Cerrar

Creado:

Actualizado:

LA LLEGADA del frío me empuja, en querencia tan inexorable como reconfortante, a extasiarme frente a la chimenea. En colocación que me permita observar, a través de los cristales de una vetusta ventana recuperada en un mercadillo, como pacen las vacas de vientre. Y el correteo de algunos recentales, mientras un puñado de hembras no disimulan que se encuentran abocadas a un parto inmediato. El semental, a su aire, ramonea debajo de una encina. Distraído, tiene la certeza de que no podrá negar sus presentes y futuras paternidades.

Mientras coloco la leña más robusta sobre la incipiente llama reviso a ritmo digital la polémica causada por el ministro Garzón. Eh, me digo, que esto de aquí es una explotación en extensivo. ¡Salvado! Pero, cómo librar lo del heteropatriarcado. Vuelvo la mirada hacia Derretido, el raceador, y pienso que, tal y como va la cosa, acabarán incoando un expediente contra él.

Sobre Garzón, y sus ataques en la prensa internacional a la economía cárnica española, por su mala calidad y el maltrato animal, según dice, cabe indicar que resulta sorprendente. Reconocido fan de diversas dictaduras, desde la actual de Cuba hasta la de la extinta RDA (no me dirán ustedes que la D de democrática no era un guiño de lo más simpático), lo del intensivismo colectivizante debería tenerlo encantado. En proporción a su tamaño, la mayoría de los animales, incluso en granjas, gozan de más espacio que el que tuvo Ortega Lara en su cautiverio. Pero Garzón, tan enamorado de Bildu como Sánchez, pensará que algo habría hecho.

Tudanca, de tan bóvido apellido, reprochó a bote pronto las declaraciones del ministro. Para, con resorte de sumisión sanchista, pasar a hablar en clave electoral. Pedaleador gregario, la disciplina del pelotón le permite encontrar acomodo, sabedor de lo inespecífico de su mensaje personal, de lo inocuo de su política. Pero ojo, visto lo visto, en modo alguno su mediocridad supone una derrota. Su jefe bien lo sabe.

Cargando contenidos...