Sangría galopante
LOS recuentos estadísticos desvelan pérdidas crecientes de población que nuestro ‘establecimiento’ político se empeña en combatir con petardeo de cataplasmas diversas. De momento, distraen del problema. Nadie parece interesado en desentrañar esta sangría, que no puede reducirse al contraste superficial de nacidos y fallecidos, porque en ese recambio ni siquiera la longevidad está logrando alcanzar el equilibrio.
Desde que la crisis nos asaltó en 2008 para quedarse, el único crecimiento relevante ha sido el de los millonarios, cuestión que pone al descubierto un reparto de recursos obsceno, injusto y contrario al interés general. No es populismo fácil de chafardero: evalúese si un aumento del 76% en el número de compatriotas millonarios durante los años más duros y sórdidos del proceso, muestra una gobernación sensata. Cifra tan lacerante no puede ser excluida del debate de la despoblación.
El desajuste entre muertes y nacimientos en el conjunto de España saltó en 2015. Pero ese balance vegetativo es poco expresivo para castellanos y leoneses, cuya sangría esconde perfiles de mayor gravedad. Porque estamos en la fase en que la pérdida de población alcanza también a las antaño dinámicas cabeceras comarcales y, desde 2018, a las capitales de provincia. Absolutamente todas. Esta ampliación del arco menguante no es anecdótica y revela un declive instalado en todos los círculos de nuestra habitación. Los jóvenes que nos dejan lo hacen sin ningún propósito de retorno, porque nos hemos convertido en «tierra para morir».
Si no median cambios profundos, capaces de retener a los jóvenes titulados en nuestras universidades, tendremos que acostumbrarnos a interpretar las infraestructuras como lanzaderas masivas hacia una despoblación que nos priva de disponer en la convivencia actual y futura de los mejores de los nuestros.
Es preciso pulir de los debates el tufo alcanforino que considera la despoblación como un drama rural. Como nadie quiso verlo y menos remediarlo a tiempo, ya está devorando nuestro núcleo más fértil y creativo: el de los jóvenes.