Diario de Valladolid

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EL PASADO lunes se rindió homenaje en Segovia a Agapito Marazuela ante el monumento que hay erigido en su honor en la Plaza del Socorro, con motivo de cumplirse el 126 aniversario de su nacimiento. Dado que me cupo el honor de haber recibido hace 12 años el Premio nacional de Folklore que lleva su nombre, y que creo he sido uno de los pocos antropólogos en recibirlo, me sumo desde aquí al reconocimiento y recuerdo que merece tan singular personaje.

Por muchas razones, Agapito constituía, cuando su labor empezó a ser reconocida en Segovia, un eslabón tan insoslayable como incómodo en la cadena de recopilaciones y estudios sobre cultura popular castellana. Lo era por su ideología y trayectoria vital, pero también porque su perfil no acababa de encajar del todo en las aproximaciones al folklore que habían venido imperando en las últimas décadas. Demasiado inclasificable, demasiado independiente, y –sin que ya quizá lo pretendiera– algo subversivo.

De su posicionamiento político no cabía duda alguna en tiempos de ambigüedades y pretendida pulcritud apolítica por parte de los artistas o intérpretes al uso: Agapito había tomado claro partido en su día por lo que en la época de la República se consideró «la causa del pueblo», formando brigada militante –al producirse el golpe militar– con un segoviano no menos comprometido, como fue el escultor Emiliano Barral, cuya memoria quedaría largamente proscrita. Pero es que su misma aproximación a lo popular, que no se limitaba a la de «músico tradicional» virtuoso, sino que pasaba por la de haber sido recopilador y concertista de guitarra destacable, se desmarcaba de lo más habitual en los años de la dictadura, adquiriendo una dimensión diferente: la reivindicación de las expresiones populares no se limitaba en su quehacer a moda, tendencia nostálgica o mero gusto estético.

Tenía mucho de abrazo a un modo popular de ver el mundo, de conciencia de clase, de visión distinta y revolucionaria de la cultura. Como dejó dicho en cierta ocasión a propósito de sus encuestas folklóricas: «Yo no era un señorito. Llega uno de Madrid y no le cantan. Yo era uno de ellos».

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