ningún problema para quien cambia de opinión como si anunciara la trascendencia del martini para finiquitar la guerra de Ucrania. Sánchez sólo necesita quitarse la timidez en encima, disimular que todo ha sido un mal entendido como en la Ley del sí es sí, y cortar un traje a la medida de los españoles para que el día de san Miguel, que quita el agua, sea un vergel. Todo lo demás, hasta las tragaderas, se da por añadidura.