El corte de pelo
PUES NADA, que la Nochebuena se viene y la Nochebuena se va, y nosotros nos iremos y no volveremos más. El caso es que pasaron las Navidades y los Reyes, y enfilamos la cuesta de enero con esa frasecita que tiene visos de horizonte: año nuevo, vida nueva. En mi cabeza, que no está para muchos cambios, sólo caben dos cosas imprescindibles para esa vida nueva: que se vayan el Covid y Pedro Sánchez. En esto estamos, al menos yo, y este es mi Año Nuevo.
Andaba el sábado con estas cavilaciones hacia lo nuevo, y entré en la peluquería de mi calle para cortarme el poco pelo que me queda. ¡Qué mañana me dio el pobre peluquero! ¡Qué tristeza, además! Antonio, este es mi corte de despedida, y esta vez no te cobro, pues cierro hoy mismo. Estoy arruinado, y también cierran otras peluquerías del barrio. Entre el IVA, la luz, y los impuestos, hace tiempo que trabajamos gratis. Y hasta aquí hemos llegado.
A partir de ahora, te cortará el pelo el Gobierno. Cerrarán también muchas carnicerías, ganaderías, y no pocas industrias que aún quedan en Castilla y León. Esto lleva paso de convertirse en un erial en manos del reparto sectario, del subsidio gubernamental, y de la cartilla de razonamiento. En menos que se santigua un cura loco, llegaremos al paraíso socialcomunista. Tú que sabes, profesor, ¿cuánto pagamos al mes a estos ministros inútiles por este corte de pelo y esta ruina nacional?
Me dejó clavado en el sillón de barbero que, según él, usaba Manuel Machado: no me digas más, que «son puñales que me clavas/ y los vuelves a sacar». Triste por un lado, y por el otro pensando en su gran acierto. El pelo ya nos lo cortan políticamente todos los días. Nada más lógico que ahora se encarguen del todo. En nada sacará Sánchez el ministerio para el esquileo progresista y sostenible. La pauta ya la tiene: al estilo comunista y antichuletas de Alberto Garzón, copiado de Cuba y de Corea del Norte, en donde te pelan en plena calle si no eres marxista–leninista de corte entero.
Seguí en casa con el tema, y me acordé de esta canción de la infancia: «Dalila, no me cortes el pelo,/ que por cuatro pesetas/ me lo corta el barbero». Pues ya ven, sin retoques instrumentales, ahora Sánchez nos lo corta gratis. Mi psicólogo tiene una explicación para este gesto generoso. Antonio, nada es inocente. Un equipo de compañeros míos trabajan a sueldo del Gobierno. Han diseñado una política de rapados al cero, y de conciencias al menos cero, que te cagas, y sin quitar una coma.
Dirá nuestro Presidente, si lee esto –no creo–, que hasta hora le han llamado de todo –incompetente, mentiroso, indigno, ladrón, corrupto, nepote, caradura, tirano, profanador de tumbas, sinvergüenza, falconeti boy, y otras lindezas de las que yo no respondo–, pero nunca Dalila. Pues ya ven, yo le veo así: con unas tijeras de esquilador en la mano pelando a las ovejas. Él quedándose con la lana, y nosotros trasquilados. Y además marcando tendencia desde el inculto ministro de Cultura, pasando por la cuenta andante Calviño. Como auténticos esquiladores, todos afilan las tijeras con Dalila.
¿Y qué hacemos nosotros que no sea balar y quejarnos de los tiempos gloriosos en los que Sansón era Sansón y los filisteos unos pringaos? Poco o nada. Con estos ánimos, mal pinta el percal por lo que dicen en mi pueblo –al que esquilan en enero, esquilado está el año entero–, y por lo que confirma mi psicólogo: que los psicólogos del Gobierno cuidan con esmero la política ideológica del dopaje y la dosis a tomar en los fumaderos sanchunos del opio, antes casas del pueblo.
Ante la inercia galopante, paseo por las resignadas tierras de Castilla y León, y no puedo creerme que durante siglos fuéramos el crisol de las reconquistas, la cuna del parlamentarismo, y la punta de lanza de las libertades y del derecho de gentes. Pero ya ven, ahora nos han cortado el pelo, recogemos las greñas de la peluquería, somos almas en pena con el resto de la España dormida que dicen vaciada, y de Sansón hemos pasado a Teruel existe por obra y gracia de Dalila–Pedro Sánchez.
Desde hace tiempo, en Castilla y León –como si lo viera– se pisa eso que ponen las gallinas. Ni gallinas van a quedarnos porque las matan a impuestos, porque Garzón quiere que compremos los huevos a los chinos como las máscaras y los antígenos, porque la carne española la prohibirá este Gobierno por decreto ley, y porque quieren una dieta revolucionaria a base de paja y de forraje en 3D, mientras ellos zapan suculentos solomillos.
Nos quedan las elecciones del 13 de febrero como última resistencia. Basta de sueño calamitoso y soporífero como imagen de la nada. El templo y las columnas a derribar aquí son las de la impostura filisteo–sanchuna. Nuestras barricadas son nuestros votos, y con éstos hay que arrebatar las tijeras a la odiosa tiranía Dalila–Pedro Sánchez para que no vuelva a cortar más perendengues que los suyos. Y hay que hacerlo con la dignidad y desenvoltura de Lope en La Niña de plata: «¡Oh libertad, gran tesoro,/ porque no hay buena prisión,/ aunque fuese en grillos de oro». ¡Al carajo las caenas!