Calabazas
DE NIÑO jugué con calabazas de verdad. Eran fruto de hurtos infantiles en los huertos del vecino. Lo que en más de una ocasión acababa en reprimenda, cuando no en el consabido «pies para qué os quiero». Ocurría siempre por otoño, cuando los días oscurecían antes. Y era algo que exigía implicación personal. Nosotros mismos, la chavalería de los sesenta, con nuestra navaja tallábamos ojos y boca y una hilera de dientes de palos, creando así la terrorífica calabaza que al llegar la noche tintineaba a la luz de la vela. En realidad, nunca supe si asustábamos a alguien ni tampoco por qué lo hacíamos. Pero al llegar estas fechas cada cual ya tenía escogido el huerto y su calabaza. Aún recuerdo el olor a calabaza quemada. Era una tradición que alimentaba la costumbre. Lo de ahuyentar a las almas perdidas no iba con nosotros, pero ahí estaba la calabaza esperando su momento en el calendario anual.
Nada que ver con el truco y el trato y la puesta en escena de lo que hoy se ha extendido como una plaga que llaman Halloween. Y no me molesta la incorporación de nuevas ideas. Nuestra cultura está hecha de miles de pieles de cebollas. Lo que preocupa es que esta invasión diabólica de Halloween esté tomando carta de naturaleza entre los más pequeños, propulsado desde las guarderías hasta los institutos, comercios y algunos ayuntamientos. Tendrá que ser así. Claro que si desde esas catapultas se propagaran además de Halloween otras cosas, los jóvenes conocerían que, por Todos los Santos, a principios de noviembre, sale a escena don Juan Tenorio rayando el día de difuntos.
Debiera de ser algo generalizado al menos en Valladolid -véase Alcalá de Henares- y que la obra de Zorrilla se representase por doquier. Salvo las acciones de la casa museo del poeta romántico en su ciudad y algunas representaciones teatrales, no ha conseguido este episodio calar en la ciudad.
Doña Ana Pantoja, Cristófano Buttarelli, el capitán Centellas o don Rafael de Avellaneda no son moneda corriente. Salvando, claro está, a Juan y a Inés y su «No es verdad, ángel de amor …». Me pregunto muchas veces cómo no irrumpe en esta época de culto a lo estrambótico la iconografía de los caballeros, encubiertos, esqueletos, conventos, cementerios, antifaces, máscaras y estatuas, ángeles y sombras que barran tanto truco y tanto trato. Y que nadie abra una Hostería El Laurel entre el mesonerío pucelano.