Impuesto de ladrones
Cuanto antes. Esta parece ser la consigna que han entendido perfectamente los castellanos y leoneses tras un mes de la derogación del confiscatorio impuesto de sucesiones y de donaciones. Bueno, no del todo, ya que aún hay que pagar un 1%. La medida ha cuatriplicado en un mes el registro de autoliquidaciones. Lo que no deja de parecerse a lo que llaman en mi pueblo ladroncillo de agujeta que después sube a barjuleta. Es decir, que de alguna manera, aunque sea poquito a poco, o al 1%, la bolsa sigue sonando.
Ahora que el impuesto se ha quedado en el chasis del tributo, no me andaré por las ramas cuando llevo años denunciando semejante latrocinio. Se trata de un impuesto propio de ladrones y salteadores, en virtud del cual la pobre gente, y la gente media –también algún rico venido a menos–, tienen que pagar tres veces a los políticos por haber comprado, por ejemplo, una casa, por mantenerse en esa casa cada durante toda su vida, y por morirse en ella y testar a favor de sus hijos o parientes o lo que les dé la gana. Por eso se le llama, con toda propiedad y terror, el impuesto de la muerte. Pero ojito, castellanos y leoneses, porque la dicha dura poco en la casa del pobre. Miren lo que pasa con el recibo de la luz. Hagan testamento cuanto antes al amor de la ley Mañueco aún vigente. El gran tiranosaurio rex, estrujador y bergante de la política española, que es Sánchez, ya ha dicho –y el que avisa no es traidor, aunque él lo sea sin avisar– que piensa armonizar desde el Estado el impuesto de sucesiones. Lo que quiere decir que lo implantará por real decreto como latrocinio legal y de concordia democrática. Tiene que alimentar su sed de poder, sus tropelías independentistas, y su poderío omnímodo. Los muertos tributan más por algo imperdonable: han cometido la osadía de renunciar al paraíso sanchuno.