Tumbo Supremo
A partir de la poda que rebajó la sentencia del tribunal europeo sobre el abuso de las cláusulas suelo, conocimos el mal jerol del Supremo cuando en Europa dan un revolcón y pintan la cara a su creación de jurisprudencia. Luego vinieron los traspiés europeos con el procés catalán, que nuestro Supremo tiene pendiente juzgar, y como estrambote del recorrido estrafalario, un soplagaitas aupado a la presidencia de su Sala Tercera avocó para el pleno la consideración del fallo hecho público por la sala segunda.
El majadero se llama Luismari Díez-Picazo, pero en ningún caso debe confundirse con el prestigio jurídico de su padre burgalés. A este pájaro lo enjaretó ahí hace tres veranos el altivo Lesmes, forzando la salida del prestigioso Sieira, con trayectoria de 24 años en el Supremo y a quien no permitió siquiera el alivio de dirigir una de las siete secciones de la sala, que es la encargada de juzgar los actos del gobierno y de las administraciones públicas, y para esos enjuagues, mejor el maleable Luismari que el estricto Sieira.
Lesmes, aupado a presidente del Supremo y del Poder Judicial por su compinche Gallardón, venía de suplir en una dirección general del gobierno Aznar al tarugo Zoido, sumando ocho años de político en el aznarato.
Por si estos trayectos no fueran suficiente descrédito, la plasta que asfixia su Justicia Suprema no puede ignorar los empleos reincidentes de Luismari Picazo como predicador en el Colegio de la patronal bancaria. Con licencia, «mientras la docencia no impida el cumplimiento de sus deberes judiciales ni comprometa su imparcialidad e independencia».
Pues lo uno y lo otro. Dedicado a su jugosa vendimia bancaria, Luismari descuidó el seguimiento de los asuntos judiciales de su sala, cuya sección segunda corrigió el martes 16 abrumadoramente, por cinco votos a uno y con tres sentencias, la previa posición fijada por una sala civil en marzo. Por eso, perdió los papeles y en su arrebato intempestivo echó mano de la avocación, un truco familiar para nosotros a raíz de su manejo abusivo por Delgado en el puchero eólico.