Diario de Valladolid

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¡¡¡HUELO A SANGRE FRESCAAA!!! Con esta expresión de Pulgarcito no hay niño que no sucumba al sueño. Padres y abuelos, de día tan bondadosos y sacrificados, de noche se vengan de las pobres criaturas con cuentos de terror. Algo parecido hacen ahora independentistas y filoetarras con el visto bueno de Frankenstein Sánchez: Soy un monstruo, pero ya lo era antes de las elecciones. Lo sabían todos, pero me votaron. ¿A qué tanto aspaviento? Un monstruo no tiene sensibilidad, ni principios ni nada. Sólo tiene hambre.

Totalmente de acuerdo. Nos lo advirtió Stephen King: «Los monstruos son reales y los fantasmas también. Viven dentro de nosotros, y a veces ganan». Tú has ganado a las claras con un cuento de terror: érase una vez el Monstruo Frankenstein Sánchez que, sediento de sangre, pedía cabezas para zampar. Esta vez le han ofrecido la de Paz Esteban, que pasaba por ahí, y Margarita Robles -la nueva Herodías del putiferio es(ex)piatorio- dio el cambiazo en bandeja de plata. España es el modelo perfecto de un cuento de terror.

Andaba servidor en éstas y fui, como siempre, a mi biblioteca. Aquí estaban bien ordenaditos los cuentos infantiles, pues Marquitos es muy exigente en esto. Quedéme de piedra, pues vi las caras de Junqueras, de Rufián, de la bilduetarra Mertxe Aizpurua, de Otegi, de Puigdemont, y de un largo etcétera. A la cabeza de este coro de brujas y de monstruos asociados, estaba Sánchez: el monstruo-jefe de los cuentos infantiles que organiza, manipula, da sentido y formaliza el aquelarre nacional.

Terrorífico. Huelo a sangre fresca, gritaba el lobo de Caperucita. Te voy cortar el gaznate, bramaba la madrastra de Blancanieves. Voy a troncharos para la cena, se relamía el ogro de Hansel y Gretel. En la cola de los horrores estaban los ciudadanos españoles en las jaulas del engorde a punto de caramelo con la salsa del consejo de siniestros. Perdón, quise decir del Consejo de Ministros donde todas las semanas se monta una timba perpetua de Halloween.

Y en medio de esta orgía de tronchadores al pil-pil, ay, brillaba con luz propia la silueta frágil, estrechita y dariniana, de «Margarita está linda la mar,/ y el viento,/ lleva esencia sutil de azahar». Casi me desmayo al ver los pocos pétalos que, como una calva, le quedaban a la Ministra de Defensa alrededor de la corola, mientras pedía servilleta y cubierto para el trinche, y mientras miraba servicial y rendida al Monstruo de sus entrañas: sí me quiere, no me quiere, sí me quiere, no me quiere…

Qué papelón el tuyo hija mía  -«tan bonita,/ Margarita,/ tan bonita como tú», que escribía Rubén Darío-, qué ocasión maravillosa has tenido para salir con dignidad de ese estercolero de muladares asociados. Pero por cobardía, y por una sumisión enfermiza al saturnal jefe que adoras, vas a terminar como todas las partes nefandas de ese Monstruo: haciendo de sifón en las bajantes de los retretres, oliendo a podrido y a balada de culo contumaz. Ya te lo anticipó Shakespeare en Hamlet: Margarita, huele a podrido en España.

Bueno, ya sé que no dijo eso exactamente, sino que «algo huele a podrido en Dinamarca». Lo que pasa es que no se atrevió a señalar a esta Margarita frankensteiniana y, para disimular, puso Dinamarca en lugar de España, pues buenas se las gastan los inquisidores de aquí. Pero a pesar del Covid, conservo el olfato, y te digo, mi vida, que aquí huele a mierda. Y si huele, es porque hasta las margaritas se ciscan. Eso sí, con una caca fina y cabalgante, pero caca al fin. Y si no, pregúntaselo a la ex directora del CNI.

Mi mujer, que ha leído lo que ahora mismo estoy escribiendo, me ha hecho una advertencia de vieja militante felipista: ten cuidado con lo que dices, no sea que la sangre fresca que huelan sea la tuya. Ya, dije, pero como español antiguo que soy, he puesto el honor en mi lenguaje, y puedo decir -por ahora- que mi sangre tiene honor. Lo que no tiene toda la prole frankensteiniana que participan de este banquete sangriento e infame a costa de los demás.

Quien no quiera ver que estamos viviendo un auténtico cuento de terror, puede que sea autista, ciego, que esté cobrando del Gobierno, o que se esté pasando por la pernera la trágica advertencia de Oscar Wilde: «que una máscara puede decirnos más que una cara». A los monstruos les encantan las máscaras. Normal. Tienen que esconder todos los huesos de sus cadáveres que son incontables.

Mucha gente piensa que todo esto es un plan para destruir España. Yo creo que ni esto. Los cuentos, que vienen de los mitos, son las fuentes fantásticas en las que la humanidad nos explica la compleja, misteriosa y terrible realidad de la vida. Una explicación muy clara y elemental: los monstruos comen carne humana. Marquitos teme a los monstruos de los cuentos, y cuenta con ellos. Como no es tonto, sabe que están ahí, pero no cree en sus disfraces de bondad y diálogo para comerse mejor a sus víctimas. Y sobre todo, entiende a la perfección la frase favorita del monstruo con aluminosis al despertarse cada mañana hambriento y olisqueante: ¡¡¡huelo a sangre frescaaa!!!

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