Diario de Valladolid
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Publicado por
Antonio Piedra

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UNA GRAN EPIDEMIA recorre España. Hablo de la idiotez o de la estupidez reinantes que, dada su capacidad de contagio, es la más peligrosa de las enfermedades. Según Quevedo, cuando irrumpe esta peste, no deja títere con cabeza, pues se reproduce a mogollón de manera directa o indirecta: «Todos los que parecen estúpidos lo son, y además también lo son la mitad de los que no lo parecen».

La evidencia entró por los ojos y los oídos durante la semana pasada. Basta con analizar someramente lo que vimos por TV, escuchamos en la radio, o leímos en la prensa. Cuanto ahí soltaron a bocajarro nuestros guías espirituales con sueldo de políticos a cuenta del contribuyente, da la impresión que formamos parte de la célebre novela La conjura de los necios, de John Kennedy Toole. No hay personaje de esta corrosiva novela sin réplica en la España de Sánchez.

Resumo el dislate. Empecemos por las explicaciones de los golpistas ante el Supremo que se salen de la conjura de los necios para caer en la de los renecios. ¡Qué cosas dicen! El golpe se reduce a romería, a canciones infantiles, a fraternidad: ¿no es verdad ángel de amor / que con este numerito / lo necio cuela mejor? Remataremos con las palabras de ese gran intelectual –el Presidente del Gobierno–, que por su carácter fantasioso parecen sacadas de Alicia en el país de las maravillas o dichas por un duendecillo borracho.

Consecuencia primera, el alucina vecina se ha instalado en el votante al observar que los políticos que dicen haberse hecho así mismos a base de resistencia, en realidad proceden del mismo manicomio. Total, que la mayoría de los españoles al escuchar las palabras del gran Sánchez, y las explicaciones estrambóticas de los golpistas catalanes, no lo dudan: pasan directamente por Gaes para comprar un sonotone porque creen que oyen mal. ¿Qué locura! ¡Qué disparate! ¡Qué país!

Menos mal que tenemos un partido integrado por profesores universitarios y jóvenes intelectuales posmodernos que ponen orden a este caos mental con sus razonamientos sacados de las obras completas de Stalin, traducidas, corregidas y aumentadas por Nicolás Maduro, que en paz descanse. Desde luego, el nombre de ese partido es perfecto: Podemos.

Ante el prodigio, cualquier cartesiano se pregunta: ¿Podemos qué? Y la respuesta también pertenece a la conjura de los necios: podemos reír, llorar, o estar preocupados, como lo está la excelsa Carmena porque los vecinos mean en las calles y comen madalenas donde no deben. En resumen, que ya entendemos lo que quiere decir Podemos: podemos mear en el urinario y comer madalenas en un plato. Un partido con alta preocupación alimentaria y filosófica. Y tienen razón en parte. Un país que mea en la calle no tiene solución. Lo dijo Napoleón cuando entronizó a Pepe Botella sin primarias al entrar en Madrid: aquí huele a meao, hermano. Y Pepé contestó muy colorado: Sire, yo no he sido.

La muestra evidente de la estupidez general y epidémica que padecemos la da el libro del Presidente. Un disparate que tiene de fresco y novedoso en política lo que destacaba Disraeli: «ni el disimulo». Mi psicólogo asegura que el libro de Sánchez será cita obligada en los futuros manuales del delirio por su narcisismo estructural, por el culto desmedido a una personalidad esquizoide, y por un desvío del sentido de la realidad que ni expertos como Pierre Bourdieu o Howard Becker incluyeron en su violencia e interaccionismo simbólicos.

Hojeando el libro –me llegó por internet trufado de memes–, da la impresión que el gran escritor monclovita ha tenido como referencia constante e inspiración de cabecera a la comedia de Carlos Arniches ¡Me cachis, qué guapo soy!, que se vende en Amazon por 9,70 euros. Preocupado por su evidente belleza interior y exterior, como buen narciso, nadie como él puede reivindicar una belleza para percebes en secano como la suya que envidian hasta los dioses sempiternos que, sin duda, son de derechas.

El despiporre de Sánchez ya es viral por un colchón que ha evolucionado a petate. Normal. Se ha saltado los controles de la mesura que aconseja don Quijote –«Llaneza, muchacho, no te encumbres, que toda afectación es mala»– y los que enseña el refrán castellano: «alabanza propia, mierda segura». Así que el virus de la pedantería ha alterado incluso las magnitudes místicas que identifica la gran plaza de San Juan de la Cruz en la Castellana con la calle fray Luis de León que es bien pequeñita.

Lo que sí cambió Sánchez nada más entrar en la Moncloa, y no se dice, fue el espejo de baño por el que usaba la madrastra de Blanca Nieves: «espejo, espejito, hay alguien más guapo, listo, mágico, doctoral cum laude, moderado, y resistente que yo?» A lo que responde el coro sindical del Régimen que mira a Arrimadas de viaje a Waterloo: ninguno. Consecuencia última, amig@s: sólo hay una medicina posible para luchar contra esta epidemia de idiotez reinante, que quiere volvernos tarumbas, y es el voto. El voto sensato que restaure los hechos, la seriedad, la verdad, la dignidad y la justicia.

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