Diario de Valladolid

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LA MAYORÍA de los vecinos de esta comunidad autónoma sólo nos acordamos de las confederaciones hidrográficas en dos situaciones: la sequía y, sobre todo, las inundaciones.

Pero hay centenares de alcaldes de las cuencas del, por importancia, Duero, Ebro, la del Norte y la del Tajo que se acuerdan mucho más a menudo de quienes tienen el poder de decisión sobre los cauces y riberas del río del pueblo.

Cuántas veces no hemos escuchado, después de una crecida, una riada o una inundación al alcalde de turno quejarse de que ya se temían que algo así pudiera suceder y que habían advertido a su respectiva confederación. Y, al punto, añadir: no hacen nada ni nos dejan hacer nada a nosotros. Esa cantinela suena cada vez que el Arlanza da problemas en Burgos y Palencia o el Ebro y sus afluentes se saturan en el norte de Burgos. Pero pasa lo mismo en León y en otros puntos de la Comunidad desde hace muchos años, casi tantos como riadas.

Cabe preguntarse si en este proceso de centrifugado del modelo autonómico en el que siempre ganan los mismos no sería conveniente la cesión a las comunidades de parte de las competencias que actualmente se gestionan a través de las confederaciones hidrográficas. Se me ocurre que un modelo de gestión como el del parque de los Picos de Europa con las comunidades por las que se distribuye el territorio a proteger como cabeza pensante y la administración estatal como consultora podría ser adaptado para trasladar la gestión de las cuencas de los ríos a las administraciones más cercanas a las cuencas. Eso sí, con los pueblos con voz y voto. Puede que peor no lo hagan, pero está claro que con las actuales confederaciones hay multitud de pueblos que asumen costes importantes por las crecidas de los ríos, algunas evitables si se hubieran realizado las limpias que reclaman los municipios.

Tengamos por seguro que ningún gobierno estatal o regional se pondrá manos a la obra para repensar la gestión de las cuencas hidrográficas, salvo que Cataluña o el País Vasco las reclamen en alguno de los cambalaches con los que se aseguran el pago de las treinta monedas de plata por los partidos políticos que tratan de sustentar gobiernos débiles con los separatismos e implacables con la España vaciada, un término que ahora repudian porque les recuerda su fracaso en la solidaridad regional.

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