Diario de Valladolid

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A VECES, si reparamos en su meollo, las coincidencias van mucho más allá del azar de la simple casualidad y nos permiten descubrir tras el aparente solapamiento vínculos de otro modo inadvertidos. Por esa vía traigo juntos aquí al alcalde de Valladolid Tomás Rodríguez Bolaños y al hispanista francés Bartolomé Bennassar, fallecidos ambos en los primeros días de este noviembre funeral. Porque si la memoria del alcalde Bolaños ha sido jaleada en sus actuaciones urbanas más visibles, en cambio me parece que ha quedado relegada en sus aspectos culturales, que en definitiva son los que dejan huella y marcan cada época.

El hispanista Bennassar (1929-2018) había publicado en francés su Valladolid en el Siglo de Oro (1967), después de conocer como investigador la ciudad relegada, pacata y mediocre de los cincuenta, ofreciendo en su estudio doctoral a través de los archivos una imagen compleja, más rica y diferente de aquel Valladolid del dieciséis dispuesto para volver a recibir la capitalidad de la que fuera despojado. Bolaños editó por dos veces el libro y alentó el consiguiente reconocimiento honoris causa de Bennassar en la universidad, abrochando su vínculo con la ciudad.

Por eso, quizá convenga recordar que a su legado municipal debe Valladolid no sólo su conversión de facto en capital de Castilla y León, ofreciendo en la inmediatez del primer verano autonómico de 1983 el colegio de la Asunción como sede para el despliegue de una institución entonces balbuciente y en formación, que debía trasladarse desde Burgos o quedar junto al Arlanzón ya para siempre.

Una decisión mucho más importante para Valladolid que la jaleada instalación automovilística de Renault. De imagen institucional, pero también en términos económicos y de empleo, por supuesto. Y sobre todo, resuelta con una determinación que ha faltado a los sucesivos gobernantes municipales para entender que el palacio real de san Pablo debe acoger por fin la presidencia autonómica, desalojando por prestigio y decoro a los ocupantes militares de rango secundario, que siguen ahí como si nada.

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